SEMBLANZA DE IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN


Los antiguos cronistas de sociedad hubieran comenzado explicando que Pilar Cavero, una joven de la buena sociedad zaragozana, descendiente por línea directa del conde de Sobradiel y del general carlista aragonés Francisco Cavero y Alvarez de Toledo, a quien don Ciro Bayo utilizó como personaje en alguna de sus novelas, matrimonió con un militar Martínez de Pisón y se fue a residir a Logroño. Pero fue su voluntad expresa que todos sus hijos fueran zaragozanos y aquí venía al final de cada embarazo para que nacieran en tierra aragonesa. Ignacio fue el segundo. Era el año 1960. Estaba condenado a ser un zaragozano de pura cepa.
Al morir su padre siendo él apenas un niño la familia volvió a Zaragoza. Estudió en los jesuitas y luego se licenció en Filología Hispánica en nuestra Universidad. Allí nos conocimos en 1978 y de esa época son algunos de sus mejores amigos zaragozanos como el profesor de literatura Antonio Pérez Lasheras. Al terminar la carrera Ignacio se marchó a Barcelona a cursar Filología Italiana. Era en realidad un pretexto para no tener que comenzar a dar clases, pues él ya había decidido que quería ser escritor. Allí escribió con sólo 22 años su primera novela La ternura del dragón, a la que seguirían un volumen de cuentos Alguien te observa en secreto y dos "nouvelles" reunidas bajo el título de Antofagasta. Tenía por entonces 26 años y la crítica ya lo consideraba como una de las grandes revelaciones de la nueva narrativa española. Su extraordinario talento literario lo confirmó en sus libros siguientes: Nuevo plano de la ciudad secreta (Premio Gonzalo Torrente Ballester de novela, 1992), El fin de los buenos tiempos, Carreteras secundarias y Foto de familia; y sus portentosas facultades le han permitido a la vez escribir novelas juveniles (El tesoro de los hermanos Bravo, El viaje americano y Una guerra africana), hacer adaptaciones para el teatro (El filo de unos ojos), convertirse en un cotizado articulista de prensa y crítico literario (ahora en las páginas del ABC Cultural) y firmar guiones cinematográficos como el que, basado en su novela del mismo título, dio origen a la película Carreteras secundarias que dirigió Emilio Martínez Lázaro. Las más importantes editoriales europeas -Gallimard y Einaudi entre ellas- han traducido sus libros y sólo su fidelidad a Anagrama le impide que atienda las ofertas millonarias de las más poderosas editoriales españolas. Es hoy uno de los grandes narradores españoles y el punto de referencia además de una extraordinaria generación de escritores aragoneses que comparten amistad y pasión por la literatura: Antón Castro, Mariano Gistaín, Ismael Grasa, Miguel Mena y Felix Romeo, entre otros.
Entre tantas páginas escritas le dio tiempo a casarse con su novia de siempre, Mª José Belló, hija del que fuera jugador y laureado entrenador zaragocista Luis Belló, y de tener dos hijos, Eduardo y Diego.
Tiene Ignacio aspecto de eterno adolescente y es culto y brillante, tierno -La ternura de Pisón tituló Luis Alegre una magistral semblanza suya- y divertido. Es en verdad un buen tipo y el más leal y generoso de los amigos que uno pudiera soñar.
No heredó de sus antepasados carlistas antiguos fervores políticos, pero sí un inveterado -y quizás inconsciente- amor a Zaragoza. Salió de aquí hace casi 20 años, pero no pasa un día sin que lea la prensa de su ciudad, ni un domingo sin que llame a algunos de sus amigos zaragozanos -forofos como él del Zaragoza- para comentar las incidencias del partido recién jugado y compartir con ellos la alegría de la victoria o la decepción de la derrota. Además mantiene casa en Zaragoza; recupera en cada una de sus frecuentes visitas su tradicional tertulia en un café de la calle Blancas; matricula siempre sus coches en nuestra ciudad, aquí sigue empadronado y aquí viene a votar para las elecciones.
Por todo ello, concluirían los antiguos cronistas de sociedad, al hacer a Ignacio Martínez de Pisón hijo predilecto de Zaragoza, nuestra ciudad se honra al reconocer en él a uno de sus hijos más ilustres. ¡Que se note¡ que diría Mariano Gistaín, y que le regalen por lo menos un abono para el fútbol.

José Luis Melero