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VICENTE MARTÍNEZ TEJERO
o la bibliofilia en estado puro
José Luis Melero Rivas
Letras Aragonesas, Nº 3,
septiembre de 2006
Aragón ha sido tierra fértil en grandes bibliófilos. Aquí nacieron, entre
otros muchos, Benedicto XIII (cuya excelente biblioteca inventarió el
profesor Galindo Romeo en 1929), Lastanosa, los marqueses de Ayerbe,
Martín y Francisco Zapater (cuyos libros irían con el tiempo a parar a
manos de los hermanos A. y J. de San Pío, uno de ellos, Álvaro,
catedrático en nuestra Universidad, quienes en 1907 editarían el catálogo
de su biblioteca en dos rarísimos volúmenes hoy inencontrables), Francisco
Manuel de Moner y Siscar (que reunió en Fonz una extraordinaria biblioteca
e imprimió él mismo libros en aquella localidad) y Juan Manuel Sánchez,
aquel legendario
médico de la Armada a quien debemos, entre otros libros, las ya clásicas
Bibliografía zaragozana del siglo XV y Bibliografía aragonesa
del siglo XVI y que, según contó Pedro Vindel en sus memorias, fue
dueño en su momento de la mejor biblioteca que había en España, que
desgraciadamente tuvo que vender en 1920 "por grandes pérdidas sufridas
con otras aficiones distintas a las de los libros". Juan Manuel Sánchez,
que firmó alguno de sus libros no con su verdadero nombre sino sólo como
"Un bibliófilo aragonés", utilizó en su ex-libris y en las
cubiertas y portadas de aquéllos un lema memorable que se ha hecho ya
clásico: "Todo por Aragón y para Aragón". Pues bien, Vicente
Martínez Tejero es el más importante bibliófilo aragonés desde los tiempos
de Juan Manuel Sánchez (quizá haya en Aragón una o dos bibliotecas
similares a la suya pero pertenecen a bibliófilos de corte coleccionista
que carecen de proyección social y perfil investigador) y su digno sucesor
en el trono de la bibliofilia aragonesa. Le une a nuestro bibliógrafo una
misma pasión por Aragón y una misma vocación investigadora que le ha
llevado a publicar numerosos libros y artículos en la mejor tradición de
los grandes bibliófilos como Gallardo, Rodríguez Moñino, Miquel y Planas
(de quien decía Sagarra que tenía "un aire de cura antiguo, de los que se
tomaban una copita de ratafía cada domingo y conservaban flores disecadas
en el breviario") o Sainz Rodríguez.
Un
bibliófilo sólo debe aspirar a tener un cierto reconocimiento social
cuando se den en él dos circunstancias o características que lo hacen
singular: que sus libros estén a disposición de la sociedad en la que vive
y trabaja, y que esos libros le sirvan para investigar y den origen a
diferentes publicaciones. Si un bibliófilo reúne un gran número de libros
pero nadie tiene acceso a ellos, ¿qué ganan sus conciudadanos con la
existencia de esa biblioteca? Y si no lee y estudia esos libros ni publica
sobre ellos ¿qué beneficio intelectual obtiene la sociedad por contar
entre sus miembros con ese bibliófilo? El bibliófilo que así actuara sería
sólo un coleccionista o acaparador de libros, un bibliómano con tintes
patológicos, que en poco o nada se diferenciaría de un vulgar
coleccionista de vitolas de puros o alfileres de corbata.
Así pues el bibliófilo que aspire a ser útil a su comunidad no puede ser
ágrafo ni avaro. Por el contrario, ha de ser generoso con sus libros y
debe escribir sobre ellos. Vicente Martínez Tejero posee esas dos
cualidades: una generosidad desmedida, que le ha hecho prestar sus libros
a cualquier investigador que se los solicitara
-yo
le digo medio en broma y medio en serio que tampoco es necesario que los
deje con tanta alegría y ligereza porque crea malos precedentes, y que
sería suficiente con que facilitase su consulta en casa como hace uno-,
y una importante vocación intelectual que le ha llevado a publicar
numerosos libros y artículos.
La
biblioteca de libros aragoneses de Vicente Martínez Tejero es, sin ningún
género de dudas, la más importante que existe actualmente en Aragón.
Comenzó a comprar libros hace ya cincuenta años, siendo estudiante de
Farmacia en Barcelona, y no ha parado de buscar los mejores y más raros
ejemplares hasta el día de hoy. En ella se encuentran representados todos
los libros aragoneses más importantes de las más variadas materias: de
Derecho y de Medicina, de Historia, Filología y Literatura, de Ciencias y
Artes, de Farmacia, de Botánica.... Ningún libro ha sido ajeno al interés
de Vicente Martínez si era importante para Aragón. Y no ha escatimado
esfuerzos en conseguir los libros más exquisitos y singulares, aquellos
que por su rareza apenas nadie conoce, los más delicados por sus
encuadernaciones o por sus dedicatorias autógrafas, los que proceden de
otras bibliotecas importantes por atestiguarlo así sus ex libris o marcas
de propiedad, y también los libros de apariencia más humilde, aquellos que
quizá no sirvan para vestir los plúteos de las bibliotecas de las casas
distinguidas pero que almacenan sabiduría en cada una de sus páginas.
En la
biblioteca de Martínez Tejero se encuentran las primeras ediciones de
Zurita y de todos los Cronistas de Aragón, de Gracián, de los Argensola,
las primeras Crónicas de Aragón, los más importantes libros de Derecho
aragonés y las más antiguas recopilaciones de nuestros Fueros, todas las
bibliografías y las historias locales, los libros de fiestas, los más
raros poemarios de las vanguardias, los libros de Ramón y Cajal y de Odón
de Buen, de Jarnés y Sender, de Servet y de Andrés Piquer, de Ángel
Samblancat y Miguel de Molinos, de Nipho y Jerónimo Borao, del general
Burguete y de Isidoro Villarroya. Así hasta casi el infinito. Su valor
científico y cultural es incalculable.
Es muy difícil además que nadie llegue ya a
formar una biblioteca de la importancia de la suya. Hoy día los grandes
libros apenas salen al mercado y cuando aparecen lo hacen a unos precios
tan elevados que imposibilitan en la práctica su adquisición. Vicente
Martínez conoció una época en la que todavía se podía comprar a unos
precios razonables, en los que la competencia con otros bibliófilos e
instituciones públicas y privadas no era tan dura como ahora. Eso le
permitió conseguir esos maravillosos libros que son la envidia de todos
los que los conocen.
De ahí
la importancia extraordinaria de que esa biblioteca permanezca en Aragón.
Porque conseguir reunir otra biblioteca unitaria –con Aragón como tema
central- de ese alcance y magnitud es, como digo, tarea ya irrealizable.
Con grandes esfuerzos (como se está haciendo por ejemplo en las Cortes de
Aragón gracias a los desvelos de Guillermo Redondo y al patrocinio de una
entidad de ahorro) podríamos encontrar algunos de estos libros, quizá un
veinte o un treinta por ciento del total. Pero ¿cómo conseguir esa
biblioteca en su plenitud, con la práctica totalidad de los libros
aragoneses más importantes? Sería hoy una labor casi imposible, que
Martínez Tejero ha podido hacer realidad después de toda una vida dedicada
a los libros antiguos.
Parece
que Vicente Martínez va a donar esa magnífica biblioteca al pueblo de
Aragón, representado en este caso por su Gobierno. Pocas veces un
ciudadano hace gala de un gesto tan desprendido y magnánimo. Ese acto de
generosidad le honra y todos debemos estarle agradecidos.
Extraordinariamente agradecidos, diría yo, pues se trata del mejor tesoro
cultural con el que podría soñar cualquier sociedad que se precie.
Cincuenta años buscando los mejores libros, pagándolos de su bolsillo,
para acabar regalándonoslos a todos. Es ciertamente una actitud tan
ejemplar como inusual y la mejor muestra que podría presentarse del
ciudadano culto, cultivado, progresista y comprometido con su territorio.
Creo por ello que nuestro Gobierno debería valorar extraordinariamente
esta donación (pues siempre existe la tentación de no reconocer
suficientemente el valor de lo que no se ha obtenido con esfuerzo),
homenajear a Vicente Martínez de la mejor de las maneras posibles,
otorgarle las más altas distinciones y, sobre todo, cuidar de sus libros
con el mayor de los esmeros: es la mejor herencia que van a recibir los
aragoneses del mañana.
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