PEPE VERÓN Y LA AMISTAD

Hablar de Pepe Verón es recordar su culto a la amistad y añorar la estrecha relación que mantuvimos. Él era muy afectuoso con sus amigos y conmigo lo fue siempre. Nunca fuimos íntimos, no éramos de vernos o llamarnos a todas horas, pero sí nos quisimos hondamente. El hecho de vivir él en Calatayud y yo en Zaragoza hizo difícil el roce habitual de los amigos que tienen la suerte de poder verse todos los días, pero jamás le faltó a cada uno sentir el calor del otro.

Descubrí lo amable y cariñoso que podía llegar a ser en un viaje que hicimos un grupo de amigos a Calatayud hace muchos años. Le pedí entonces si podría hacernos un recorrido cultural por la ciudad, esa ciudad que él tan bien conocía y de la que era cronista oficial. Pepe se desvivió por nosotros y nos dedicó todo el día. Visitamos la judería, con la sinagoga mayor y la de Hiladores, y todo el casco histórico: la puerta de Terrer, la Fuente de los Ocho Caños, la iglesia de San Pedro de los Francos, la de San Juan el Real, la de San Andrés, la Colegiata de Santa María, distintos palacios, entre los que recuerdo el de Erlueta y el del barón de Warsage, el arco de San Miguel… Comimos, a petición nuestra, en el Mesón de la Dolores (ese mesón a cuyo lado estaba la casa natal de Sixto Celorrio, hoy ya desaparecida, en la que había colocada una placa que decía: “Aquí nació / Sixto Celorrio Guillén / Inspirado poeta popular / Amó siempre a Calatayud / Mereció lauros y gloria”), y no paró de hacernos fotos a lo largo del día, todo ello con la mejor de sus sonrisas. En esa visita se selló nuestra amistad para siempre.

Le presenté algunos de sus libros en Zaragoza y asistí a otras muchas de sus presentaciones, en las que traté, con no demasiada suerte, de quitarle la costumbre de agradecer por sus nombres, uno a uno, a los amigos que habían querido acompañarlo. Pepe lo consideraba atención de gran delicadeza y, efectivamente, lo era… siempre que no te dejaras de citar a alguno. Como era imposible mencionar a todos, a veces estuvo a punto de producirse algún pequeño desaguisado o desencuentro.

Un gesto de gran afecto y generosidad conmigo fue su petición de que le escribiera el prólogo de su libro Cancionero del café (Pequeños poemas para leer y cantar) que el Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución Fernando el Católico le publicaría en 2014. Presentamos el libro, en febrero de 2015, en el Ámbito Cultural de unos grandes almacenes de Zaragoza y vinieron a cantar Nacho del Río y Beatriz Bernad. Fue una tarde inolvidable y yo me guardé el ejemplar que Pepe utilizó aquel día para leer las coplas. Me escribió en él una dedicatoria muy emotiva, en la que, entre otras cosas muy hermosas, me llamó “defensor de la verdad”. Aquello me gustó mucho, pues es uno de los grandes rasgos que identifican y definen a los aragoneses y explican nuestro carácter: la defensa de la verdad. En aquel prólogo yo valoraba especialmente que un poeta culto como él hubiera decidido escribir poesía popular y cambiar la seda de la lírica elitista y minoritaria por el percal de las coplas destinadas al consumo del pueblo, porque en Pepe todo fue siempre de verdad y jamás hubo impostación. Además, desde Calatayud se veían muy lejos las academias, los cenáculos y las camarillas, tan lejos que a Verón su opinión le importaba, en verdad, una higa. Había demostrado ya sobradamente su perfil de poeta culto y no tenía por qué avergonzarse ni pedir perdón por escribir las coplas que el pueblo demandaba. Y en cualquier caso, nada de esto era nuevo: muchos de los más grandes poetas habían escrito romances, coplas, alegrías o aleluyas populares. Pepe cultivó todo tipo de lírica popular. Fue un consumado maestro cuando escribía coplas poéticas (“Una tarde de febrero / el viento se la llevó, / y el silencio repetía / los ecos de aquel adiós” o “La mar bravía parecen / tus ojos cuando me miran, / porque son grandes y azules / y a naufragar me convidan”), amorosas (“Tú y yo sabemos muy bien / que hay dos clases de amoríos: / unos, todos los demás / y otros, el tuyo y el mío”), ingeniosas o conceptuales, tan propias siempre del acervo cultural aragonés (“Tú me dirás que anduviste / si yo te digo que andé. / ¡Anduviendo pues, sabihonda, / o perderemos el tren”) o definitorias de su personalidad (“Soy, como dijo Sender, / un aragonés cabal, / que come pan, bebe vino / y que dice la verdad”). Y uno ha disfrutado mucho de sus coplas humorísticas, ya desde aquellas espléndidas que publicó en Cantos de tierra y verso (2002): “Una mujer de mi barrio / siempre lleva la contraria: / oye menos que un pandero / y es más gorda que una tapia” o “Un concejal en un pleno / armó un lío de los grandes, / porque hablando de los burros, / siempre miraba al alcalde”. El humorismo fue desde siempre un rasgo muy destacado en la poesía popular de Verón, especialmente en sus coplas de jota escritas para ser cantadas en rondas, fiestas y lifaras. Ese humorismo somarda y socarrón, siempre fino e inteligente, tuvo en Alberto Casañal, Sixto Celorrio, José Iruela, Luis Sanz Ferrer, Gregorio García-Arista y, más recientemente, en Joaquín Yus a algunos de sus más grandes divulgadores. Y a ellos se sumó, superándolos notablemente en delicadeza, calidad y sentido poético, José Verón, para gozo y disfrute de los mejores cantadores y aficionados a la jota aragonesa.

Ya unos años antes, concretamente en 2005, cuando preparé una selección de coplas (“Las cuarenta principales”, las llamé, pues 40 fue el número de las elegidas), para el primer tomo de La jota ayer y hoy que editó Prames bajo la dirección de Plácido Serrano, y en el que también colaboró un gran investigador y entusiasta de la jota como Javier Barreiro, elegí una copla de Pepe para cerrar esa antología de las mejores cuarenta coplas de la historia (imposible propósito, en verdad, pues podían haberse confeccionado muchas otras antologías como esa), una copla que en 2009 grabaría la cantadora bilbilitana Yolanda Larpa en su disco Caminico de tu casa: “No quise marcharme fuera / ni quise quedarme aquí; / yo nunca he querido nada / hasta que te conocí”. La elección de esa copla estaba justificada, pues a mí me parece muy hermosa, pero era también una demostración de cariño y un acto de justicia hacia Verón: él no podía estar ausente en una antología de coplas aragonesas. Verón bebía, además, de las mejores fuentes de la tradición bilbilitana, pues ninguna otra ciudad aragonesa ha tenido tal vez tanta pasión por las coplas de jota y ha dado tantos cultivadores del género: Juan Blas y Ubide, Sixto Celorrio, Joaquín Dicenta, Jacinto del Pueyo, Justo Navarro Melero, Francisco Lafuente Zabalo, Ángel Genís, Narciso Pujalá (médico zaragozano afincado en Calatayud, donde residió siempre), Pedro Montón, Juan Mendoza Nieto, José María Muñoz Callejero, Ángel Raimundo Sierra (autor de la inolvidable “De chico fui monaguillo / y de mozo, sacristán;  / ahora soy el campanero: / ¡qué carrera más triunfal!”), Marcelo Catalá, María Pilar Zabalo, Lucio Manuel Sánchez, José María Malo, Ignacio Galindo del Hierro, David Júlvez, Antonio Molina Esteban, Lucas Terrer y otros muchos precedieron a Pepe en el cultivo de la copla, aunque ninguno de ellos, es verdad, alcanzó nunca la calidad y la dimensión de éste.

En mi relación con Pepe hubo también un momento importante y emotivo. Tuve la suerte de poder formar parte del Jurado que unánimemente le concedió el Premio de las Letras Aragonesas 2013. La entrega tuvo lugar en el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos Pablo Serrano de Zaragoza el 25 de abril de 2014, y sé que fue uno de los días más felices de su vida. También fue un día gozoso para mí, pues tener el privilegio de poder dar mi voto para que Pepe ganara el más importante de los premios literarios aragoneses, el que se concede a la labor de toda una vida, fue algo muy especial. El premio se justificó “considerando su dilatada trayectoria multidisciplinar, orgullo de las letras aragonesas”, pues su obra “refleja una dimensión humana y su enraizamiento con la sociedad de su tiempo”. Por todo el cariño que siempre le tuve me sentí muy cerca de él ese día, y disfruté del momento en el que José Verón, el mejor y más aventajado tataranieto de Marcial, se convertía en el más importante escritor bilbilitano de su historia reciente.

Pero ¿cómo era en realidad José Verón Gormaz? ¿cómo lo veían sus amigos?

Uno de los mejores fue Manuel Micheto, médico, fotógrafo y, desde hace algún tiempo, crítico literario del suplemento “Artes & Letras” de Heraldo de Aragón. Me entrevisté con Manuel el domingo 7 de enero de 2024 y hablamos de muchos temas. Comenzamos recordando a los que fueron los mejores amigos bilbilitanos de Pepe: el médico, poeta y fotógrafo ya fallecido Raúl-Wenceslao Fernández, que llegó a publicar unos cuantos libros de versos hoy poco recordados, la sanitaria Pilar García Torcal, el fotógrafo Carlos Moncín, que fue jefe de fotografía en Heraldo de Aragón, también fallecido, y el propio Manuel Micheto. Una vez a la semana, Micheto iba a su casa, se ponían las danzas de Terpsichore, de Michael Praetorius, y se abrían una botella de buen vino (Pepe fue un amante de los buenos caldos y tenía una notable enoteca), veían fotos, hablaban de libros… Antes de su enfermedad, todos los sábados salían a cenar los dos matrimonios: Pepe y Aurora Lassa, y Micheto y Elisa Giménez; y a veces también se les unían Raúl W. Fernández y su mujer Isabel Martínez.

En cuanto a la condición de fotógrafo de Pepe, Micheto lo considera su maestro en la fotografía. Al principio utilizaron siempre el blanco y negro y también hicieron muchas diapositivas. Salían a hacer fotos los fines de semana, sábados o domingos por la mañana, y también alguna tarde para fotografiar los atardeceres. Les gustaba fotografiar los barrios altos de Calatayud y los parajes naturales de los alrededores; y Pepe disfrutaba mucho en la Semana Santa bilbilitana haciendo fotografías, algunas de las cuales fueron premiadas. Para la Expo 2008 le encargaron a Pepe que hiciera fotos de todo Aragón. Micheto lo llevaba en su coche e hicieron en un año más de 11.000 kilómetros. De ese viaje salió también una exposición de Micheto: “La piel de Aragón”, una colección de fotografías que se expuso en la Aljafería. A pesar de que Pepe era algo reacio al asociacionismo, llegó a ser vicepresidente de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza; y cuando se creó una Sociedad Fotográfica en Calatayud se le puso su nombre: Asociación Fotográfica Bilbilitana José Verón. Pero él no fue el impulsor: su individualismo feroz hacía que le costara agremiarse.

¿Cómo definía Manuel Micheto a Pepe? “Era muy buen amigo, de una gran nobleza, podías pedirle cualquier cosa, que ahí lo tenías siempre. Andaba sobrado de sentido común. No le gustaban las fiestas multitudinarias; era más amigo de los ambientes íntimos. Tenía un humor muy socarrón. Solía ser muy paciente y aguantaba a veces hasta más de la cuenta. Pero cuando llegaba a un límite, se enfadaba mucho. Lo hacía pocas veces, pero cuando se irritaba era muy notorio su enfado. Era también generoso. Pepe y yo trapicheábamos y nos vendíamos cámaras fotográficas uno a otro. Y también plumas estilográficas. Pepe llegó a tener más de 300 estilográficas, entre ellas las primeras Parker. Nunca tuvimos un problema.”

¿Y cómo era Pepe en su vida personal? “Tuvo dos hijos: José Juan y Aurora. Estudió ingeniería agrícola y era dueño de una empresa de semillas junto a sus dos hermanos. La habían heredado de su padre. Las semillas de los pimientos de Padrón salían de la empresa de Pepe en Calatayud”. Según Micheto, “se recolectaban con máscaras antigás por la virulencia del picante”. Yo eso, la verdad, no lo había oído nunca. En los años 70 fue un gran fumador de puros, aunque dejó de fumar pronto. Le gustaban mucho el ‘Partagás Chico’ y el ‘Davidoff Lancero’. Fue también gran aficionado al whisky escocés de malta: Macallan, Tomatin, Glen Grant… Era muy aficionado al cine y puso en marcha un cineclub en la UNED de Calatayud; y uno o dos miércoles al mes se proyectaban películas comentadas por gentes como Julio Fuentes (director en aquel momento de la UNED), Antón Castro, Ana Lagunas (que era entonces la secretaria de la UNED), el propio Micheto, la profesora del Instituto Rosa Ibáñez, o Pepe Verón hijo, entre otros. Era buen lector y muy selectivo. Leyó mucha poesía: Borges, Valente, Ezra Pound, Gamoneda… y Lorca sobre todo. En política, según Micheto, Pepe era de su propio partido: aplicar el sentido común. Nunca militó en ninguna organización. Micheto lo calificaría como un hombre de centro izquierda.

Otra de sus mejores amigas como hemos dicho fue Pilar García Torcal, “Lipi”, como Pepe la llamaba. Pilar, técnico en cuidados auxiliares de enfermería (TCAE), que ha trabajado siempre en quirófano, y psicóloga, se emociona al evocarlo. “Me sentía como de su familia” y añade: “En Calatayud no había nadie como Pepe. Era el mejor observador del ruido de la vida”. Recuerda que siempre llevaba libretas en los bolsillos y tomaba notas. Desde los 17 o 18 años Pilar estuvo a su lado. Raúl W. Fernández y ella fueron grandes amigos de Pepe y leyeron poemas suyos en algunas presentaciones o recitales. Pilar, que estuvo siempre muy pendiente de su enfermedad, destaca de Pepe su gran calidad humana, su humildad, su sutil ironía, su sentido del humor y su gran inteligencia. “Sabía escuchar muy bien”, me dijo, y piensa que se sentía más poeta que fotógrafo, aunque siempre llevaba la cámara encima y hacía fotos sin parar. Cuando le pedí que recordara a sus amigos, Pilar cita a los mismos que Micheto, pero añade al poeta y médico Mariano Castro y al cantador Nacho del Río. Respecto a ese culto a la amistad de Pepe, García Torcal tiene muy presente y me recuerda la frase atribuida a Albert Camus: “No camines detrás de mí, puede que no te guíe. No andes delante de mí, puedo no seguirte. Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo”. Y también la de Baltasar Gracián: “Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. Pepe tenía los mejores amigos. Dice que no hablaba mucho de política, pero siempre que lo hacía era de modo constructivo y matizando las cosas. “Sentía ternura por los suyos porque era un hombre muy familiar y amaba con pasión a su familia. Su familia lo era todo para él. Perdonaba cualquier cosa sin emitir juicios y adoraba a Aurora”.

Javier Barreiro fue también uno de sus grandes amigos. Fundaron juntos un grupo poético, publicaron un libro conjunto, jugaron al fútbol, bebieron, hablaron de música y literatura y se escribieron y hablaron por teléfono durante medio siglo. Verón, que enviaba a Barreiro sus poemas antes de publicarlos, le propuso hacer una antología de su obra, le encargó un prólogo y lo nombró miembro del jurado en la mayor parte de los premios de Poesía “José Verón Gormaz” convocados. Barreiro ha sido el mayor estudioso de su obra y quien más textos críticos ha publicado sobre él.

Antón Castro, otro gran amigo suyo, conoció a Pepe en el verano de 1987 durante el rodaje de ‘El aire de un crimen’. Dice Antón que “con el paso de los años fue desplegando su afecto en envíos, cartas, llamadas y confidencias. Me regaló su primera cámara digital y muchas de sus fotos. Todos los años me invitaba a su ciclo de cine y aquel era un día señalado en el calendario: nunca Calatayud fue tan bello, tan evocador, como en aquellas noches en que hablábamos de amistad y de poesía con entrañables amigos. Al día siguiente te decía: “He rejuvenecido””.

Uno de sus amigos y editores más fieles (le editó tres libros en la colección ‘La Gruta de las Palabras’) fue Fernando Sanmartín, que lo recuerda como “un tipo bondadoso, que usaba una elegancia infrecuente cuando algo no le parecía bien y daba siempre el primer paso para reforzar la amistad”. Trabajó, además, con él en la producción y montaje de ‘Frío’, una exposición fotográfica que pudo verse en el palacio de la Aljafería en el año 2018, lo que les dio la oportunidad de hablar de “Cartier-Bresson y Doisneau, de Manuel Micheto y Carlos Moncín, de gente generosa y de algún intratable”. Dice Sanmartín que Verón “perteneció siempre al grupo de personas con las que más he hablado por teléfono. Eran conversaciones largas y divertidas, nada superficiales, con un afecto recíproco. Las echo mucho de menos”.

Todos los testimonios citados, y mi propia experiencia personal, avalan que Verón fue uno de esos amigos que dejan huella para siempre. Pocos son recordados por tantos con igual devoción y nostalgia. Porque sus amigos tuvimos la suerte de conocerle y de quererle y ese privilegio nos acompañará toda la vida.

 

                                                                                              José Luis Melero