El marqués y la esvástica
Rosa Sale Rose y Plàcid García-Planas.
Anagrama. Barcelona, 2014. 501 páginas.
DE CANALLAS, COLABORACIONISTAS Y SOPLONES
(Publicado en Heraldo de Aragón del 29 de mayo de 2014)
José Luis Melero
Siempre supimos que César González-Ruano, además de un grandísimo escritor, había sido un personaje abyecto, un miserable de tomo y lomo. Todos los testimonios que sobre él conocíamos hasta ahora así lo aseguraban. Pero no había pruebas concluyentes. Éstas han llegado con un libro demoledor: ‘El marqúes y la esvástica’, de Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas, que investiga la relación de Ruano con los judíos en el París ocupado. La honestidad intelectual de los autores les hace reconocer al final del libro que no han logrado alcanzar el que fue su primer objetivo: confirmar las acusaciones que Eduardo Pons Prades lanzó contra el escritor de estar implicado en las matanzas de judíos en Andorra. Pero es tan grave lo que, al hilo de esa investigación, han ido descubriendo y han conseguido probar sobre Ruano que, aunque éste fuera del todo inocente de aquellas durísimas acusaciones, nadie podrá levantar ya, después de este libro, la inmensa losa de descrédito que le ha caído encima para siempre. Y hablo de “honestidad intelectual” porque los autores podrían hacer silenciado aquel objetivo inicial a la vista de su imposibilidad para cumplirlo, y limitarse únicamente a ofrecernos sus muchos descubrimientos sobre la actitud y el comportamiento del escritor en aquellos años, que por sí solos justifican sobradamente la lectura de este libro. Sala y García-Planas demuestran que Ruano fue un periodista corrupto que estuvo a sueldo de la Alemania nazi para hacer “propaganda ideológica envenenada” y que firmó, también por dinero, artículos que otros escribían por él ponderando las virtudes del nacionalsocialismo; que, aprovechándose del terror y del estado de necesidad en que vivían los judíos, traficó con los salvoconductos que éstos precisaban, los engañó y estafó alevosamente y, como consecuencia de ello, algunos acabaron deportados a campos de concentración de los que ya nunca saldrían; que fue un chivato que acabó delatando a la Gestapo a sus propios compañeros de la prisión de Cherche-Midi; y que, a raíz de esas delaciones, en junio de 1948, un Tribunal de Justicia de París lo condenó en rebeldía, por “inteligencia con el enemigo”, a la pena de 20 años de trabajos forzados y a la confiscación de todos sus bienes, lo declaró en estado de “indignidad nacional” y lo sometió a “degradación nacional”. Casi nada. La transcripción de algunos fragmentos de las crónicas que Ruano escribió para ‘ABC’ mientras fue corresponsal en Berlín nos sobrecogen: Hitler es definido, por ejemplo, como un hombre “simple y genial, encarnación exacta de nuestro tiempo, como un ángel con gabardina y bigote que se coge las alas todos los días en las puertas de las cervecerías de Munich”; y la noche en que los nazis quemaron por primera vez libros frente a la Universidad de Berlín, Ruano confesará: “Otros lamentarán que ardieran Remarque y Ludwig. Yo no”. Ya no me sorprendió, por tanto, enterarme de que su libro ‘Seis meses con los nazis’ (que yo nunca había querido leer hasta ahora) lo financió en 1933 la embajada alemana en Madrid y que la primera parte del mismo, casi con total seguridad, no es obra suya. Todo para echarse a llorar. Hay además en el libro hallazgos sorprendentes con los que Sala y García-Planas se iban tropezando mientras rebuscaban en archivos o entrevistaban a protagonistas (o descendientes de protagonistas) de su historia. Uno de los más llamativos, que se encuentra en un informe reservado de 1941 de la Policía Política de Mussolini, es la noticia de que la actriz Carmen de Navascués -tía carnal de Mary de Navascués, la compañera sentimental de Ruano durante tantos años- fue una de las amantes del rey Alfonso XIII, con el que tuvo una hija en 1926 que eleva a seis el número de hijos ilegítimos conocidos del monarca. Esta hija, Mimito, que nació entre los dos hijos bastardos que el rey tuvo con su amante más conocida, la actriz Carmen Ruiz Moragas (o sea, que Alfonso XIII engañaba hasta a su amante oficial), se convirtió en cantante y con su verdadero nombre, Carmen Gravina, grabó diferentes singles en los años sesenta (uno de ellos con orquesta dirigida por el maestro Rafael Ibarbia), que se van a convertir después de este libro en piezas singulares codiciadas por los coleccionistas de viejos vinilos. Y fue triste descubrir por boca de Rose-Hélène Iché, sobrina de Laurence Iché, la mujer del pintor aragonés Manuel Viola, que éste se prostituyó en París: “Llegó a París como refugiado, sin dinero y sin papeles. ¿Qué querías que hiciera?”. En el libro, que termina con la noticia de que la Fundación Mapfre ya ha anunciado la supresión del Premio César González-Ruano de Periodismo, aparecen personajes tan siniestros que casi hacen bueno a nuestro escritor: guías de montaña que en lugar de conducir a los judíos a la libertad los despojaron de todas sus pertenencias y los abandonaron a su suerte, cuando no los asesinaron; especuladores que se hicieron ricos aprovechando los horrores de la guerra; gentes de toda condición que se lucraron del dolor ajeno… Tantos, que como se nos recuerda al final del libro lo terrible no es que Ruano fuera así. Lo terrible es constatar los muchos que fueron como él.
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