Presentación de

Radiografía de una pasión. Memorias de un doctor zaragocista

de Jesús Villanueva

Aula magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, 7 de noviembre de 2018

 

 

 

Aunque yo solo tenga publicados ocho o diez poemas en toda mi vida, y de eso haga ya más de 40 años, tengo un certificado de calidad expedido por el maestro Dámaso Alonso. Éste, poeta de la generación del 27, catedrático y director de la RAE, una vez me firmó su Hijos de la ira con esta dedicatoria: “al poeta JLM, con el afecto de su amigo Dámaso”. Así que cuando se habla de poesía en mi casa y la discusión sube de tono, yo saco mi libro y hago valer mi certificado de poeta expedido por el maestro Dámaso Alonso.

        Estoy seguro de que hoy todos estaremos de acuerdo aquí en que el doctor Villanueva, después de toda una vida de médico en el Zaragoza y de no haberse perdido ni un solo partido, es un maestro del zaragocismo, una autoridad, el Dámaso Alonso del zaragocismo. Pues bien este maestro ha escrito en este libro, página 160: “Pepe Melero y Fernando Zamora son LOS MAYORES ZARAGOCISTAS que he conocido”. Si don Dámaso decía que yo era poeta habría que creerlo; y si Jesús dice que soy, junto con Zamora, el mayor zaragocista que ha conocido habrá que creerlo también. Así que reclamo a partir de ahora el tratamiento y respeto debidos al mayor zaragocista de la historia (ex aqueo con mi queridísimo Zamora, eso sí), y todo lo que diga a partir de este momento, en esta presentación de un libro zaragocista, deberá tomarse como si lo dijera el Oráculo de Delfos.

        Cuando Jesús llegó a Zaragoza desde Salamanca en 1969, conoció a la que iba a ser la ciudad de su vida. Y conoció al equipo de su vida. Eso pasa siempre con Zaragoza, que es la ciudad más cordial y acogedera del mundo; y con el Zaragoza, que es el mejor equipo del mundo. Estos días Fernando Aramburu,  el autor de Patria, acaba de dedicarnos un texto memorable recordando sus años en Zaragoza y cómo se sintió aquí integrado y querido desde el primer día. Y es hermoso darnos cuenta de cuántos futbolistas del Zaragoza vinieron a nuestra ciudad y se quedaron entre nosotros, porque se sintieron queridos y respetados: Luis Belló, Avelino Chaves, Manolo Nieves, Canario, Reija, Rico, Manolo González, Juan Morgado, Juan Manuel Villa, Juan Señor, Xavi Aguado, David Generelo, Andoni Cedrún, Javier Paredes, Sigi, Manolo Fontenla, Pedro Herrera, Ander Garitano… y tantos otros.

Desde mucho antes de conocerlo, ya tenía de Jesús Villanueva las mejores referencias. En los ambientes zaragocistas de mayor pedigrí se decía siempre que el doctor Villanueva era todo un personaje: hombre de mundo, guapo, simpático, seductor… y zaragocista a carta cabal. Parecía tener amistad con todos los médicos especialistas que el club pudiera precisar y sabía a quiénes de sus colegas debía dirigirse para solucionar cualquier problema médico que surgiera en el equipo. Él, naturalmente, no podía saber de todo, pero sí tenía todos los contactos precisos para que se atendiera a nuestros jugadores (y a sus familiares, y a los empleados del club, y a los directivos, y a los periodistas… y a quienes hiciera falta, porque Jesús de todos se ocupaba) cuando lo necesitaran. Me decían también que Villanueva era hombre de lealtades: de lealtad al club que le pagaba y de lealtad a sus muchos amigos, a los que no abandonaba nunca. Y aquello, sin conocerlo, me gustaba.

Llegó el momento de conocerlo cuando me hicieron consejero del Zaragoza en la temporada 2006-2007. Y pude comprobar entonces que todo lo que me habían dicho de él era cierto. Como yo viajaba casi siempre con el equipo a todos los desplazamientos (hice en mis años de consejero más de cincuenta viajes con el Zaragoza), empecé a coger la costumbre de dar por las mañanas del día del partido un largo paseo con Jesús Villanueva. A él le gusta mucho caminar, conoce bien todas las ciudades por haber estado en ellas decenas de veces, y me llevaba de aquí para allá como si estuviéramos en el salón de su casa. A esos largos paseos se sumaban muchas veces Manuel de Miguel, nuestro buen amigo y entonces director de comunicación del Zaragoza, y Juan Morgado, que era en aquellos años el delegado del club. Comenzamos a tomarnos cariño y nuestra relación se hizo muy especial. Él es un hombre con formación, con la suficiente finura intelectual como para apreciar las cosas que yo le contaba y le pedía. Y así en diferentes días de partido me acompañó a librerías de viejo, como a la de Antonio Mateos en Málaga, a la casa de Blasco Ibáñez en la Malvarrosa, en Valencia, o a visitar el retablo de Miquel Barceló en la catedral de Palma. Él disfrutaba conmigo, porque no había conocido en el mundo del fútbol a nadie de mi perfil, y yo me sentía muy a gusto con él, mientras me contaba mil y una historias de sus muchos años de servicio al Zaragoza. Algunas de esas anécdotas están incluidas en este libro y otras -bastantes otras- no, porque no puede contarlas.

Los dos éramos tal vez los zaragocistas más obstinados e irreductibles que viajábamos con el equipo; y teníamos una característica común: ni él ni yo podíamos acabar de ver los partidos cuando el resultado era incierto. Así que muchas veces nos encontrábamos Villanueva y yo paseando por los vomitorios, cuando faltaban pocos minutos para que concluyera el partido, porque habíamos abandonado el palco y no teníamos valor para ver en directo el final. Nos cruzábamos sin hablarnos, paseando como dos fantasmas, él fumando un cigarrillo tras otro, y yo creyendo ingenuamente que así tal vez pasaría el tiempo más rápido. Su fanatismo, por tanto, su incondicional zaragocismo, ejemplar y apasionado, no me lo tiene que explicar nadie: lo he visto yo y lo he vivido a su lado. Esa imposibilidad de ver los minutos finales en directo, cuando el marcador era ajustado, nos unió mucho también, pues éramos como digo los únicos de toda la expedición zaragocista que sufrían aquella patología, y nos sentíamos como si fuéramos los hermanos mayores de una cofradía de chiflados enfermos de zaragocismo.

Nuestra relación se mantuvo siempre igual de estrecha mientras yo estuve en el club. Cuando en diciembre de 2009 todo el Consejo de Administración, con Eduardo Bandrés a la cabeza, presentó la dimisión, no solamente no dejamos de tratarnos sino que seguimos viéndonos a menudo y desde entonces quedamos para cenar, junto con un pequeño grupo de amigos, una vez cada dos meses. En una de esas cenas yo le propuse que tenía que escribir sus memorias de zaragocista. Le insistí mucho porque creía que tenía una gran cantidad de cosas interesantes que contar y porque pensaba que sería una lástima que, alguien que había disfrutado de una situación tan privilegiada dentro del club, no dejara constancia de su paso por éste. Jesús se dejó convencer pronto y a los pocos meses ya me mandó un puñado de folios. Así se gestó este libro que hoy presentamos a mayor gloria de la historia del Zaragoza.

Villanueva narra toda su vida con el Zaragoza en el libro, desde que entró en el club en el mes de junio de 1982 -siendo presidente Armando Sisqués y entrenador Leo Beenhakker- hasta su salida en enero de 2015. Y lo escribe sin pelos en la lengua, con respeto hacia todos, pero contando cosas que a muchos les llamarán la atención por su valentía, sinceridad y crudeza. Dejó el arbitraje -siendo ya colegiado de Primera División, pues lo habían ascendido ese mismo año- para trabajar en una primera etapa codo con codo con Enrique Pelegrín, y suceder a éste como médico del club unos pocos años más tarde; y a partir de ahí Jesús Villanueva vivió ya siempre por y para el Zaragoza, sin perderse ni un solo partido de nuestro equipo, ya fuera oficial o amistoso. Guarda de Pelegrín (de “guía, maestro y amigo”, lo califica en el libro) el mejor de los recuerdos y, agradecido a quien le ayudó en sus comienzos, le dedica algunas líneas conmovedoras.

En el libro hay semblanzas inolvidables como la del secretario general Julián Díaz (“el auténtico factótum del Real Zaragoza”, pues en el club “no se movía un papel sin su consentimiento”, Leo Beenhakker, Andrés Magallón (que era un “genio” y que cuando Jesús se iba de juerga con Beenhakker le decía aquella famosa frase atribuida a Indalecio Prieto: “Me das más miedo que un requeté recién comulgado”), Avelino Chaves, Jorge Valdano (que tuvo un “comportamiento ejemplar” mientras fue jugador de nuestro equipo), Eugenio Vitaller (que no sólo era un extraordinario portero, sino “un grandísimo jugador de cartas, quizá el mejor que hubo en el Real Zaragoza”), el defensa Canito (que vino a sustituir a Salva y guardaba en su casa más de doce mil películas de vídeo, no porque fuera un gran cinéfilo, sino “porque en Sevilla había sido propietario de un videoclub y cuando cerró el negocio se trajo consigo casi todo el material”), o los entrenadores Paco Flores (“un hombre coherente, leal y sincero” y “el único capaz de tener contentos a titulares y suplentes”, pero el menos diplomático que Villanueva ha conocido en su vida) y Marcelino García Toral (“un hombre desconfiado, tal vez con manía persecutoria”, que creía que todo el mundo era su enemigo y que “trabajó mucho para conseguirlo”). De este tipo de semblanzas está lleno todo el libro, que es un maravilloso recorrido histórico y sentimental por más de tres décadas de zaragocismo. Y el anecdotario es, como se espera de un libro como éste, tan abundante como jugoso, destacando, entre otras muchas, las anécdotas referidas al presidente Alfonso Soláns Serrano (todo un personaje, muy representativo de una época y una manera de hacer las cosas que no volverán), que son las más divertidas de todo el libro.

Villanueva también trata de explicar asuntos controvertidos en la historia reciente del Zaragoza, como el gol del defensa Goicoechea en propia puerta, en un partido contra el Athletic de Bilbao, en el que ambos equipos habían pactado el empate:

“Es la primera vez que presenciaba un choque pactado, de no agresión, por llamarlo de alguna manera. El empate les venía muy bien al Athlétic y al Real Zaragoza para cumplir sus respectivos objetivos. Todo transcurría con placidez hasta que un despeje lejano del Athlétic se convirtió en gol. Era el minuto 56. A partir de entonces, nuestro equipo se lanzó al ataque desaforadamente. A la vez, el defensa Goicoechea no hacía más que cometer penaltis, pero el árbitro, de forma incomprensible, no pitaba ninguno. En el minuto 85, para alivio de todos, el propio Goicoechea se metió un gol en su portería. Misión cumplida”; la dimisión del presidente Ángel Aznar después de ganar la Copa del 86; las primas “patrocinadas” del Huesca a sus jugadores para ganar al Zaragoza un partido de pretemporada, inventadas, según nos cuenta, por Javier Tebas, del que dice muchas cosas que no tienen desperdicio (capítulos 32, 34, 35 y 36); las “atenciones especiales” que se dispensaban a los árbitros que venían de países del Este, en la época en que los clubes debían ocuparse de ellos; el intento de despido como mánager de Paco Santamaría, quien fuera central del equipo de los Magníficos, impulsado por una oposición liderada por José Ángel Zalba a la que “le importaba un bledo el equipo”; su viaje a Alemania para traerse a un Andreas Brehme desaparecido;  las artimañas que a veces se utilizan en el fútbol: “En Copa ocurrió un extraño incidente en la eliminatoria contra el Málaga, cuyo partido de vuelta tenía que jugarse en diciembre. El club andaluz solicitó la suspensión del choque por una alergia que había sufrido toda la plantilla malacitana. Una alergia colectiva por el uso de un detergente. Muy raro, ¿no les parece? No nos lo creímos, la verdad. Casualmente, el Málaga tenía entonces a cinco titulares de baja y le interesaba que se aplazara el duelo copero. Por increíble que parezca, la epidemia terminó justo cuando se recuperaron los lesionados. La artimaña no les sirvió de nada y el 14 de enero los eliminamos”; la indiferencia que siempre sintió por el Zaragoza la alcaldesa Luisa Fernanda Rudi, quien un mes antes de su elección había declarado que no le gustaba el fútbol y que no sabía si vería el partido de la final de París por televisión; las retiradas forzosas de Juan Señor y César Láinez; o la tradicional falta de apoyo al club por parte de las instituciones, con excepción, nos recuerda, de un levantamiento de embargo por parte del alcalde Ramón Sáinz de Varanda, el aval que concedió al Zaragoza el Gobierno de Aragón siendo consejero de Economía Eduardo Bandrés, y una ayuda de la Diputación Provincial de Zaragoza presidida por Luis María Beamonte.

Nos cuenta en el libro otras muchas cosas tan interesantes como ésta del juez Garzón:

“Con Óscar había quedado en Madrid el día de la reaparición de José Tomás en las Ventas. Llamé al empresario aragonés Arturo Beltrán para saber si tenía entradas; no sólo las tenía, sino que me invitaba a comer a su fabuloso palacete de la calle Serrano. Nunca había estado con tanta gente VIP, de la farándula, la política, la televisión, el mundo empresarial y el judicial. Ahí estaban, por ejemplo, los jueces Baltasar Garzón y Fernando Andreu, y la fiscal Dolores Delgado, que en 2018 sería ministra de Justicia. Del juez Garzón me sorprendió lo bien que contaba chistes; se podía haber dedicado a hacer monólogos. De allí nos fuimos todos a los toros, en una comitiva de varios coches y con fuertes medidas policiales. Recuerdo que íbamos con el tiempo justo para los toros, pero Garzón me dijo que no me preocupara: el escolta que iba delante sacó una sirena, la puso encima del vehículo y se acabaron los atascos”.

O los consejos que el gran Andrés Magallón les daba a los jugadores: “Los jugadores, que llevaban varios días por Andalucía debido a un partido anterior en Cádiz, se olvidaron del cansancio y decidieron regresar a Zaragoza a medianoche. Recuerdo que Andrés Magallón les dio un sabio consejo: “Avisad a vuestras mujeres que vais a llegar antes de lo previsto, no sea que les queráis dar una sorpresa y la sorpresa os la llevéis vosotros”

Todo el libro es un apasionado canto de amor al Zaragoza, escrito por alguien que sabe muy bien de lo que habla, por alguien que es historia viva de un club al que sirvió con ejemplar dedicación durante media vida. A ningún zaragocista decepcionará su lectura, porque le proporcionará una gran información de primera mano y le hará sonreír muchas veces con su rico anecdotario.

Tras 50 años entre nosotros, Jesús Villanueva sabe que su elección de ciudad y de equipo fue la acertada. En ningún sitio y con ningún otro equipo hubiera podido ser más feliz. Muchas gracias.