Antón Castro, Premio Nacional de Periodismo Cultural

José Luis Melero

Parece estéticamente feo escribir sobre el director de un suplemento cultural en el mismo suplemento que éste dirige. Podría pensarse que se escribe inducido por él  o, lo que no sé si sería peor, para adularle y hacerle la pelota. Por eso, tal cosa es siempre asunto delicado. En el caso de Antón Castro, además, es imposible, pues él nos tiene prohibido glosarle, ni aún casi nombrarle, en nuestros artículos, con lo que no existe posibilidad alguna de ponderar su figura en su suplemento. Jamás se han reseñado en él sus libros y a mí, si se me permite decirlo, todo eso me parece muy bien. Que lleve al extremo el símil de la mujer del César es un ejercicio de responsabilidad que le honra y que hace a su suplemento mejor. Sirvan estos preliminares para explicar por qué voy a utilizar este medio para mostrar mi alegría por el Premio Nacional de Periodismo Cultural que acaba de concedérsele: porque no hubiera podido hacerlo en el suplemento “Artes y Letras” de Heraldo de Aragón en el que escribo y que él dirige.

Me alegro de este premio porque se premia a un hombre que desconoce la palabra “sectarismo”, a un hombre que ha llevado a las páginas de su suplemento y a su programa “Borradores” de la televisión aragonesa a centenares de creadores, sin fijarse jamás en si eran amigos o enemigos, tibios o troyanos. Me alegro porque se premia el tesón y el trabajo de doce o catorce horas al día, la entrega generosa a una profesión durísima, que gratifica con muy poco dedicación tan plena. Me alegro porque se premia la inteligencia, la cultura, la sensibilidad y el talento. Me alegro porque se premia el sacrificio de quien muchas veces ha dejado abandonada su propia obra por publicar, difundir y alentar la obra de los demás. Me alegro porque se premia a quien nunca ha hecho pasillos, ni ha pedido nada, ni ha conspirado para nada, ni sabría cómo hacerlo. Me alegro, por tanto, porque es un premio pulquérrimo. Me alegro porque se premia a alguien tan comprometido con la cultura de esta tierra, que es ya la suya desde hace años y a la que ha dedicado algunos libros inolvidables. Me alegro porque se premia a quien no conoce el resentimiento. Y me alegro, especialmente, porque se premia a mi queridísimo amigo de hace tantos años, por lo que cualquiera comprenderá que me alegro como si me hubieran premiado a mí. Entre aragoneses da pudor decirnos estas cosas. Por eso es mejor escribirlas: porque nunca nos las diremos cara a cara. Y cuando Antón Castro me llame después de leer este artículo, solo me dirá un par de palabras entrecortadas y cambiaremos de tema rápidamente, porque ninguno de los dos estará cómodo hablando de esto. Como decía nuestro llorado Labordeta: suaves como la arcilla, duros del roquedal. Enhorabuena, amigo.