ALGUNAS NOTAS SOBRE LA NOVELA ROJA Y UNA NOVELA OLVIDADA DE GIL BEL: EL ULTIMO ATENTADO
José Luis Melero [publicado en Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, número 79-80, enero-junio de 1997]
La vida y la obra de Gil Bel Mesonada (Utebo, 1895-Madrid, 1949) no han sido hasta la fecha objeto de demasiada atención por parte de la crítica especializada. Sólo los encomiables desvelos de Manuel Pérez-Lizano (1) y Juan Domínguez Lasierra (2) han hecho posible que dejara de formar parte de esa incómoda categoría de "raros y olvidados" uno de los escritores aragoneses más representativos de su época. Es nuestra intención presentar aquí una de sus novelas breves más desconocidas, El último atentado, publicada por La Novela Roja en 1922, y hacer un rápido recorrido por esta colección de novelas cortas de aspecto tosco, enorme vocación revolucionaria y escaso valor literario. Comencemos pues hablando de La Novela Roja y para ello recordemos que con la aparición en 1907 de El Cuento Semanal, creación de Eduardo Zamacois, nació un fenómeno cultural, el de las colecciones de novelas cortas o revistas literarias, de extraordinaria importancia para la historia literaria del primer tercio de siglo: sus grandes tiradas -muchas de hasta 50.000 ejemplares- y el ser económicamente asequibles a grandes sectores de la población, hicieron que nuevos colectivos, como la burguesía media y baja y parte del proletariado, se incorporaran a la lectura; permitieron que algunos escritores pudieran vivir por fin de la literatura, al pagar las editoriales sumas considerables por sus originales, y, en muchos casos, hicieron de ellos personajes auténticamente populares, logrando que se buscaran y se vendieran sus novelas largas; consiguieron que se ampliaran y diversificaran los centros de edición, etc. Fueron incontables las colecciones de novelas cortas: las hubo estrictamente literarias como El Cuento Semanal, Los Contemporáneos, La Novela Corta, La Novela Semanal, La Novela de Hoy, El Cuento Azul, La Novela con Regalo, La Novela Mundial -dirigida en Madrid por José García Mercadal y en la que colaboraron un buen número de escritores aragoneses- o La Novela de Viaje Aragonesa, que publicó en Zaragoza entre 1925 y 1928 el escritor alcañizano Arturo Gil Losilla; de marcado carácter erótico como la Biblioteca de Cosquillas, Fru-Fru, El Cuento Galante, La Novela de Noche, La Novela Frívola, La Novela Sugestiva o La Novela Inocente; cinematográficas como La Novela Semanal Cinematográfica, La Novela Femenina Cinematográfica o La Novela Film; y teatrales como La Novela Cómica, La Novela Teatral, La Comedia Semanal o la conocidísima La Farsa (3). No fueron pocas tampoco las colecciones de novelas de contenido político y decidida intención revolucionaria: Biblioteca Acracia, La Novela Ideal -encabezada por la familia Urales-Montseny- y La Novela Libre, las tres de carácter libertario, la Biblioteca de los sin Dios, de Augusto Vivero, radicalmente antirreligiosa, La Novela Proletaria -en la que colaboraron autores del republicanismo más radical, anarcosindicalistas, incluido el propio Ángel Pestaña, comunistas como Balbontín o Falcón, y siete de los ocho miembros de la Comisión Ejecutiva de la Alianza de Izquierdas-, La Novela Política (4) o, la que ahora nos interesa, La Novela Roja. Con el nombre de La Novela Roja se publicaron entre 1922 y 1931 tres colecciones distintas de novelas breves, hoy de dificilísima localización (5), que vamos a comentar seguidamente. La primera Novela Roja, dirigida por Fernando Pintado (6), se publica en Madrid, con domicilio en la calle Roma, 27, entre el verano de 1922 y septiembre-octubre de 1923. Se editaron, según Gonzalo Santonja, que es quien mejor ha estudiado este tipo de publicaciones (7), un total de cuarenta y nueve novelas de autores tan significativos como Salvador Seguí -que publicó Episodios de la lucha en el número 4 y a quien se le dedicó tras su asesinato el número 28 de la colección, con el título de Los mártires del sindicalismo. Salvador Seguí traidoramente asesinado por los enemigos del proletariado-, Federica Montseny, Valentín de Pedro, Federico Urales, Eduardo Barriobero, Angel Marsá o los aragoneses Felipe Alaiz, Ángel Samblancat -con dos novelas: El terror: brochazos de la represión de Barcelona y En la roca de La Mola (Memorandum de un confinado)- y nuestro Gil Bel. Tuvo primero periodicidad trimensual y después pasó a ser semanal. Todas las que he visto, catorce de esas cuarenta y nueve, tenían entre doce y veintidós páginas, estaban impresas a dos columnas, costaban veinte o treinta céntimos cada una y en la portada de todas ellas figuraba el retrato o la fotografía del autor. Debe destacarse en este punto la colaboración del pintor Rafael Barradas, que, en lo que conocemos, se encargó de los retratos de Valentín de Pedro (La compañera, número IX, de 20 de octubre de 1922), Ángel Samblancat (El terror, número XII), y Raúl Brandao (Navidad de los pobres, número XVI, con prólogo de Ángel Samblancat y traducción de Valentín de Pedro). El retrato de Gil Bel es obra de Martín Durbán. En esta Novela Roja predominó la ideología anarquista y se repitieron con frecuencia las narraciones que relataban la represión organizada contra el movimiento anarcosindicalista, por ejemplo en Páginas de sangre de Eduardo Torralba Beci -quien como nos recuerdan Dolores Ibárruri e Irene Falcón en sus respectivas memorias sería uno de los primeros en incorporarse al P.C.E-, que fue el mayor éxito de ventas de la colección, o El terrorista blanco de Rogelio Ubeda. Otros temas habituales, siempre dentro de los marcados objetivos revolucionarios de la serie, fueron los atentados, la vida en presidio, las penalidades de las deportaciones, etc. Merece la pena señalar la colaboración con tres novelas de uno de los grandes mitos del anarquismo español: Elías García Segura, de azarosa vida transcurrida en cárceles y presidios, que ya había sido condenado a cadena perpetua en la primera década de este siglo y que habría de morir luchando en el frente de Aragón. La otra colección de La Novela Roja que ha sido estudiada hasta la fecha es la que el escritor vallisoletano Ceferino Rodríguez Avecilla (8) dirigió en Madrid desde Junio de 1931 y que publicó siete obras, a razón de una por semana: Historia verídica de la revolución, de Ricardo Baroja; Estampas, de Victorio Macho; El quinto evangelio, del propio Rodríguez Avecilla; La fábrica, de Alicio Garcitoral; El orden, de Margarita Nelken; Lumpem proletariado, de Joaquín Arderíus; y Un franco diez de Ramón Pinillos, comunista de Jaca y el único autor desconocido de la serie. Se vendieron al precio de veinte céntimos, estuvieron ilustradas por el dibujante Cheché y cada una tenía dieciséis páginas. Tuvo su domicilio en la calle Fernando el Católico, 58, el mismo de la Editorial Vulcano de Artemio Precioso, quien, según Santonja, sería el mecenas de la colección. A primera vista las diferencias entre ambas «novelas rojas» resultan evidentes: los colaboradores de esta última ya no son sólo escritores al servicio de la revolución, como ocurría con muchos de los colaboradores de Pintado, sino intelectuales o escritores profesionales de larga y acreditada trayectoria, con la excepción del citado Ramón Pinillos. Además, el predominio anarcosindicalista de La Novela Roja de Fernando Pintado desaparece por completo en la colección de Rodríguez Avecilla, quien buscó el apoyo de escritores procedentes de la izquierda radical (José Díaz Fernández, Alicio Garcitoral o César Falcón) y de otros situados en la órbita del Partido Comunista como José Antonio Balbontín y los citados Arderíus y Pinillos. Pero entre las "novelas rojas" de Pintado y Rodríguez Avecilla aun se publicó otra serie del mismo título que no cita el siempre bien informado Santonja ni aparece en el exhaustivo catálogo de Sánchez Álvarez-Insúa. Se trata de La Novela Roja publicada en Barcelona por Editorial Pegaso en 1926, en plena Dictadura de Primo de Rivera. Su formato era uno de los habituales, 17 x 12,5, y se vendía cada ejemplar al precio de veinte céntimos. Se publicaron al menos tres números: El aprendiz, de Ángel Samblancat (9); Los héroes del siglo XX, de Mateo Santos, escritor que había formado parte, junto con Fernando Pintado, Lluis Capdevila, Joan Salvat-Papasseit y Ángel Samblancat, del equipo redactor de Los Miserables, el periódico barcelonés de extrema izquierda, cuyo primer número salió a la calle el 28 de Noviembre de 1913; y Amor mío, ven temprano, de Felipe Alaiz. En este último se anunciaba para el 20 de mayo de 1926 el número 4, que sería La Colegiata, de Regina Lamo. La primera de ellas tiene un hondo contenido social y es fiel exponente del estilo abigarrado, violento y farragoso de su autor. En El aprendiz, Samblancat nos narra la vida de un aprendiz de droguería que acaba asaltando y desvalijando con otros mozalbetes el negocio de su amo mientras gritan "Viva la canalla soberana y autónoma!", "Viva la chusma!" "Mueran los cerdos acaparadores!", expresiones todas tan del gusto del escritor grausino. La novela de Alaiz en cambio es la historia de una argentina, hija de españoles, aprendiza de una casa de modas, que acaba siendo bailarina, y de sus relaciones sentimentales con distintos hombres. Es sólo una novelita sentimental, aunque no faltan en ella expresiones del tipo: "Abajo la novela y la banca!" o "Hay que fugarse de la cárcel y de todas las cárceles". Pero volvamos ya a Gil Bel. Tras los nombrados Pérez-Lizano y Domínguez Lasierra, ha tenido que ser Juan Manuel Bonet quien, al incorporar a Gil Bel a su extraordinario catálogo de vanguardistas españoles (10), haya devuelto a la actualidad a un autor a quien sus paisanos ni siquiera le dedicaron una pequeña entrada en la Gran Enciclopedia Aragonesa. Al igual que sus amigos Felipe Alaiz, Ramón Acín, Angel Samblancat o el primer Joaquín Maurín, estuvo vinculado desde siempre al movimiento libertario. Con estos dos últimos, según nos cuenta Alaiz (11), editó una revista en Huesca, El Talión, en 1915. Tuvo amistad con los aragoneses Comps Sellés, González Bernal, Luis y Alfonso Buñuel y García Condoy, con los pintores que constituyeron el núcleo original de la Escuela de Vallecas (Alberto, que cita a Gil Bel en su manifiesto "Palabras de un escultor" publicado en 1933, Benjamín Palencia, Díaz Caneja, Lekuona...) y mantuvo una fraternal relación con el pintor uruguayo Rafael Barradas, a quien conoció en Zaragoza en 1915 y con quien pasó parte del verano de 1923 en Luco de Jiloca, pueblecito turolense donde se había refugiado el pintor (12). Sobre Barradas publicó Bel varios artículos, entre ellos una necrológica en Heraldo de Aragón el 20 de Febrero de 1929 y uno especialmente emotivo en la revista Noreste, en el otoño de 1935, que ha recogido Pérez-Lizano (13). Permaneció algún tiempo en París huyendo de la Dictadura de Primo de Rivera y, de nuevo en nuestro país, en enero de 1929 tuvo lugar su propuesta de crear una Biblioteca Popular en Utebo. Para ello redactó un manifiesto radical y vanguardista e hizo imprimir una famosa hojilla, hoy muy reproducida, fechada en 1 de enero, "día de San Libro mártir", en colores rojos y negros y composición y tipografía modernistas, que generó una considerable polémica en la prensa local. Colaboró en las más importantes revistas de la época: Alfar, Las 4 estaciones, La Gaceta Literaria o Noreste, y fue muy destacada su labor como periodista: dirigió en Zaragoza el Ideal de Aragón, periódico portavoz del Partido Republicano Autónomo Aragonés, fundado por Venancio Sarría, desde 1915 a 1919, y en él publicó numerosos artículos sinceramente aragonesistas, como el titulado "Aragón, despierta", en 1916. Escribió en Heraldo de Aragón y ya en Madrid perteneció a las redacciones de Solidaridad Obrera y España Nueva y fue director del Diario Confederal de la CNT. Durante la guerra civil dirigió El Sindicalista. A pesar de que todos los testimonios coinciden en que fue un hombre bueno y de gran corazón (nos cuenta Pérez-Lizano que durante la guerra repartió carnets de la FAI entre algunas gentes de derechas para salvarles de una muerte segura), su conocida filiación anarquista le ocasionaría serios problemas al acabar la guerra civil. El médico aragonés Eusebio Oliver (14), bien relacionado con las altas esferas del poder, pues era médico de personajes importantes, entre otros de la familia Luca de Tena, le salvó de ser fusilado. En la posguerra vivió en Madrid, donde trabajó en el mundo del cine, en concreto como gerente de la productora y distribuidora UFILMS. Allí murió de un infarto en 1949. No es apenas conocida la obra literaria de Gil Bel. Pérez-Lizano y Domínguez Lasierra citan tres obras: Nazarenos de violencia, de 1923, Voces interiores, también de 1923, y Delicadeza, editada por la Biblioteca Aurora de Buenos Aires, de la que no dan fecha. Publicó en la prensa, además, algunos cuentos: los tres primeros aparecieron en el Ideal de Aragón: El señorito héroe, La fiesta de los muertos y Neutralidad y toros, entre 1916 y 1917. Pérez Lizano cita también otros títulos: Vistas y Encuentros, Confesiones, Viajes lentos, El verano o Azulejos. Podemos ampliar ese repertorio bibliográfico con otras dos novelas de Gil Bel. La primera de ellas, Abajo lo burgués, se publicó en la colección La Novela Social de Ediciones Minuesa en 1932 (15). La segunda es la ya citada El último atentado, publicada el 10 de Noviembre de 1922 con el número once de La Novela Roja de Fernando Pintado. Firma el retrato de Gil Bel que aparece en la cubierta Martín Durbán, uno de los grandes jóvenes pintores aragoneses del momento junto con Luis Berdejo, Manuel Corrales (aunque tinerfeño, residió en Zaragoza entre 1926 1934 y en esta ciudad se hizo pintor), Ramón Acín y Santiago Pelegrín (16). El último atentado comienza cuando Mateo acude a una reunión de la pequeña "commune" de anarquistas a la que pertenece y, ante el relato de los atentados cometidos en los últimos días por la policía y la banda de la patronal contra obreros compañeros suyos, propone con gran exaltación "el desbordamiento del terror": "sólo un terror desenfrenado -dice- puede acobardar y aniquilar a esas hienas". Tras aprobarse que se declare una huelga general revolucionaria, Mateo abandona el local. Ya en la calle oye una charanga y entra en un "Salón Concert", donde tiene lugar una delirante escena con un carterista que intenta robarle. Mateo sale a la calle con el carterista y roba a punta de pistola a un conocido y acaudalado personaje que pasaba por allí. Entrega los billetes así obtenidos al carterista mientras le dice: "Toma. Pero aprende... Sólo un mal nacido puede robar a un pobre". Vuelve a casa donde le espera Rosa Blanca, una "estrella de la escena" con la que convive, y allí ambos mantienen una pintoresca conversación sobre lo vulgar, lo ridículo y lo sublime, la sabiduría y el sentido de lo justo, la no conveniencia de que los pobres tengan hijos para no hacerlos "lacayos de los poderosos"... Estalla por fin la huelga revolucionaria y triunfa durante unos días, pero luego la represión es implacable. Mateo, que sobrevive a ésta milagrosamente, toma una resolución: vengará a sus compañeros muertos, matará y morirá. Va a cometer entonces "el último atentado" que da título a la novela, pero cuando todo está preparado, cuando pensamos que va a hacer estallar la bomba reparadora, aparece Rosa Blanca, le disuade y ambos se van juntos hacia el mar, mirándose a los ojos, pidiéndose un beso de amor. En la novela están presentes todos los ingredientes habituales del género: violencia verbal, pasión revolucionaria, moralismo al más puro estilo libertario, pretensiones filosóficas, canto al amor libre, denuncia de la represión contra la clase obrera y consiguiente legitimidad de ésta para defenderse de sus verdugos por las armas... Todo parece dispuesto por tanto para hacer de ella un cóctel explosivo, pero el resultado es otro bien distinto: nada funciona en la novela, los personajes están desdibujados, las digresiones "filosóficas" rompen el ya de por sí escaso ritmo narrativo y, especialmente, se nos antoja inapropiado ese final almibarado en exceso, que le resultaría empalagoso al más empecatado lector de novelas rosas. Tampoco le gustó demasiado la novela a Gonzalo Santonja quien dice de ella: "estructuralmente El último atentado es un disparate" (17). Así pues, por lo visto y leído, parece que los aspectos más destacados de nuestro autor residirían, como en tantos otros escritores que cultivaron este tipo de literatura urgente y comprometida, en su propia peripecia vital, ejemplar y bondadosa, y en su condición de promotor y animador cultural, (un poco a lo Pepín Bello, otro aragonés a quien a veces nos recuerda), y quizás no tanto en su obra literaria, no muy abundante y escasamente significativa.
Notas
1.- Manuel Pérez-Lizano, Aragoneses rasgados, Zaragoza, 1991 2.- Juan Domínguez Lasierra, "Gil Bel Mesonada", en Heraldo de Aragón, Zaragoza, 12 de Octubre de 1991. 3.- Para mayor información sobre las colecciones de novelas breves ver los ya clásicos trabajos de Federico Carlos Sáinz de Robles (Raros y Olvidados, Madrid, 1971, y La promoción de "El Cuento Semanal" 1907-1925, Madrid, 1975); y los más recientes de José Blas Vega ("La novela corta erótica española. Noticia bibliográfica", en la revista El Bosque, número 10/11, Zaragoza, 1995) y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa (Bibliografía e Historia de las Colecciones Literarias en España (1907-1957), Madrid, 1996. 4.- En el número 3 de La Novela Política, correspondiente al 24 de mayo de 1930, se publicó La sublevación del cuartel del Carmen (unas horas de gobierno soviético en Zaragoza), de Mariano Sánchez-Roca, de gran interés para conocer esa revuelta zaragozana producida diez años antes y que posteriormente también novelarían, con indiscutible más éxito, Benjamín Jarnés en Lo rojo y lo azul (1932) y Ramón J. Sender en El mancebo y los héroes (1960). 5.- Escribe Gonzalo Santonja en Las Novelas Rojas: estudio y antología, Madrid, 1994, p. 36: "Apenas se conserva el rastro de La Novela Roja de Pintado en las bibliotecas o hemerotecas públicas y ni siquiera entre las privadas de los especialistas es dado encontrar tan rarísimos folletos". 6.- El aragonés Fernando Pintado fue quien propuso a Ángel Samblancat la fundación de Los Miserables. También dirigió en Barcelona en 1927 las Ediciones de la Rambla, en las que Ángel Samblancat publicó su primera obra de teatro: La revolució al meu barri. 7.- Ver los libros de Gonzalo Santonja: La Novela Proletaria (1932-193), Madrid, 1979, La República de los libros: el nuevo libro popular de la II República, Barcelona, 1989, La novela revolucionaria de quiosco (1905-1939), Madrid 1993, y la ya citada Las Novelas Rojas: estudio y antología, Madrid, 1994. 8.- Ceferino Rodríguez Avecilla, nacido en 1880, fue militante del Partido Comunista de España y redactor de Mundo Obrero. Publicó numerosas novelas -Los crepúsculos, La princesa de los ojos verdes, Mademoiselle Gris, Margot quiere ser honrada, La amaba locamente y La sombra enmascarada- y obras de teatro: Silencio, Su afectísimo amigo, Tupi-Palace, La reina rubia y otras en colaboración con M. Merino. Al acabar la guerra, se exilió en Méjico. 9.- El aprendiz de Ángel Samblancat ya se había publicado el 2 de julio de 1922 con el número 1 de la Colección Nuestra Novela, publicación literaria quincenal dirigida en Madrid por el propio Samblancat y cuyo propietario era Eugenio Simón. Esta primera edición es desconocida para Neus Samblancat Miranda, que en la bibliografía de Ángel Samblancat publicada en su libro Luz, fuego y utopía revolucionaria: Análisis de la obra literaria de Ángel Samblancat (Barcelona, 1993) sólo cita la edición de La Novela Roja de 1926. 10.- Juan Manuel Bonet, Diccionario de las Vanguardias en España (1907-1936), Madrid, 1995. 11.- Felipe Alaiz, Vida y muerte de Ramón Acín. París, sin fecha. 12.- En Luco también visitaría a Barradas Benjamín Jarnés. Ambos irían entonces al vecino pueblo de Olalla, donde residía Mosén Pedro Jarnés, hermano de Benjamín, a quien Barradas hizo un conocido retrato. Ver sobre esta visita el documentado artículo de Jesús Rubio Jiménez "Rafael Barradas: un pintor vanguardista en Aragón", publicado en el número 3 de la revista El Bosque, Zaragoza, 1992. 13.- Manuel Pérez-Lizano, op. cit. 14.- Sobre el zaragozano Eusebio Oliver ver Mis amigos muertos de Juan Ignacio Luca de Tena, Barcelona, 1971. 15.- No hemos podido leerla pero aparece reproducida su cubierta en Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, op.cit. 16.- Por esos años Martín Durbán (Zaragoza, 1904-Caracas, 1968), Honorio García Condoy y el caricaturista Sanz Lafita compartían taller y amistad en la Plaza San Felipe de Zaragoza. En 1925 Martín Durbán y Sanz Lafita colaborarían también con ilustraciones en la revista Pluma Aragonesa. En 1927 Durbán se trasladó a Barcelona y allí residió hasta el final de la guerra, exiliándose entonces en Venezuela. 17.- Ver la ya citada obra de Gonzalo Santonja: Las novelas rojas: estudio y antología, p.22.
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