Presentación de las poesías de
José Ramón Arana
José Luis Melero
Para aquellos a los que nos gustan los escritores que hicieron de sus vidas su gran obra literaria, esos escritores que se bebieron sus vidas a grandes sorbos y en los que en muchos casos importa casi tanto lo que hicieron como lo que nos contaron (y estoy pensando no sólo en bohemios o hampones tipo Pedro Luis de Gálvez, Alejandro Sawa, Armando Buscarini o Fernando Villegas Estrada, sino también en otros que vivieron sus vidas, sin duda de forma más ordenada, pero con la misma pasión desbordada, y las entregaron a la literatura con una vocación y una generosidad sin límites: Juan Ramón Jiménez o Gómez de la Serna entre otros muchos, por ejemplo) la figura de José Ramón Aranda se agiganta y crece con el paso del tiempo, y tenía que resultar a la fuerza extraordinariamente atractiva. ¡Cuántas vidas de las nuestras caben en la suya! Vivió él solo más que muchos de nosotros juntos. Le tocó vivir una época convulsa y decidió vivirla con libertad e intensidad. De otros muchos sin embargo, que también vivieron la misma etapa histórica, apenas se recuerda nada de sus vidas, al menos nada que a uno le haga pensar que detrás de ellas había una gran apuesta personal por la literatura, por la libertad o, a veces, por las dos cosas a la vez. Es por tanto, sobre todo, un mérito del propio Arana el haber vivido como vivió, y no de las circunstancias personales o históricas que le rodearon. Vamos a repasar esa vida desbordada para asombrarnos de su intensidad. Arana, primo hermano de José Luis Borau, huérfano de padre desde los ocho años, tuvo que aprender muy pronto a valerse por sí mismo. Trabajó de aprendiz en una imprenta, fue maletilla, se marchó a Barcelona a trabajar en una fundición (etapa que luego recrearía en Can Girona) y volvió a Zaragoza para entrar de subalterno en el Banco Hispano Americano. Aquí se afiliaría a la UGT y llegaría a ser uno de los dirigentes de su Federación de Banca y Bolsa y miembro de la ejecutiva socialista de Aragón. Llega la guerra y Arana es nombrado Consejero de Obras Públicas primero y de Hacienda después en el Consejo de Aragón presidido por Joaquín Ascaso. Fue Vicepresidente del Consejo y viajó con Ascaso y otros miembros del Consejo a Barcelona, en enero de 937, para gestionar un primer convenio con la Generalidad de Cataluña (hay una foto en el libro de esa reunión con Tarradellas, Joan Comorera, Ascaso, Servet Martínez…) Durante su mandato como Consejero de Hacienda, y para evitar que acaparadores de dinero bloquearan la vida económica, prohibió que los particulares tuvieran más de 300 pesetas en metálico y 2000 en billetes. En Caspe conocería precisamente a la que sería su segunda mujer, la poetisa María Dolores Arana, de la que tomaría a partir de entonces el apellido. Viajó a la Rusia soviética en representación del Consejo de Aragón en 1937 para asistir a la celebración del Primero de Mayo. Y de ese viaje escribió un libro publicado en 1938 Apuntes de un viaje a la URSS, que se sumó a los que habían escrito otros afortunados que pudieron viajar a la Rusia de la revolución: Angel Pestaña, César Vallejo, Diego Hidalgo, Julián Zugazagoitia, Isidoro Acevedo, Rodolfo Llopis o Josep Plá. Todos esos libros son hoy extremadamente raros, y del mismo modo que Antonio Garisa decía: no es por presumir pero soy de Zaragoza, yo les diría que no es por presumir pero tengo naturalmente un ejemplar de ese libro en mi biblioteca. Luego trabajó para el SIM (Servicio de Inteligencia Militar), controlado por los comunistas, y se sabe que fue enviado a Bayona en misión secreta. La invasión alemana le lleva al campo de concentración de Gurs, del que se escapa simplemente saliendo por la puerta. Consigue un pasaje que le lleva a la Martinica, de ahí pasará a la República Dominicana y finalmente se instalará en el México de Cárdenas. Allí se hace vendedor ambulante de libros primero (se publica en el libro por supuesto la foto más entrañable de Arana con un enorme paquete de libros bien atados en la mano y otros debajo de cada brazo) y librero después. Y participa en la creación de diferentes revistas: Aragón (5 números entre el 43 y el 45), Ruedo Ibérico (1 número en el 44), Las Españas (25 números entre el 46 y el 53)… Volvió a España definitivamente en 1972 y murió de un tumor cerebral un año más tarde, en la clínica Quirón, después de someterse (fue uno de los cien que lo hicieron) al tristemente célebre tratamiento del doctor Blanco Cordero. Fue enterrado en Monegrillo con su madre y allí fuimos hace algún tiempo unos amigos a leerle unos poemas de Ancla. Por si tanto ajetreo fuera poco Arana se casó tres veces y tuvo nueve hijos. Así que ya ven que no tuvo tiempo de aburrirse. Pero es que, además de que su vida fuera casi una novela de aventuras, Arana fue el autor de una novela ya casi mítica: El cura de Almuniaced, (Almuniaced es Monegrillo) por la que muchos lo conocimos y nos acercamos a él, una gran novela corta sobre la guerra con un cura como protagonista, Mosén Jacinto, que los críticos ponen en relación con San Manuel bueno mártir de Unamuno y a la altura del Réquiem por un campesino español de Sender. La edición de Turner de 1979, que comentó elogiosamente un crítico tan conservador pero tan sagaz y generoso como Luis Horno (que dijo del libro que era “bellísimo, de enorme fuerza trágica, de fidelidad paisajística poco común y de nobleza ideológica muy pocas veces igualada”), fue la que nosotros leímos y conocimos y recientemente ha salido una nueva en la Biblioteca del Exilio en edición de Luis Esteve. Era también más o menos conocida su novela Can Girona de 1973 y los cuentos que se publicaron con su novela inacabada Viva Cristo Ray, que editó Heraldo de Aragón en 1980. También circuló bastante sus Cartas a las nuevas generaciones españolas de 1968 que firmó con el seudónimo de Pedro Abarca. Pero lo realmente desconocido de Arana era su poesía que nunca había vuelto a editarse desde los primeros años cuarenta. Le encargamos a Javier Barreiro un análisis de los poemas y un estudio bio-bibliográfico. Se tomó tan en serio su tarea, como es habitual en él, que ha acabado editando la totalidad de la poesía conocida de Arana, con un rigor y una minuciosidad excepcionales. Se ha entrevistado con los hijos, con la viuda de Arana, ha encontrado la revista Pluma Aragonesa, donde aparecieron sus primeros poemas…y ha conseguido reunir un material importantísimo que hace pensar que ésta sea, ya para siempre, la obra canónica de la poesía de Arana. Para contextualizar al personaje pedimos también dos colaboraciones: A Alejandro Díez Torre, que había publicado recientemente un trabajo excepcional sobre la época: Orígenes del cambio regional y Turno del pueblo en Aragón, para que nos hablara de la etapa de Arana en el Consejo de Aragón y durante la guerra, y a Eloy Fernández Clemente para que estudiara el Arana en el exilio y su participación en las revistas a que antes he hecho referencia. Eloy había editado ya con J.C. Mainer el facsímil de la revista Aragón y con Vicente Pinilla dos tomos sobre el Aragón en el exilio, y tenía ya por tanto bien ganado prestigio de experto en Arana. Sus dos textos son modélicos y fijan para siempre la personalidad del autor de El cura de Almuniaced. Debo terminar agradeciendo a la familia, especialmente a su hijo Federico Arana y al primo de éste Juan Arana, la cesión de los originales manuscritos que han sido facsimilados, su excelente disposición y su enorme ilusión por reivindicar la figura de José Ramón Arana; a Eloy Fernández Clemente, que fue el primero que conoció por Federico de la existencia de esos manuscritos y nos brindó la oportunidad de editarlos, a Chusé Raúl Usón que coordinó las labores editoriales, al Gobierno de Aragón, que apoyó esta edición, y a la DPZ, en la persona de Javier Lambán, que ha tenido la sensibilidad necesaria para participar en la coedición de este libro. Decía Simón Otaola, el autor de La Librería de Arana, que “Arana con dos copas cantaba jotas inolvidables”. Javier Barreiro y yo nos hubiéramos llevado sin duda muy bien con él.
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