Javier Barreiro y sus Cruces de Bohemia

 

José Luis Melero Rivas, Rolde, 97-98, Julio-Diciembre 2001

 

 

 

 (Texto leído en el acto de presentación del libro el 23 de mayo de este año, en la Biblioteca de Aragón de Zaragoza)

  

Esta afición por los escritores raros y olvidados que compartimos Javier Barreiro y yo es, digámoslo en primer lugar, una afición de bibliófilos pobres y, sobre todo, de bibliófilos lectores. Frente a los bibliófilos adinerados -que adquirían góticos, incunables o viejas ediciones dieciochescas del Quijote de Ibarra que jamás leían- Javier Barreiro y yo íbamos comprando los libros de estos autores ignorados -hasta hace bien poco por casi todos-, que los libreros de viejo no conocían en su mayor parte y que nos vendían por muy poco dinero. Y los comprábamos para leerlos, pues esos autores no habían sido reeditados y encontrar sus ediciones príncipes era la única forma de acceder a ellos. Así fuimos conociendo, poco a poco, una época de la literatura española que apenas había sido estudiada. Por aquel entonces sólo Federico Carlos Sáinz de Robles había trabajado sobre varios de estos autores y publicado algunas monografías, en concreto una muy útil sobre la promoción de El Cuento Semanal y otra que tituló precisamente Raros y olvidados y que editó Prensa Española. Estos libros, pues, eran baratos y en cambio hacía ya bastantes años que era prohibitivo adquirir primeras ediciones de contemporáneos suyos de relumbrón que sí se estudiaban en los libros de texto. Esto ocurría así al menos hasta hace poco tiempo. Ahora la publicación de Las máscaras del héroe y la colección de Desgarrados y excéntricos de Juan Manuel de Prada y sobre todo del Diccionario de las vanguardias de Juan Manuel Bonet han acabado con la posibilidad de encontrar gangas. Y la puntilla será este Cruces de Bohemia de Javier Barreiro que nos dejará sin apenas un Noel que llevarnos a la boca.

En nuestro interés por los raros estaba, en segundo lugar, la ilusión de estar descubriendo algo nuevo cada día. Si uno se dedica a Baroja, Galdós o Valle Inclán, además de la dificultad que supone el conocer la obra inmensa de cualquiera de ellos y las miles de páginas de bibliografía que se han escrito sobre los mismos, apenas podrá uno aportar algo que no se haya dicho ya. En cambio con nuestros raros y bohemios ocurría todo lo contrario. Cualquier libro nuevo que comprábamos servía para enriquecer una bibliografía entonces inexistente. Como apenas existían estudios ni bibliografía sobre esos autores, cualquier hallazgo, cualquier primicia, se convertía en un descubrimiento y uno se permitía creer, con candor infantil, que estaba contribuyendo a fijar una página de la literatura española que nos había sido arrancada, cuando naturalmente ni esas noticias ni esos autores apenas interesaban a nadie, con excepción de los contados cofrades de la cofradía de chiflados que somos los amantes de los raros.

Desde luego que al aproximarse a los raros y olvidados Javier Barreiro muestra un gusto por lo marginal, por lo heterodoxo y lo desatendido; una reivindicación de quienes habían perdido los manuales de literatura, de los desdichados, los dislocados, los extravagantes... Es decir una perversa inclinación por tantos y tantos perdedores por quienes un hombre de provecho no perdería ni un minuto de su tiempo. Javier Barreiro no ha perdido en ellos un minuto sino centenares de horas y así le ha ido a nuestro querido amigo: no estoy muy seguro de que haya acabado convirtiéndose en un hombre de provecho.

Y había también un interés ajeno a la propia literatura. En muchos casos nos interesaban más sus propias vidas, miserables, desgarradas y excéntricas, parafraseando a Prada, que las obras que escribieron. No olvidemos que la trayectoria vital de casi todos ellos, como luego veremos, es a veces más novelesca y fabulosa que sus propias obras de ficción. Es decir, muchos de estos personajes de carne y hueso superan con creces a sus personajes de ficción e hicieron de su vida su gran obra literaria.

He dicho muchas veces, en público y en privado, que Javier Barreiro es uno de nuestros más grandes escritores, desde luego el más personal de todos ellos y sin duda uno de los más versátiles y polifaceticos -sólo comparable quizás en variedad de registros al gran Antón Castro-, capaz de escribirnos por igual de Carlos Gardel o de la Dolores de Calatayud, de María Domínguez, la primera alcaldesa de España en Gallur, o de Raquel Meller, de Enrique González Fiol -El Bachiller Corchuelo- o de la procesión de los endemoniados de la Virgen de La Balma que tan bien relató Alardo Prats; capaz de defender el cuplé, la copla o la jota aragonesa -y de escribir estupendos tratados sobre ellos- en épocas en que apenas nadie en el mundo académico e intelectual se ocupaba de tales temas y se corría incluso el peligro de que le tildaran a uno de reaccionario y de defensor de la España cañí. Javier ha seguido siempre su camino, imperturbable, lejos siempre de lo convencional y lo previsible, y ha realizado una obra magnífica y personalísima, en la que se combinan por igual la poesía con la biografía, el ensayo con la narrativa, la divulgación con la erudición. Ha sido también antólogo, editor de libros colectivos, director de revistas literarias (recordemos aquella magnífica El Bosque que codirigió con Ramón Acín), entrevistador... Nada de esto le ha hecho sin embargo convertirse en un escritor ampuloso o engolado, de esos que están encantados de haberse conocido y que en cuanto los encontramos en la calle sólo nos hablan de sus libros, de sus proyectos, vamos de esos cuyos temas de conversación favoritos son siempre ellos mismos. Javier Barreiro es un tipo entrañable, independiente y franco, ni falsamente humilde ni soberbio.

Su conocimiento de los raros y bohemios de nuestra literatura, como ya hemos dicho, viene de lejos y ha sido siempre uno de sus saberes más personales. Mucho antes de que se pusieran de moda, Javier Barreiro frecuentaba las librerías de viejo de toda España en busca de los libros raros de nuestros autores olvidados -en muchas de esas librerías me hablaban de él como de un antiguo cliente- y estaba cantado que tarde o temprano tenía que ofrecernos un libro sobre estos temas. El momento ha llegado y hoy tenemos aquí este deslumbrante y apasionado Cruces de Bohemia en el que Javier Barreiro estudia a seis autores bien representativos de la bohemia española primisecular: Alfonso Vidal y Planas, Eugenio Noel, Álvaro Retana, Pedro Luis de Gálvez, Joaquín Dicenta y Pedro Barrantes.

Ha elegido a estos seis, pero perfectamente podía haber fijado su atención en otros que Javier también conoce igual de bien: en Armando Buscarini, que murió en un manicomio, cuya biografía ha escrito Juan Manuel de Prada con un título bien significativo: Armando Buscarini o el arte de pasar hambre, y que fue el vivo ejemplo de un pobre escritor sin talento que vivió en la más abyecta miseria. Su frase habitual era: "­Me voy a arrojar al Viaducto­" y una vez le aconsejó Valle Inclán que al menos lo hiciese pronto y con elegancia. O en Manuel Paso, que murió alcohólico en 1901. Hombre de gran corazón se llevaba a dormir a su casa a todas las prostitutas que encontraba por la calle a altas horas de la madrugada para evitar que durmieran al raso. Su gran amigo Joaquín Dicenta le prologó su libro póstumo Nieblas en 1902. En Eliodoro Puche, que firmaba sin la "H" de su nombre propio en homenaje a su madre, que así lo escribía porque no sabía ortografía, naturalmente. En Dorio de Gádex, seudónimo del escritor gaditano Antonio Rey Moliné, que se reclamaba hijo de Valle Inclán y a quien éste inmortalizó entre los personajes de Luces de Bohemia. De él dice Baroja que era "un pobre diablo llorón que no tenía ningún talento". O en mi preferido, el irrepetible Fernando Villegas Estrada, médico y poeta incluido por Pere Gimferrer en su Antología de la Poesía Modernista y autor de un libro nada desdeñable, Café Romántico y otros poemas, de 1927, con prólogo de González Ruano. Su anecdotario es espeluznante. Primero estuvo destinado como médico titular en un pueblo de Segovia en el que se declaró una terrible epidemia. Las autoridades sanitarias, alarmadas por la creciente e incesante mortandad del lugar, enviaron unos inspectores y éstos averiguaron con estupor que el doctor se había cruzado de brazos y se negaba a recetar, porque él profesaba ideas malthusianas y en consecuencia lo que convenía era que se diezmara la población. Villegas fue procesado y al parecer encarcelado. Al cabo del tiempo volvió a "ejercer" la medicina como suplente de una Casa de Socorro, de la que también salió violentamente porque en cierta ocasión le llamaron para atender a un enfermo grave y dijo a la familia: "No puedo ponerle la inyección que le haría falta, porque yo, más que médico, soy poeta lírico, y he vendido el botiquín para comprarme aguardiente".

         Pero Javier eligió a los seis autores que hemos citado y de los que les voy a hablar a continuación muy por encima, sólo con la intención de que les nazca la curiosidad por sus vidas fascinantes y compren todos el libro rápidamente.

         ALFONSO VIDAL Y PLANAS tuvo un solo éxito en su vida: la obra Santa Isabel de Ceres, que publicó primero como novela y después adaptó al teatro, donde se mantuvo en cartel más de tres meses consecutivos. Relataba el amor de un pintor por una prostituta a la que intenta redimir del burdel. Era prácticamente su propia historia, pues también Vidal y Planas sacó de una mancebía a la que sería su mujer, Elena Manzanares. Vidal y Planas asesinó en 1923 al también escritor Luis Antón del Olmet, periodista venal -capaz en el mismo año de publicar una obra bolchevique y otra adulando a Alfonso XIII- y director de El Parlamentario. No les contaré las circunstancias del asesinato, pues las conocerán cuando lean el libro. Sepan sólo que Vidal y Planas fue condenado a 12 años de los que cumplió tres. Durante la guerra, haciendo valer su carnet de la CNT, sacó de las checas a muchas personas y Ángel Pestaña le llamó a dirigir El Sindicalista. Murió en el exilio en 1965.

EUGENIO NOEL fue un viajero impenitente por todas las tierras de España. Escribió crónicas viajeras, en las que con una aguda sensibilidad, compartía el dolor y la injusticia en la que vivían tantos españoles. Comprometido siempre con la causa de los desheredados, mantuvo a lo largo de toda su vida una pertinaz campaña contra el flamenquismo y la fiesta de los toros, lo que le costó alguna que otra paliza por parte de algunos defensores de la Fiesta. Murió un 23 de abril de 1936 en la miseria, en la cama alquilada de un hospital barcelonés. No cuenta Javier Barreiro, pero se la voy a contar yo, la anécdota del traslado de su cadáver de Barcelona a Madrid, que creo que merece la pena que conozcan. En ese traslado, el vagón donde viajaba se "traspapeló" en un trasbordo en Zaragoza y aquí, en nuestra ciudad, se quedó extraviado en vía muerta. Cuando el tren llegó a Madrid el chasco fue grande al comprobar que no estaba el cadáver del escritor. Hubo que enviar emisarios a revisar la vía para saber en qué punto lo habían perdido. Encontrado al fin le dieron sepultura en el cementerio civil.

ALVARO RETANA, bisexual y libertino, hijo del político y escritor Wenceslao Retana, que fue gobernador de Huesca y de Teruel, fue el mejor escritor de novelas eróticas de su época, caracterizadas por una desenfadada frivolidad, muy lejos del trascendentalismo de Hoyos y Vinent, la aparición de la bisexualidad y una gran carga de ironía. Es también el autor de las letras de celebrados cuplés, como por ejemplo las coplas del "Ven y ven" que cantó La Goya. Después de la guerra fue condenado a muerte por poseer objetos de culto litúrgico utilizados sacrílegamente. Ante la acusación del fiscal de que le gustaba beber el semen de adolescentes en un copón sagrado, Retana le contestó con desparpajo suicida: "Señoría yo eso prefiero siempre tomarlo directamente". Le conmutaron milagrosamente la pena de muerte por la de 30 años de prisión, de los que cumpliría 9. Lo asesinó un chapero en 1970.

Frente a los bohemios que practicaban una especie de elitismo aristocrático, que se mostraban dignos y altaneros a pesar de llevar una existencia miserable, como es el caso de Alejandro Sawa, están los bohemios hampones, que han caído definitivamente en la pordiosería y en la indignidad más absolutas, que son serviles y aduladores con tal de obtener unas monedas. El caso paradigmático es el de PEDRO LUIS DE GALVEZ, el rey de la picaresca patibularia. De él se cuenta, como todos ustedes sin duda ya saben, aquella famosa anécdota de que recorrió los cafés de Madrid con su hijo muerto dentro de una caja de zapatos dando sablazos y pidiendo dinero para poder enterrarlo. En su libro más raro y famoso, El sable. Arte y modos de sablear, Gálvez atribuye a Emilio Carrere la invención de tal fábula y asegura que fue el aragonés Benigno Varela quien pagó los derechos de enterramiento, una cajita de madera y algunas flores. Según su versión lo único que le pidió a Carrere fue algo de dinero para alquilar un coche en el que llevar a su madre hasta el cementerio de La Almudena. En su libro citado El sable. Arte y modos de sablear, Gálvez da lo que él llama "preciosas indicaciones" sobre quiénes se dejan sablear y quiénes no, y por allí aparecen aragoneses como el escritor José María Matheu y el torero Nicanor Villalta, Francisco Bergamín ("generoso hasta la prodigalidad"), López de Haro, que fue Notario en Zaragoza, Hernández Catá, Eduardo Barriobero, Cansinos, Arniches, Benavente, etc. Gálvez llevaba una lista de "dadores de duros", de aquellos a los que se podía dar un sablazo, que a veces arrendaba por una cantidad de pesetas.

Durante la guerra fue responsable de una cheka y cometió al parecer todo tipo de desmanes, lo que ha desmentido su nieto, también llamado Pedro Gálvez, en un reciente libro. Iba vestido de mejicano, con el mono azul de los milicianos, un gran sombrero y un cinturón con pistolas y puñales. Gómez de la Serna cuenta que al verlo pasar por delante de un café de Madrid, el Lyon d'Or, vestido de tal guisa, tomó la decisión de exiliarse. Gálvez por ejemplo dedicaba sonetos a quienes le daban un buen dinero. Por ello se dice que no pudo ser él el responsable de la muerte de Pedro Muñoz Seca -durante algún tiempo se le culpó de ello- pues Gálvez le dedicó un soneto, señal inequívoca de que Muñoz Seca había sido muy generoso con él, y Gálvez no mataba a quien había dedicado un soneto. Cuando Muñoz Seca estaba preso, se cuenta que Gálvez decía a los guardianes: "Cuidádmelo, cuidádmelo, que a éste no lo mata nadie más que yo... ¨¿Verdad don Pedro?"; y Muñoz Seca contestaba: "honradísimo Gálvez, honradísimo". Salvó de la muerte a Ricardo Zamora, porque muchas veces le había dado dinero para comer, a Ricardo León, Pedro Mata, Emilio Carrere y Cristóbal de Castro. Sin embargo ninguno de ellos compareció ante el tribunal que le condenó a muerte para defender con su testimonio a quien había sido su salvador. Fue fusilado al terminar la guerra.

Sobre JOAQUIN DICENTA, gran bebedor y autor de otro gran éxito de la época, Juan José, Javier Barreiro exhuma unas feroces opiniones de Julio Camba contra el bilbilitano y la defensa que de él hizo Maeztu y nos cuenta cómo Azorín y Unamuno le censuraron su vida disipada y la frecuentación de hampones.

PEDRO BARRANTES, el último autor elegido por Javier, podía ser decididamente blasfemo e incendiario, como en Delirium Tremens ("saco de demasías" lo llama Barreiro en logradísima imagen), como ortodoxo y conservador en libros como Tierra y Cielo, en función de las necesidades que tuviera y que le hacían acercarse a uno u otro sector. Escribió unos famosos versos a un asesino llamado Muñoz, que estaba preso en la cárcel de Sevilla: "Soy el terrible Muñoz/ el asesino feroz/ que nunca se encuentra inerme/ y soy capaz de comerme/ cadáveres con arroz". Recitados estos versos ante Baroja, éste le dijo: "esto no tiene nada de particular y menos para un valenciano", pues Baroja, como Cejador, lo creía valenciano, aunque nuestro hombre era leonés. Y cuando Barrantes pregunta por qué Baroja le contesta: "porque los cadáveres con arroz es lo que constituye la paella". Fue hombre de paja de El País, haciéndose responsable por un duro diario de los artículos peligrosos o denunciados, lo que le valía frecuentes encarcelamientos. En uno de éstos fue duramente torturado y, dado por muerto, depositado en un carro con otros cadáveres. Despertó en la fosa común, antes de ser enterrado, y logró salvarse.

Este apasionante libro no sólo es el libro de un gran filólogo y de un extraordinario conocedor de la historia de la literatura española. Es un libro lleno de literatura, el libro de un escritor, de un gran escritor. Está escrito en esa prosa castiza, llena de filigranas y arabescos, arcaísmos y requiebros, que viene de Quevedo, pasa por Cela y llega hasta Javier Barreiro y Juan Manuel de Prada. (Nuestro querido Miguel Pardeza, sobre quien Javier ejerció sin duda su influencia maléfica, es el último eslabón en Aragón de esa cadena de prosistas espléndidos, y para comprobarlo sólo tienen que leer la magnífica semblanza que escribió de Emilio Carrere para el libro colectivo Oscura Turba que publicó Xordica).

El libro entusiasmará por igual tanto a los especialistas -pues aporta no pocos datos nuevos- como a quienes no conocieran el mundo hediondo y sublime a un tiempo de la bohemia, que quedarán deslumbrados por el resplandor de unos escritores y una época irrepetibles.

La cantidad de información que hay en el libro es apabullante y el trabajo bibliográfico abrumador. Hay una bibliografía General sobre la bohemia y una bibliografía secundaria. Al final de cada autor hay una bibliografía con sus propias obras y otra con los libros escritos sobre él. Y al final un utilísimo Indice Onomástico.

No coincido con la opinión de que estos autores sean "todos, excelentes escritores", como se escribe en la contraportada del libro, supongo que para vender éste mejor. (También yo creo que escribí algo parecido para las dos antologías de cuentos aragoneses que preparé para Olañeta con José Luis Acín, a pesar de que eran espantosos en su mayor parte). A mí nunca me lo han parecido. Con la excepción de Noel -que sí lo es- y de los sonetos de Gálvez, los demás son escritores del montón, desde luego mucho peores que Javier Barreiro y que cualquiera de nuestros amigos escritores del reciente "boom" aragonés. De ellos -ya lo hemos dicho- nos interesó siempre más su vida novelesca y fabulosa que su propia obra.

Como muchos de estos escritores fueron mis modelos en mi adolescencia y primera juventud, llegó un momento en que comprendí que corría el riesgo de acabar como ellos: en un manicomio como Buscarini, alcoholizado como Paso, en la miseria como Noel, asesinado como Retana o fusilado como Gálvez. Así que decidí no dedicarme a la literatura, hacerme un hombre de provecho y aquí me tienen convertido al orden y ejerciendo de diletante. Compren y lean este maravilloso libro de Javier Barreiro, comparen sus vidas apacibles con las accidentadas y tormentosas de los escritores de los que nos habla Javier, y verán que felices se sienten de vivir sin tantos sobresaltos.