MIS RECUERDOS DEL CERTAMEN
José Luis Melero
(Publicado en Heraldo de Aragón el 12 de octubre de 2011)
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Como todo el mundo sabe, acudir cada año al Certamen Oficial de Jota es un signo de distinción. Solo está al alcance de los mejores, de esos dos mil aragoneses de gusto refinado y selecto que son los que aproximadamente llenan cada año la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Hasta el año 2006 el privilegio de asistir al Certamen en vivo y en directo aún era mayor, pues durante más de cien años (los que el Certamen se celebró en el Teatro Principal) apenas un millar de aficionados disfrutaba cada año del regalo impagable de asistir al Campeonato del Mundo de Jota Aragonesa. Y está bien que seamos solo unos pocos los afortunados, pues ya se sabe desde Juan Ramón que los placeres exquisitos están siempre reservados a la inmensa minoría. Yo paladeé por primera vez el Certamen en 1974. Era apenas un muchacho y me impresionó tan vivamente que ya nunca más he podido resistirme al embrujo de acudir cada nueva edición a su encuentro. Ganaron aquel año el Premio Extraordinario José Iranzo, el Pastor de Andorra, y Carmen Cortés, dos figuras estratosféricas de la jota cantada. Iranzo había ganado el Primer Premio del Certamen Ordinario en 1943 y tardó treinta y un años en ganar el Campeonato de Aragón, es decir el Campeonato del Mundo. Carmen Cortés por su parte lograba en 1974 su tercer Premio Extraordinario (ya había ganado otros dos en 1966 y 1970) y todavía obtendría un campeonato más en 1976. Ninguna otra cantadora la ha superado y solo la gran Begoña García Gracia ha conseguido igualarla. Durante años hice colas interminables para conseguir una entrada. Iba a la puerta del teatro a las 6 de la mañana del único día en que las localidades se ponían a la venta, y por mucho que madrugara siempre tenía ya delante treinta o cuarenta personas que llevaban allí vaya usted a saber desde cuándo. La taquilla se abría por supuesto unas cuantas horas más tarde y aquellas mañanas se hacían eternas. Los aficionados ya nos conocíamos, aunque solo nos viéramos de año en año, y éramos como una familia bien avenida. Cuando me hice mayor y pude permitírmelo decidí que era mejor pagar un poco más y evitar esas colas indecorosas, así que opté por comprar las entradas en la reventa. Acudía unos minutos antes de las 10, hora en que comenzaba el Certamen, pagaba tres o cuatro veces su precio en taquilla, pero me ahorraba seis horas de pie en la calle. He acabado, las vueltas que da la vida, de jurado en el Certamen, así que ya no tengo que hacer colas ni buscar revendedores. Pero, lejos de acomodarme, sigo sintiendo la misma pasión desbordada por la jota que cuando era adolescente. He sido desde luego un privilegiado: oí cantar a Matías Maluenda en 1979, treinta y tres años después de haber ganado el premio ordinario, he visto ganar cuatro Extraordinarios a Mariano Arregui Canela, el cantador de Ricla, que ya había obtenido uno en 1969 y que durante años comandó el canto masculino de la jota, cinco a Vicente Olivares y otros cinco a Nacho del Río. He visto ganar cuatro grandes premios a Begoña García Gracia y tres a María Teresa Pardos, Fernando Checa y Sandra Guerrero. He gozado con los dos Extraordinarios de mi admirado Javier Soriano y también con los que en su día ganaron Laura Martín (en 1993 y 1995) y María Pilar Mendi (en 1990, compartido con Begoña García, y en 1996), y fui feliz cuando Alfredo Longares (el más capacitado para haber sido el nuevo José Oto) e Inocencio Lagranja subieron a recoger sus premios. Me acuerdo mucho de los triunfos de grandes cantadoras como Maruja Santafé, María Teresa Aguirre (en 1977 y 1979), María Jesús Pardillos, Aurora Tarragual, Olvido Serrano, Pilar Ferrando, Teresa Pomar, Trinidad Loscos, Ana Belén Sanz Mora, María Carmen Salinas y María Inmaculada Bescós. He visto ganar el Extraordinario a una madre, María Auxiliadora Gimeno, en 1994, y a su hija María Ángeles Genzor seis años más tarde. Y en los últimos años he vibrado con los éxitos de María Luz Calvo, Yolanda Larpa, Lorena Palacio, Sonia Platero y Ángela Aured. Y no me olvido del taustano Ángel Galé, ni del calandino Ramón Navarro, ni de Florencio Artal, José Antonio Lázaro, Luis Arellano, Alberto Remiro, Roberto Ciria y Víctor Guillén. Como se ve, una lista de nombres casi interminable, que demuestra bien a las claras la enorme vitalidad y pujanza del canto de la jota. El Certamen Oficial es el canon, el Harold Bloom de la jota. Dice quién cuenta y quién no, quién pasará a la historia y quién no. Asegura a quienes lo ganan un lugar en los manuales con grandes titulares y letras en negrita, y guarda para los derrotados apenas una nota a pie de página en cuerpo de letra casi ilegible. Desde luego que hay cantadores excepcionales que nunca han ganado el Certamen, pero son como esos equipos que juegan muy bien al fútbol pero que no consiguen títulos. No sirve de nada. Sólo sirven los títulos y el Certamen asegura la inmortalidad. El Certamen es lo más parecido a la gloria. Por eso los privilegiados que año tras año nos citamos con él estamos también en lo más alto, en las proximidades del cielo.
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