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Guion para la presentación del Quijote ilustrado de Luis Martínez Comín Colegio de Médicos de Zaragoza. 2016
Estoy feliz de venir al Colegio de Médicos, la profesión que más humanistas ha dado, dejando aparte las carreras de Letras. Hoy homenajeamos a Luis Martínez Comín, un claro representante de esos médicos con vocación humanística, un radiólogo que además escribe, pinta, publica libros… En Aragón, y por hablar solo del último siglo medio, hemos tenido grandes médicos humanistas: El primero, desde luego, Santiago Ramón y Cajal, que escribió cuentos (recordemos sus Cuentos de vacaciones), ensayos, memorias y hasta un tratado de fotografía. Joaquín Gimeno y Fernández-Vizarra, que marcó toda una época en Zaragoza. Fue catedrático de Patología General en la Facultad de Medicina y pasará a la historia como el hombre que impulsó la construcción de la nueva Facultad de Medicina a finales del siglo XIX. Él se encargó de comprar los terrenos y él eligió al arquitecto Ricardo Magdalena para que levantara el edificio. Fue fundador del periódico “La Derecha”, que llegó a ser el de mayor tirada en Aragón y que como ustedes muy bien saben a pesar de su cabecera era un periódico republicano castelarista, y autor de un libro de artículos lleno de amor por su ciudad: Zaragoza en 1887 ¡Vamos muy despacio! (Estudio crítico-descriptivo), en el que analizaba las causas del retraso de nuestra ciudad en comparación con otras españolas. Junto con su hermano Hilarión coleccionó durante años cartas autógrafas de muchos de los españoles más destacados de los tres últimos siglos, colección que fue incrementada por su hijo, Joaquín Gimeno Riera, médico también, que sería director del manicomio de Zaragoza y autor de unos pocos libros. Esas cartas las compró a sus descendientes un gran librero de viejo y hoy están en el mercado. Hay cartas de Palafox, Unamuno, Ramón y Cajal, Sorolla, Costa, Galdós, Cavia, Falla… Algunas de esas he comprado yo. Ricardo Royo Villanova, “el hombre más impresionante que recuerdo haber conocido” escribió de él Luis Horno Liria, que llegó a ser Rector de la Universidad de Zaragoza, Senador, presidente del Ateneo y de la Academia de Medicina, y miembro de la Academia de San Luis. Era catedrático de Patología Médica y todos los días, antes de dar clase, subía al cementerio a rezar ante su tumba de su mujer. Sus lecciones magistrales se hicieron legendarias y a ellas asistían no solo sus alumnos sino los de otros cursos y hasta la gente de la calle. Fue, como Moneva, un hombre austero, y jamás frecuentó tertulias, peñas, casinos ni cafés. Escribió muchos libros: poemas, novelas, ensayos y hasta unas monografías sobre Fernando el Católico y Miguel Servet. José María Castro y Calvo que se doctoró en Medicina con una tesis sobre Miguel Servet y además se doctoró en Letras. Fue catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona durante muchos años y en 1968 publicó Mi gente y mi tiempo, unas memorias maravillosas que no merecen el olvido al que se le has condenado y que deberían convertirse en referencia inexcusable para quienes se interesan por las viejas historias zaragozanas. Allí cuenta alguna anécdota memorable, como la de del Río y Pasteur. Pero la mejor anécdota que en ese libro recoge Castro y Calvo -y que refleja el carácter altivo y arrogante que caracteriza a tantos aragoneses- es la que les voy a contar a continuación y que tiene que ver también con Miral. Con motivo de la construcción de la Universidad de Verano de Jaca las autoridades de esta ciudad altoaragonesa, con Domingo Miral a la cabeza, rector entonces de la Universidad de Zaragoza y cheso de nacimiento y vocación, fueron a cumplimentar al rey Alfonso XIII. En la comitiva no podía faltar una nutrida representación de los mozos de Echo y Ansó ataviados con sus trajes tradicionales, que entonces aún vestían a diario la práctica totalidad de los habitantes de esos valles. El rey, sorprendido por la apostura, elegancia y majeza de estos montañeses -que ni por un momento, dice Castro y Calvo, "perdieron la calma, ni se encogieron asombrados ante las luces, las alfombras, los mármoles de Palacio"-, les ofreció la posibilidad de que se quedaran allí para ser sus alabarderos; y entonces el mayoral de la comisión, "hombre alto, rubio, de ojos claros y hablar lento", le contestó orgulloso en nombre de todos: "Agradecemos a V.M. las palabras y haberse dignado recibirnos, pero nos volvemos a las montañas: no sabemos ni valemos para servir". Y añade Castro y Calvo que sin duda estaba vivo en su pensamiento aquel legendario precepto del Fuero para tomar juramento a los reyes de Aragón: "Nos, que cada uno valemos tanto como vos y que juntos podemos más que vos, os hacemos nuestro rey y señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades. Y si no, no". Los hermanos Víctor y Ángel Marín Corralé, el primero de los cuales publicó algunos libritos sobre sus de viajes por Europa y el segundo algunos estudios sobre música y arte. Los hermanos Demetrio y Pedro Galán Bergua, muy comprometidos con la vida cultural de la ciudad, que publicaron también unos cuantos libros. El primero fue el gran estudioso de la jota aragonesa. Pedro Laín Santiago Santamaría Villén, que fue médico en Valdealgorfa y Luceni y publicó siete libros al menos (poemas, novelas y tragedias). Santiago Lorén Julio Frisón Mariano Calvo Isaías Moraga Jesús Pérez Tierra, que nos dejó recientemente. Y desde luego Fernando Solsona, el gran médico ilustrado de los últimos años, que igual ha publicado sobre Goya, sobre balnearios, sobre jota aragonesa, sobre la Facultad de Medicina y muchos de sus catedráticos, o sobre Miguel Servet, Fleta, Ramón y Cajal o Gregorio Marañón… A esa lista se suma desde luego Luis Martínez Comín, que además de ser un gran radiólogo (lo que me consta, como dicen los notarios, por notoriedad, pues tengo buenos amigos compañeros suyos que así lo atestiguan) es un hombre preocupado por la cultura y el saber. De ahí le viene ese interés por el Quijote (sobre el que también escribió por cierto el rector Royo Villanova del que hemos hablado), del que ya publicó otro libro anterior. Y especialmente, como buen aragonés, por la parte aragonesa del Quijote, que ha decidido reimprimir e ilustrar con estos maravillosos dibujos. En tiempos en los que somos cada vez menos los que nos ocupamos de las cosas aragonesas (menos mal que tenemos a Pepe Quílez haciendo una gran televisión aragonesa, en la que todos nos reconocemos y que ha servido para vertebrar extraordinariamente el territorio), encontrar un médico ilustrado que decide regalarnos un nuevo Quijote aragonés tan bellamente ilustrado es conmovedor. Conmovedor y raro, porque el Quijote se ha impreso muy poco en Aragón. En Aragón el Quijote no se editó hasta el siglo XIX. La primera edición zaragozana es la que la imprenta de Polo y Monge imprimió en dos volúmenes en 1831, con seis grabados de Lafuente. La tenía un gran bibliófilo zaragozano y al morir éste sus herederos se la vendieron a un librero de viejo amigo mío. Éste me llamó y la compré. “Este libro es de José Delgado”, está escrito en mi ejemplar con letra de la época de su impresión. Luego pasaría por otras manos hasta llegar a las del bibliófilo de quien lo adquirí; y cada vez que lo veo en su estantería, con esa cara de no haber roto nunca un plato, me hago la misma reflexión: sus dueños iremos desapareciendo, pero ese miserable Quijote nos sobrevivirá a todos. Aquel bibliófilo poseedor de la primera edición zaragozana del Quijote tenía también otra edición singular del mismo libro: la que la “Biblioteca de Publicaciones Microscópicas”, publicó en Zaragoza a finales del siglo XIX. De esta Biblioteca conozco dos obras: el Quijote en cuatro tomos, que los hermanos Comas imprimieron en 1885, y El Parnaso Español o las Nueve Musas de Quevedo, en tres tomos impresos al año siguiente por Carranque Delgado y Cª. Los libritos eran ciertamente minúsculos -10 x 6,5- y se anunciaban como “la más elegante y económica edición de bolsillo que se ha dado a luz en España”. Naturalmente, me compré también ese Quijote, y me convertí en el depositario temporal de esas ediciones zaragozanas de nuestro libro. Digo depositario temporal, porque, ¿qué será de ellas cuando yo no esté?, ¿las cuidarán mis hijos?, ¿volverán de nuevo al mercado?, ¿las mantendrán otros aragoneses en su tierra?, ¿o saldrán por ahí a rodar por el mundo y se instalarán cómodamente en la biblioteca de cualquier rico cervantista americano? Todas estas son preguntas cuyas respuestas nunca llegaré a conocer. Pero de momento, mis queridos lectores, que me quiten lo bailao. Luego, el Quijote se ha editado en Aragón algunas veces en el siglo XX. Una edición escolar de Edelvives en 1939, otra de Clásicos Ebro, la benemérita colección de la Editorial Ebro que dirigía José Manuel Blecua padre, que salió en dos tomos, la que el Gobierno de Aragón editó en 2004, facsimilando la que Joaquín Ibarra imprimió para la Real Academia Española de la Lengua en 1780 y que pasa por ser una de las obras cumbres de la imprenta española en el siglo XVIII…, hasta llegar a esta nueva edición de Martínez Comín, incompleta, es verdad, porque se refiere solo a la parte aragonesa y ni siquiera ésta se transcribe íntegramente, pero hermosísima, ilustrada maravillosamente y, como hemos dicho, muy significativa de lo que es el amor de un médico ilustrado, de un médico humanista, por la cultura universal (el Quijote, en este caso) y la cultura más próxima y local (la parte aragonesa de ese Quijote). Esa combinación de amor por lo local y lo universal es la que siempre ha hecho grandes a los mejores aragoneses, que han sabido mirar afuera sin olvidarse nunca de Aragón. Eso es lo que ha hecho Luis Martínez Comín en este libro extraordinario, que no deberán dejar de comprar.
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