María Bellesguard, de Julio Bravo
[1ª edición: Madrid, 1923. 2ª edición. Zaragoza, Prames, 2002]
Reseña de José Luis Melero en Heraldo de Aragón, 3 de octubre de 2002
Descubrí a Julio Bravo (Zaragoza, 1894-Madrid, 1987), como a Carlos Mendizábal y a algunos otros raros y olvidados de la literatura aragonesa, gracias a la fina erudición y vocación investigadora de Juan Domínguez Lasierra, que en el suplemento de Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 1985 publicó un excelente artículo sobre el médico y escritor zaragozano –«El escritor aragonés Julio Bravo. Decano de los médicos-escritores españoles»– que hizo que comenzara a buscar y leer sus libros. Luego comprobé que Castán Palomar lo había incluido ya entre sus Aragoneses contemporáneos (1934) y que Manuel Rotellar también se había ocupado de su faceta de realizador cinematográfico –pues firmó algunas películas y documentales de divulgación sanitaria– en el primer Apéndice de la Gran Enciclopedia Aragonesa. El propio Domínguez Lasierra redactaría su biografía en 1987 para el segundo Apéndice de la GEA y también pude leer por entonces una semblanza del autor en la Miscelánea de artículos y recuerdos de José García Mercadal que La Cadiera publicó en 1990 y que tuve la suerte de encontrar en la librería de Inocencio Ruiz. Más recientemente Eloy Fernández Clemente también se ha ocupado de Bravo en Gente de Orden, su magna obra sobre Aragón en los años de la Dictadura de Primo de Rivera. La búsqueda de sus libros no fue sin embargo tarea fácil: encontré relativamente pronto El contemplanubes y otros filósofos menores (1933), que años más tarde el mismo Domínguez Lasierra editaría para la colección «Crónicas del alba» de la Diputación General de Aragón, y las dos novelas que publicó en aquella espléndida colección «La Nave», La pendiente trágica (1946) y El potro salvaje (1947), pero tuve más dificultad de la esperada para hacerme con sus obras de teatro –de las que todavía no he podido encontrar Teatro en casa (1941) y La plazuela del silencio (1957)– y con sus otras novelas: El tratado de Heligoland (1924), que reeditaría siete años más tarde con el título de Hombres, La jaula mágica (1958), versión novelesca de un primitivo guión cinematográfico, y especialmente María Bellesguart, su primer libro, aparecido en 1923 y que firmó con el seudónimo de Tristán Gay. Esta novela, prácticamente inencontrable hoy (yo tardé dieciséis años en localizar un ejemplar), es la que la editorial Prames acaba de publicar recientemente en su colección de narrativa, con una introducción, como no podía ser de otra manera, de quien fue su «descubridor», Juan Domínguez Lasierra. María Bellesguart, hoy presentada como María Bellesguard, pues en esta nueva edición se ha cambiado el título original por el que realmente le corresponde en catalán, (con “d” final y no con “t”, María la de la “bella mirada”), es una novela autobiográfica que narra el amor que nuestro autor sintió por su prima hermana María Sanfeliu Brufau, muerta como consecuencia de una epidemia de gripe con tan sólo dieciocho años, en 1918, apenas unas semanas más tarde de que Julio Bravo acabara su licenciatura de Medicina en Madrid con premio extraordinario. Nuestro escritor, que pasó muchos veranos en Montblanc –Montflorit en la novela–, el pueblo en que habían nacido su madre y su prima y en el que esta última residió toda su vida, acabó enamorándose de María y el relato de esa pasión, a la que puso trágico final la muerte de su protagonista, es el hilo conductor de la novela de Bravo. Ese carácter autobiográfico de la novela nos permite además conocer algunos detalles de la vida y la personalidad de su autor: su paso por el colegio de los jesuitas de Zaragoza –«Medina Albaida» en la novela– y la narración de unos severos ejercicios espirituales al más puro estilo ignaciano, en los que su alma fue «sometida a una tortura cruel, que la dejó confundida y triste para muchos años», quiénes eran sus amigos en la Universidad de Zaragoza y sus compañeros de pensión en Madrid –a donde se trasladó a cursar los últimos años de carrera–, sus veraneos en San Sebastián y en un pueblo de Soria a orillas del Duero, que Domínguez Lasierra identifica como Almazán, o los orígenes de su vocación por la Medicina y la literatura. Pero lo más destacado de María Bellesguard es la delicadeza y sensibilidad, mezclada a veces con esa ironía tan característica del autor, con que Bravo nos relata su historia de amor, la emoción y ternura infinitas que pone al recordar a su querida María, el candor con que nos presenta una relación que al cortarse tan abruptamente por la muerte prematura de la muchacha acabó convirtiéndose en leyenda. De ahí quizá que la firmara con seudónimo, para ocultar discretamente el dolor y la desesperación que le produjo la pérdida de su amada. Tan interesante como la novela es la introducción de Juan Domínguez Lasierra, quien además de estudiar la vida y obra de Bravo y hacer una disección perfecta de la novela, viajó a Montblanc para visitar los lugares en que vivió María y nos describe su casa familiar en la calle Mayor, nos habla de sus padres, de sus hermanos, de cómo fue amortajada y enterrada cubierta con las mismas flores que había cogido en su jardín el día anterior, consiguiendo que la historia real de María Bellesguard nos conmueva casi tanto como lo hace la novela de Bravo. Julio Bravo utilizó muchas veces como logotipo de sus libros la leyenda “Keep Smiling” (Mantener la sonrisa) bajo el motivo de aquella famosa leona herida, relieve asirio que se conserva hoy en el British Museum de Londres, que a pesar de las tres flechas que se clavan en su cuerpo mantiene erguida la cabeza, arrastra sus patas traseras y continúa avanzando. Era su forma de decirnos que ante las adversidades conviene mantener el ánimo y la compostura intactos y seguir sonriendo. No es mal consejo ni advertencia a desestimar, y aunque no sé si los tiempos que corren son los más apropiados para exhibir una sonrisa permanente, al menos mantengamos vivo el recuerdo de este exquisito y desconocido escritor zaragozano, reeditemos sus libros y agradezcamos lealmente el esfuerzo de quienes han hecho posible que María Bellesguard esté hoy de nuevo entre nosotros.
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