PRESENTACIÓN de LO INFINITO EN UN CHUNCO, de Irene Vallejo. Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, 24 de mayo de 2022. 

 

Buena tarde: grazias por acompañar-nos esta tarde, aquí en a Universidat, pa presentar a traduzión d'o libro d'Irene a la nuestra viella luenga aragonesa. Espero que pasemos un buen rato. Uei ye un día istorico pa l'aragonés y me siento mui feliz d'estar compartindo-lo con toz vusatros. 

 

La literatura contemporánea en aragonés nace a comienzos de los años setenta. Cuando la colección “El Bardo” (una de las más prestigiosas del panorama editorial español, en la que publicaban poetas como Aleixandre, Max Aub, Valente, Espriu, Celaya, Ángel González, Bousoño, José Agustín Goytisolo, Azúa, Martínez Sarrión o Gimferrer, -que allí editó sus dos libros iniciáticos, decisivos para la historia de la poesía española: Arde el mar y La muerte en Beverly Hills- y en cuya nómina aparecen también poetas aragoneses como Miguel Luesma, Miguel Labordeta, Raimundo Salas, Rosendo Tello o Fernando Villacampa) publicó en Barcelona en 1972 No deixéz morir a mía voz, de Ánchel Conte, profesor por aquel entonces de historia en L’Aínsa, muchos de los adolescentes de la época acabábamos de enterarnos de que Aragón tenía un idioma propio y de que en algunos lugares del Alto Aragón se hablaba una lengua distinta del castellano. Éramos muy jóvenes y nadie se había molestado en enseñárnoslo. No saberlo, pues, no era desinterés ni falta de formación o cultura: era el resultado esperado de una educación en la que los contenidos aragoneses, en la que el interés por lo propio, sencillamente no existían.  

Acabábamos de enterarnos, digo, porque un año antes de la aparición del libro de Ánchel Conte, Francho Nagore había publicado Sospiros de l’aire, el primer libro del aragonés moderno, el primer incunable del aragonés, nuestra particular Biblia de Gutenberg, en una edición limitadísima financiada por una Caja de Ahorros, que apenas circulaba, pero que algunos pocos habíamos tenido la fortuna de leer. Yo tuve durante años unas fotocopias de aquel libro, y sólo en 1985 pude comprar un ejemplar original en la librería de Inocencio Ruiz. El libro de Francho fue como una revelación, el descubrimiento de que Aragón era mucho más rico y plural de lo que nos habían dicho hasta entonces. Sospiros de l’airepasó sin pena ni gloria aquel 1971: ni lo avalaba una editorial de postín ni tuvo apenas distribución. Pero la noticia de la publicación de un libro en aragonés corrió de boca en boca entre los pocos interesados en las cosas de Aragón, aragonesistas avant la lettre que por esos años salíamos del cascarón. Los estudiantes de entonces éramos demasiado jóvenes para conocer la tradición, y carecíamos de vínculos históricos con quienes habían estudiado o utilizado la vieja lengua aragonesa años atrás (pienso por ejemplo en los esfuerzos que realizaron, entre otros, Domingo Miral, Juan Moneva, Pedro Arnal Cavero o Veremundo Méndez, entonces desconocidos para nosotros), y el libro de Nagore, humilde y silencioso, era un nuevo punto de partida en la defensa de una lengua que agonizaba casi sin remedio.  

Después de los libros de Nagore y de Conte llegarían otros muchos, algunos centenares de libros en aragonés, y se harían importantes traducciones: Libertad, de Paul Éluard, y poemas de Paul Auster, Cavafis, García Lorca, Joan Brossa, Gimferrer, Pessoa o Rimbaud, entre otros muchos, La Metamorfosis, de Kafka, el Réquiem por un campesino español y El crimen de las tres efes, de Sender, El Principito, de Saint-Exupéry, Camino de sirga, de Jesús Moncada, La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, Alicia en el país de las maravillas, de Carroll, y libros de Bernardo Atxaga, Lertxundi, Mendiguren, Tolkien, de Orwell, de Luis Sepúlveda, de Woody Allen, de Daniel Nesquens…  

Pero ningún libro escrito por alguien nacido en Aragón (tal vez desde Baltasar Gracián) ha tenido la repercusión y la importancia de éste que se presenta hoy traducido al aragonés. Lo infinito en un chunco va a ser un hito en la historia de nuestra vieja lengua aragonesa, un esfuerzo incontestable por convertirla en lengua vehicular de alta cultura, y un enorme motivo de alegría para todos aquellos que compran y leen literatura en aragonés, que verán en esta traducción un repertorio de soluciones lingüísticas a cuestiones expresivas comprometidas. No son estos lectores demasiados, es cierto, pero gracias a esta traducción podrán serlo bastantes más. Y debemos agradecérselo a las dos personas que hoy nos acompañan: a Irene Vallejo, que, con Alfonso Castán como cómplice, se lo propuso a Chusé Raúl Usón en la pasada Feria del Libro de Jaca, en la que los cuatro coincidimos, que deseó esta traducción y que sólo ha puesto facilidades; y a Chusé Raúl Usón, su editor y esforzado traductor, que se ha volcado con el proyecto. Un proyecto romántico y lleno de amor por nuestra vieja lengua. La edición ha sido un ejercicio impagable de dignificación del aragonés, fuera de cualquier interés comercial o de búsqueda de cualquier beneficio. Esta traducción es el triunfo de la filología, del amor a las palabras y a las lenguas, por encima de cualquier otra cosa. Con que en Aragón hubiera unos cuantos como Irene Vallejo y Chusé Raúl Usón, las cosas serían distintas y mejores. El hecho de que dos personas de su valía apuesten por el aragonés y nos transmitan el mensaje de que es una lengua perfectamente adecuada para leer en ella los más elevados pensamientos, es algo tan noble y ejemplificador como cuando el rector Miral publicó sus comedias en aragonés cheso. Si Irene Vallejo no se avergüenza de nuestra lengua, cómo vamos a hacerlo nosotros, se dirán a partir de ahora los hablantes patrimoniales de nuestros valles pirenaicos. 

Irene ha obtenido con El infinito en un junco, (su gran ensayo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo, que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo) un éxito clamoroso, apabullante, ciclópeo. Es éste un libro apasionante (un “ensayo de aventuras”, lo llamó Landero con feliz hallazgo), escrito con una prosa magnífica marca de la casa, extraordinariamente documentado y lleno de información, dirigido a ese público que acaba de descubrir que las humanidades importan, y que se ha convertido en uno de los grandes libros de los últimos años, que lleva un montón de ediciones (36 de momento), que ha sido traducido a un gran número de idiomas, y que ha hecho de Irene Vallejo todo un fenómeno mediático para alegría de sus muchos amigos y conciudadanos que la adoramos. Porque Irene no despierta en nosotros sino cariño y admiración. Infinito cariño y admiración, con junco o sin él. 

 El infinito en un junco, en mi opinión, tiene un especial valor, pues nada podía hacer prever que un libro de alta cultura, un libro de una enorme erudición, un libro que no baja el listón en ningún momento y que es lo más alejado que uno pueda imaginarse de lo que podría ser un libro comercial, un libro que no es una novela o un ensayo de actualidad, un libro que defiende el valor de las palabras y de la literatura, obtuviera el reconocimiento popular y de la crítica que ha recibido. Eso sólo lo explica la enorme calidad del libro, que ha hecho que éste corriera de boca en boca y que se hayan acercado a él muchos más lectores de los que, en un principio, un libro como éste pudiera tener previsto recabar. Y también porque es un libro que defiendo lo frágil, lo pequeño, lo -solo aparentemente- insignificante, el valor del mundo sensorial, frente a las grandes palabras, los grandes objetivos, las grandes marcas, las grandes promociones. Mucha gente ha descubierto con El infinito en un junco que la vida, que la belleza, está en lo sencillo, en lo humilde, en los libros que no cotizan en bolsa y que, paradójicamente, acabarán siendo los más cotizados. Esto habrá desconcertado mucho a las editoriales empeñadas en vender productos precocinados, dirigidos a públicos supuestamente mayoritarios y poco exigentes que al final les han dado la espalda y han elegido un libro de calidad como el de Irene Vallejo.  

Y yo querría destacar aquí el enorme coraje, fortaleza, tenacidad y confianza en sí misma de IV, que ha tenido que sortear muchas dificultades hasta llegar aquí. Nadie se lo ha puesto fácil y la vida ha sido en ocasiones muy cruel y dura con ella, por lo que su éxito tiene un mérito extraordinario, del que todos nos alegramos ad infinitum