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Libertarios de Aragón
de
Agustín Martín Soriano. Editorial Doce Robles. Zaragoza, 2015
Prólogo de José Luis Melero
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Agustín Martín es un ciudadano ejemplar, de los que trabajan siempre generosamente por su tierra. Es el trato con los demás, el trabajo generoso por la comunidad, lo que nos civiliza. Y civil viene de “civis”, que es el “ciudadano, el que habita en la ciudad”. Por eso Agustín es un ciudadano de primera. En Zaragoza hay algunos otros ejemplos. Agustín tiene una larga y brillante hoja de servicios por su dilatada dedicación a las cosas de Aragón. Activo militante de la izquierda aragonesista (fue concejal de Chunta Aragonesista en el Ayuntamiento de Zaragoza), del movimiento vecinal y del asociacionismo cultural, podría decirse de él, parafraseando a Terencio, que nada de Aragón le es ajeno. Este libro lo confirma sobradamente. Procede también Agustín Martín de esa tradición de ciertos sectores del aragonesismo de izquierdas de mirar con simpatía manifiesta las doctrinas anarquistas y el movimiento libertario que tanta importancia tuvieron en el pasado reciente de Aragón. Felipe Alaiz, el grausino Ángel Samblancat (de quien se ha repetido muchas veces su conocida frase de que “es necesario que los aragoneses tiremos bombas también, aunque solo sean de tinta, para que se repare en nosotros”) o Gil Bel Mesonada, entre otros, fueron primero aragonesistas y más tarde abrazaron el anarquismo o simpatizaron abiertamente con la causa de los anarquistas. No ha sido infrecuente por tanto encontrar entre la izquierda aragonesista estas corrientes de simpatía por el anarquismo, pues no en vano Aragón fue uno de los territorios donde con más fuerza arraigó el pensamiento libertario y en el que nacieron, para vergüenza y deshonra de cuantos estamos en contra de toda violencia, algunos de los anarquistas partidarios de la acción directa más conocidos de la historia: Santiago Salvador Franch, el autor del famoso atentado del Liceo de Barcelona en 1893, Manuel Pardiñas, el asesino de Canalejas en 1912, Rafael Torres Escartín y Francisco Ascaso, que acabaron con la vida del Cardenal Soldevila en 1923, o Justo Bueno Pérez, el pistolero de la FAI, natural de Munébrega, responsable del asesinato de Miquel Badia, quien fuera jefe de la policía de la Generalitat republicana y organizador de los escamots de Estat Català. Y también corría sangre aragonesa -pues caspolina era su madre- por las venas de Rafael Sancho Alegre, quien atentó contra Alfonso XIII en abril de 1913, y por las de Paulino Pallás Latorre, cuyo padre era de Maella y que intentó en 1893 asesinar al general Martínez Campos. El feroz individualismo de muchos aragoneses, nuestro gusto por la verdad y la libertad, nuestra incapacidad para ser dóciles y serviles casa muy bien con esa pulsión anarquista. De ahí, como decimos, que no pocos aragonesistas de izquierda hayan tenido desde siempre buenas relaciones históricas con los movimientos libertarios, lo que también fue frecuente entre los federalistas de todo el Estado: Pi i Margall, el padre del federalismo en España, tuvo declaradas simpatías por el anarquismo y fue en sus últimos años, como recuerda Agustín Martín en su libro, “una figura legendaria intensamente aclamada por los anarquistas que vieron en él al censor del poder y al defensor de la autonomía municipal y regional”. Agustín Martín llevaba unos cuantos años buscando la bandera del Consejo de Aragón. Sabíamos que contenía los colores de todas las fuerzas antifascistas, teníamos suficientes referencias sobre ella, pero nunca la habíamos visto. Martín dio mil y una vueltas tras esa bandera, hasta que un buen día apareció. La encontró un coleccionista catalán, Rubèn Martínez Prats. La habían llevado a vender a un anticuario de Barcelona y él tuvo la suerte de pasar por allí. Naturalmente, el feliz hallazgo se presentó en público donde debía presentarse: en Caspe, la ciudad en la que tuvo su sede el Consejo. Allí era donde debía darse a conocer el descubrimiento, y allí estuvo Agustín Martín presentando la histórica bandera junto a Amadeo Barceló y el propio Rubèn Martínez, feliz ya por haber conseguido devolver a Aragón una parte importante de su historia. Luego, en un acto organizado el 18 de diciembre de 2011 en recuerdo del 75 aniversario del Estatuto de Autonomía de Caspe por la Fundación Gaspar Torrente para la investigación y desarrollo del aragonesismo, Chunta Aragonesista y la Fundación 29 de Junio, se hizo su presentación pública en Zaragoza, y hasta la capital de Aragón viajó de nuevo la bandera del Consejo. En esa búsqueda apasionada, en este interés de Agustín Martín por recuperar el emblema de aquellos meses en los que, por primera y única vez en la historia, entre octubre de 1936 y agosto de 1937, las doctrinas anarquistas llegaron a hacerse realidad en una parte del territorio aragonés, está sin duda el origen de este libro. En un principio, Martín pensó escribir un libro sobre las peripecias y avatares que rodearon el descubrimiento de la bandera y sobre la historia del Consejo de Aragón y la figura de su presidente, Joaquín Ascaso. No en vano había sido leyendo las memorias de éste como Martín conoció la existencia de esa bandera. Pero fueron apareciéndole tantos datos, acabó manejando tanta información sobre el mundo libertario, que decidió ampliar su libro hasta convertirlo en una utilísima cronología sobre la familia libertaria aragonesa y sobre los anarquistas que, de uno u otro modo, mantuvieron relación con Aragón. Agustín Martín ha escrito un libro lleno de afecto por el anarquismo y por los anarquistas, que narra de forma cronológica el fenómeno libertario en Aragón a lo largo de todo el siglo XX, pone a disposición de lectores y curiosos numerosos reseñas biográficas de los principales protagonistas del fenómeno libertario en Aragón (desde Fabián Nuez o Luciano Alpuente hasta Antonio Ejarque o Jesús del Olmo) y realiza una encomiable labor de síntesis de las más importantes monografías publicadas. La historia, es bien sabido, la deben escribir los historiadores, y de ellos ha habido siempre, desde la Edad Media hasta hoy mismo, grandes ejemplos en Aragón. Junto a éstos, nunca ha faltado un puñado de buenos lectores y de escritores cultos y entusiastas que, no desde los púlpitos de la alta investigación sino desde la humilde tribuna de una divulgación rigurosa, han ayudado a aquéllos en su labor de poner la historia a disposición de todos y no solo de unos pocos especialistas. Agustín Martín pasa con todo merecimiento a formar parte con este libro de ese escogido grupo de los mejores divulgadores de nuestra historia reciente.
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