UN RECORRIDO POR EL PREMIO DE LAS

 LETRAS ARAGONESAS

 

José Luis Melero

(Heraldo de Aragón, 2 de mayo de 3013)

 

El premio a una trayectoria es el más importante que puede concedérsele a un escritor, porque supone el reconocimiento a la excelencia, al talento y al esfuerzo de muchos años y de muchos libros, y no solo al acierto puntual con uno de éstos. Todos los países tienen un premio de estas características para agradecer a sus escritores el trabajo de toda una vida. En España está el Premio Cervantes y Aragón tiene también su propio premio Cervantes: el Premio de las Letras Aragonesas. Cuando Aragón no disponía de ese premio, algunos soñábamos con él, conspirábamos discretamente para crearlo, tratábamos de fomentar un estado de opinión favorable al mismo y teníamos siempre como modelo el ‘Día de las Letras Gallegas’ y esas maravillosas ‘fotobiografías’ que Edicións Xerais de Galicia publicaba cada año con motivo de la celebración de ese día y que estaban dedicadas al escritor al que se homenajeaba cada uno de esos años. Esas ‘fotobiografías’ las traía directamente de la librería Couceiro de Santiago de Compostela mi amigo Antón Castro y eran nuestro modelo para lo que debería hacerse aquí: la de 1990 dedicada a Luis Pimentel, la de 1991 dedicada a Álvaro Cunqueiro, la de 1993 de Luis Seoane, la de 1995 de Rafael Dieste… Tal vez fuera por influencia de ese ‘Día de las Letras Gallegas’, pero la primera convocatoria de nuestro Cervantes en 1995, el primer Premio de las Letras Aragonesas, no se llamó así, sino Premio ‘Día de las Letras Aragonesas’. La referencia no podía estar más clara. Ese año, ya con José Luis Acín en el Jurado, una de las personas que más ha creído en este Premio y que hoy sigue coordinándolo desde la dirección del Centro del Libro de Aragón, ganó un profesor y ensayista, Eloy Fernández Clemente, y ya se publicó, como ha sido norma habitual hasta hoy con excepción de un par de años, un librito que recogía una selección de trabajos del homenajeado. Se trataba de crear un imaginario aragonés en el que nuestros escritores más destacados fueran conocidos y leídos por todos. Al libro de Eloy, que se tituló ‘Sobre la historia de Aragón y otros prólogos’ le puso un delantal Luis Alegre en el que repasaba la vida y obra del premiado, desde su infancia en Andorra hasta la obtención de la cátedra universitaria en 1992 y la publicación de la primera entrega de ‘Gente de orden’ el mismo 1995. Premiando a Eloy quedaba claro que el ensayo, y no solo la creación literaria, también tendría cabida en el Premio, y efectivamente, como luego veremos, años más tarde ganarían también el premio otros dos grandes ensayistas y catedráticos universitarios: José-Carlos Mainer y José Manuel Blecua Perdices. En 1995 presidió el Jurado la entonces Consejera del Gobierno de Aragón Ángela Abós y también formó parte del mismo un entonces jovencísimo y ya respetado por todos Félix Romeo.

No se sabe muy bien por qué, pero el Premio de las Letras Aragonesas desapareció durante unos años y no fue convocado de nuevo hasta el año 2001. Ese año obtuvo el Premio la poeta y novelista zaragozana Ana María Navales, que había sido también profesora de la Universidad de Zaragoza y directora de revistas literarias como ‘Albaida’ y ‘Turia’. Navales era ya, a diferencia de Fernández Clemente, una escritora de creación pura y dura, pero también tenía obra ensayística -recordemos por ejemplo su libro de 1974 ‘Cuatro novelistas españoles’ en el que estudiaba a Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, Daniel Sueiro y Francisco Umbral, o ‘La lady y su abanico. Acercamiento a la literatura femenina del siglo XX: de Virginia Woolf a Mary McCarthy’, publicado en 2000- y había hecho mucho por la difusión de las letras aragonesas, especialmente con dos de sus libros: la ‘Antología de la poesía aragonesa contemporánea’ que editó la Librería General en su colección ‘Aragón’ en 1978, y la ‘Antología de Narradores Aragoneses Contemporáneos’ que las Ediciones de Heraldo de Aragón imprimieron en 1980. En esos dos libros, muy importantes en su momento, Ana María Navales trató de dar a conocer y acercar al gran público los que a su juicio eran los más destacados poetas y narradores de Aragón. El premio de Ana María Navales fue, como lo han sido en realidad todos hasta la fecha, justísimo e incontestable.

Indiscutible fue desde luego el Premio del año 2002. Fue elegido ese año como Premio de las Letras Aragonesas José-Carlos Mainer, el más brillante, reconocido y respetado de nuestros ensayistas literarios, el hombre que se inventó la ‘Edad de Plata’ de la literatura española, quien estudió por vez primera a los escritores falangistas desde la óptica de la izquierda, y quien, como la propia Ana María Navales, también había hecho lo suyo por dar a conocer nuestras letras, tanto desde la dirección de la sección de literatura de la Gran Enciclopedia Aragonesa entre 1980 y 1982, la dirección de tesis doctorales que servirían para la recuperación de una serie de poetas olvidados como Luis Ram de Viu, barón de Hervés, Gil Comín Gargallo, Raimundo Gaspar o Carlos Eugenio Baylín Solanas, y la publicación de monografías sobre José Antonio Labordeta -ya en 1977- Joaquín Dicenta, Ramón J. Sender o Benjamín Jarnés, como desde la dirección de la ‘Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses’, así llamada en recuerdo y homenaje de la que fundara Tomás Ximénez de Embún en 1876 y patrocinara la Diputación Provincial de Zaragoza, que publicó la benemérita editorial Guara y en la que aparecieron libros de Marcial, Pedro Alfonso, Gracián, Mor de Fuentes, Braulio Foz, Silvio Kossti, Sender, Ildefonso Manuel Gil, José Manuel Blecua, Jarnés, Ramón Gil Novales y Tomás Seral y Casas. Mainer, además, no solo ha publicado los libros de otros aragoneses sino que ha dedicado uno propio a la literatura aragonesa -o literatura en Aragón, como él preferirá que escriba-, Letras Aragonesas (Siglos XIX y XX), en 1989. Estos años la entrega del Premio tenía lugar durante una gran cena literaria que se celebraba en el Gran Hotel de Zaragoza, a la que eran invitados numerosos escritores, editores, libreros y gentes del mundo de la cultura. Aquello debía de costar un potosí y esas cenas pasaron a mejor vida rápidamente. Los años en que ganaron Navales y Mainer fueron los únicos en los que inexplicablemente no se publicaron libros conmemorativos.

En 2003 el Premio fue para Soledad Puértolas, también zaragozana como los dos últimos premiados y que a, diferencia de los anteriores, no residía en Aragón desde hacía años. Puértolas, que nos había deslumbrado en 1980 con ‘El bandido doblemente armado’, iba a publicar luego una serie de grandes novelas: ‘Burdeos’, ‘Todos mienten’ o ‘Queda la noche’ y acabaría siendo elegida miembro de la Real Academia Española. Otro importantísimo novelista, el mequinenzano Jesús Moncada, autor de la inolvidable ‘Camino de sirga’, le tomaría el relevo en 2004. Ese premio se entregó en Teruel el 18 de abril de 2005 y sería el último gran reconocimiento que recibiría Moncada, que iba a morir en junio de aquel año. Con ese premio se reconocía la pluralidad lingüística de Aragón y se mandaba un mensaje a los escritores aragoneses que utilizaban otras lenguas distintas del castellano: ellos también eran de los nuestros.

A la poesía le llegó el turno en 2005. Rosendo Tello, el poeta de Letux, uno de los grandes de la generación del Niké, recibía el premio y todos nos felicitábamos por el acierto del Jurado. Tello representa las esencias de la mejor poesía aragonesa y su obra, respetada y alabada por todos, crece y se consolida con el paso del tiempo. Un año más tarde fue Francisco Carrasquer el premiado, y no creo errar si afirmo que se trató de homenajear en él a los escritores aragoneses que tuvieron que sufrir un durísimo exilio tras la guerra civil, a los perdedores de aquel terrible enfrentamiento fraticida: Ramón J. Sender, José Ramón Arana, Ángel Samblancat, Benjamín Jarnés…

Otros dos clásicos ganarían los premios de los años 2007 y 2008: José María Conget y Ramón Gil Novales, escritores de culto -al clan de “los congetianos” se han referido Juan Bonilla e Ignacio Martínez de Pisón en alguna ocasión, y Mainer ya quiso significar la enorme importancia de Gil Novales al incluirlo como ya hemos visto en su ‘Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses’- y admirados y respetados por todos por su compromiso radical con la literatura con mayúsculas y sin concesiones. José Luis Borau sería un óptimo ganador en 2009, Ángel Guinda tomaría en 2010 el testigo de Rosendo Tello como monarca republicano de la poesía aragonesa, e Ignacio Martínez de Pisón, el narrador por excelencia de las letras aragonesas, el maestro del realismo, se llevaría el premio en 2011.  

Por fin, el pasado año de nuevo un filólogo, catedrático y ensayista ganaba el Premio de las Letras Aragonesas: José Manuel Blecua Perdices, director de la Real Academia Española, su quinto director aragonés tras Asín y Palacios, Laín, Alvar y Lázaro Carreter. Nuestro Premio Cervantes se prestigiaba aún más si cabe por tener a Blecua entre sus ganadores y acertaba de nuevo en su apuesta por la excelencia.