La voz de Beatriz Bernad
José Luis Melero
Heraldo de Aragón, 9 de octubre de 2015
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Hace unos cuantos años, Miguel Mena fichó a Beatriz Bernad y a Evaristo Solsona para que le acompañaran en su programa de Radio Zaragoza y así poder dedicar en él unos minutos a la jota aragonesa. Radio Zaragoza había sido históricamente una firme defensora de ésta y Mena, con su sensibilidad habitual, entendió que sería bueno llevar a los estudios del Paseo de la Constitución a una cantadora y a un gran aficionado para que, siguiendo aquella vieja tradición, hablaran de la jota, explicaran tonadas y las cantaran. Efectivamente, la idea no podía ser mejor. Ni mejores las personas seleccionadas: tanto Beatriz como Evaristo sabían muy bien lo que cantaban y de lo que hablaban. Una tarde, casualmente, yo coincidí con ellos. Ya no recuerdo si aquel día Miguel me invitó a participar en esa misma sección de su programa, o si yo intervenía en otra sección diferente y, al enterarme de que Beatriz y Evaristo iban a acudir allí, me quedé para acompañarles. La cosa es que los tres estábamos con Miguel Mena en uno de los estudios de grabación más minúsculos de Radio Zaragoza. No hace falta decir que yo había oído cantar a Beatriz Bernad decenas de veces, pero nunca lo había hecho en un espacio tan reducido. Mientras hablamos todo fue bien, pero cuanto Beatriz se arrancó a cantar el pánico se apoderó de mí. Creí que iban a romperse todos los cristales de aquel estudio, que éste se desplomaría por completo y sin remedio, y que moriríamos aplastados bajo los escombros. La muerte sin duda sería dulce, después de haber escuchado un estilo de jota interpretado por la gran cantadora de Lécera, pero ¿cómo explicarían nuestros biógrafos, en el supuesto improbable de que los tuviéramos, una muerte tan absurda, folclórica y disparatada? De dónde salía esa voz enorme, telúrica y maravillosa de Beatriz es misterio insondable y, como todos los misterios, inexplicable. Cómo de un cuerpo como el suyo -menudico, la verdad- podía brotar aquella voz que hizo retumbar todas las paredes de Radio Zaragoza es algo que nunca podremos averiguar. Nos salvamos de milagro y juré que nunca oiría cantar a Beatriz más allá de un gran teatro o en espacios abiertos. Pero como los juramentos están para incumplirlos, hace unas semanas volví, por invitación del músico Alberto Gambino, a escuchar de nuevo a Beatriz en un estudio de grabación: en el estudio donde la discípula y legataria de Jesús Gracia grababa su primer disco en solitario: ‘Las Pilares’. Como este estudio es mucho más grande que aquel de Radio Zaragoza, pasé menos miedo que la otra vez, a pesar de que su voz, de nuevo, todo lo atronaba. Pero por si las moscas, en esta ocasión me llevé casco de motorista, hice testamento y dejé ordenados mis papeles para facilitar el trabajo de mis improbables necrólogos.
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