LA JOTA DE RONDA EN ARAGÓN

José Luis Melero y Evaristo Solsona

La jota de ronda es sin duda la manifestación más genuina de la jota aragonesa. Y la más simbólica y representativa de lo que fue la jota en otro tiempo: el pueblo cantando unido, recorriendo las calles y plazas en franca armonía, confraternizando y divirtiéndose casi siempre, discutiendo y retándose como veremos en algunas pocas ocasiones.

Alto que viene la ronda,

alto que aquí se detiene,

alto que no viene sola,

alto que sola no viene.

Siempre hubo en Aragón jotas de ronda. Hasta en los pueblos más apartados del Pirineo. El escritor cubano José María Chacón y Calvo visitó Aragón en 1918, viajó por el Pirineo, visitó Lanuza, la ermita de Santa Elena, Santa Cruz de la Serós, San Juan de la Peña, Panticosa, Escarrilla y Sallent, y de ese viaje nació su maravilloso “Hermanito menor” publicado en San José de Costa Rica en 1919. En ese libro Chacón nos habla de las rondas de Lanuza que dirigía el pastor Ramonet, “gran amigo de la guitarra, el canto y el baile” y del baile de la “jota bravía y casta” que realiza Rosa porque  -le dice Chacón- “no conoces otro baile sino éste que aprendiste en la montaña”. Y hasta nos regala una copla de las que oyó cantar: “En la calle no hay sino bailes y cantos. En los portales están dispuestas las enormes cubas. Esta vez el primer vaso de vino lo ha ganado el que ha dicho este cantar:

No he de callar aunque digan

los de Sallent que me calle;

los vecinos de Lanuza

son los mejores del valle”.

Esta canta era ya, en cierta medida, una canta de reto, de las que tantas se han cantado siempre en las rondas. Cuando dos grupos de ronda enfrentados se encontraban en la calle era habitual que se dedicaran coplas bravías, altaneras, que llevaban ya encendida la mecha de la contienda que no iba a tardar en llegar. Ni qué decir tiene que esto ocurría también cuando los grupos de rondadores pertenecían a pueblos distintos y rivales. Pensemos en alguna de estas coplas de reto que todos hemos oído cantar en muchas ocasiones:

Esta noche he de rondar

esté raso o esté nublo,

y he de romper la guitarra

en la cabeza de alguno.

 

En el río cantan ranas

y en la huerta los gurriones,

y en el pueblo sólo canta

aquel que tiene... riñones.

 

Anda ve y dile al alcalde

que eche multa a las vecinas,

por haber dejao de noche

que anden sueltas las gallinas.

 

Ese mozo que ha cantado

tiene mucha cobardía,

porque canta por la noche

y se esconde por el día.

 

La calle Mayor de Jaca

ya no la rondan chavales,

que la rondan jacetanos

con pistolas y puñales.

 

Ya ye la ronda en la calle,

ya ve la formalidá;

lo qui se meta con ella

cuente la nos pagará.

 

O en estas otras, famosísimas, referidas a las cuadrillas de rondadores que buscaban la provocación y la reyerta y a las que, precisamente por su carácter bronco y lenguaraz, el pueblo les adjudicó el calificativo de fieras:

 

No salgas niña de casa

porque ha salido la fiera.

Lo primero que ha cantao

la jota revolvedera.

 

Esta noche va a salir

la ronda de la alpargata.

Si sale la del zapato

armaremos zaragata.

             

         Ya me canso de rondar

         callejas y callejones,

         y no he podido encontrar

         la ronda de los matones.       

 

En la plaza se oye gente,

        en la plaza se ha de entrar.

        Pena de la vida tiene

        aquel que vuelva p’atrás.

           

         Ya está la ronda en la calle,

que no tiene competencia.

Lo mismo es tirarle balas

que papeles a la Audiencia.

           

Ya está la ronda en la calle

sin permiso del alcalde,

que la ronda es mucha ronda

pa pedir permiso a nadie.

           

En las jotas de ronda de tiempos pasados fueron pues, como decimos, frecuentes los enfrentamientos. Lo reconocía el propio Demetrio Galán Bergua, siempre tan interesado por otra parte en dejar en buen lugar a los mozos aragoneses: “¡Cuántas veces en Aragón la jota de ronda dejó de ser ejemplar al desencadenarse el desenlace sangriento de dos cuadrillas encontradas” y aseguraba que algunas rondas terminaban entre el “griterío general, insultos recíprocos, puñetazos, garrotazos, guitarrazos y, con bastante frecuencia, con la aparición y uso de navajas, puñales, cuchillos y trabucos”.  Recordemos la canta:

El trabuco y el puñal

son defensa de un valiente:

al revolver una esquina

munición... y venga gente.

En cualquier caso, los más mayores recuerdan siempre que lo habitual es que las rondas de jota fueran pacíficas, amables y divertidas. En las jotas de ronda fue siempre tradicional que los mozos salieran a rondar a las mozas. Éstas se asomaban a los balcones y a las ventanas y escuchaban a los mozos galantear y cantarles cantas alusivas, algunas manifiestamente retadoras para el pretendiente de la amada:

Tienes la casa muy alta,

 las paredes de papel,

 y al galán que te festeja

dile que me cago en él.

También se asomaban los padres y las madres -a los que igualmente se les rondaba en ocasiones como veremos-, que dejaban por un rato sus ocupaciones y salían a escuchar la ronda. Se cantaban cantas de amor, desde luego, pero sobre todo se utilizaban siempre coplas humorísticas, pensadas para la fiesta, pues esta fue siempre la razón de ser de las rondas: 

Mi compañerico y yo

y uno que se llama Sixto

formamos una rondalla

        que no la para ni Cristo.

 

Al subir las escaleras

 te vi las ligas azules

 y un poquico más arriba

 sábado, domingo y lunes.

 

En tu vida te enamores

de mozo que no ha rondado,

que el que no ronda de mozo

ronda después de casado.

De Emilio Ester Rubira es la conocida:

Las escaleras de casa

ahora acabo de contar:

hay cincuenta pa subir

y cincuenta pa bajar.

Y de Jorge Roqués la también muy cantada:

          Permita Dios que me vuelva

          un botijo sin pitorro

          y que tú, muerta de sed,

          tengas que beber a morro.

            Una clásica de Gonzalo Quintilla escuchamos cantar una noche en una ronda atravesando el Puente de Piedra:

Llevé al chico a Zaragoza

pa que eligiera un oficio

y ninguno le gustaba

hasta que vio al arzobispo.

Un par de veces hemos oído dos de las grandes cantas de Cristóbal Casañal:

Si quieres que nos casemos

ha de ser con condición

qu´hi de seguir con la novia

que tengo en Bujaraloz.

y

Que te paices a la Virgen

dice tu madre, mañica.

Será a la que hay en mi pueblo,

que está siempre sentadica.

Sólo una vez escuchamos esta canta que Cosme Blasco publicó en el Almanaque de 1874:

Mi marido está muy malo

y estoy yo en su cabecera

con el rosario en la mano...

pidiendo a Dios que se muera.

 

Y no deberíamos terminar este apartado de coplas humorísticas sin incluir dos excepcionales que los cantadores deberían incorporar rápidamente a sus repertorios: la primera de Joaquín Yus, que apenas se oye en las rondas, y la segunda de la altoaragonesa Teresa Ramón Palacio, que Mario Bartolomé y Fernando Solsona ya incluyeron en su Geografía de la jota cantada:

 

Con mujer de mala fama

no se debe andar de noche.

Por eso es aconsejable

no andar y llevarla en coche.

Y

Cuando te ronde esta noche

échame una clavelina,

pero procura que sea

sin maceta, prenda mía.

Las rondas han sido siempre enormemente participativas. Esta ha sido quizá su mayor característica a lo largo de la historia. Todo el pueblo podía participar en ellas. Había rondas en las que sólo cantaban dos o tres mozos, otras en las que ya era un puñado de mozos el que cantaba -muchas veces los quintos del año- y otras en las que prácticamente todo el pueblo salía a cantar. Les acompañaban los que en el pueblo sabían tocar las guitarras, las bandurrias, los requintos... y muchos que sólo querían caminar junto a la ronda, oír las cantas y divertirse. Cualquier motivo era además bueno para organizar rondas: fiestas, celebraciones, homenajes... y lo mismo se rondaba a las madres, que a novias, invitados, autoridades... Veamos un par de ejemplos de cantas dedicadas a la madre y a la novia:

Escuche madre a la ronda

que su hijo viene a rondarle,

que no ha encontrado cariño

        que al suyo pueda igualarle.

 

           Di a tu padre que no ponga

           cristalicos en la valla,

           pues aunque ponga puñales

           para verte he de saltarla.

            Decíamos que las rondas de quintos fueron siempre tradicionales. Recordemos algunas coplas:

            Somos los quintos de este año

            y los del año que viene

            Viva la moza que dice

            que por un quinto se muere

 

            Calle Mayor de Alcañiz

            cuántas veces te he rondado.

            Ya no te rondaré más

            porque me voy de soldado

            Y el estribillo:

     Si me voy de quinto

             mi madre llora,

             y a mi mañica

             la dejo sola.

Las rondas comenzaban después de solicitar al alcalde el preceptivo permiso para rondar (pensemos en cantas como Con permiso del alcalde / y del regidor primero, / hemos salido a rondar / hasta que salga el lucero) y, tras escoger el itinerario, se cantaba a “ronda seguida”, es decir con los tañedores tocando continuamente y entrando los cantadores libremente a cantar cuando les parecía -lo que lleva a que en ocasiones un cantador entre a cantar a la vez que otro, por lo que uno de ellos deberá desistir del intento y esperar a que el otro termine-, y a “ronda parada” debajo de cada balcón o en la puerta de la casa donde se quiere rondar a la persona elegida. En “la ronda parada” el cantador pide a la rondalla el conveniente tono y, tras los cuatro acordes de iniciación, las dos variaciones completas y la oportuna entrada, echa al aire su copla a ritmo más pausado que el vivo de la ronda seguida pero más ágil que el de las tonadas llamadas de “estilo”. Al final, cuando la ronda concluía, se echaba la tradicional “despedida” o “rematadera” con cantas como ésta:

Me dicen que son las nueve

me cuentan que son las diez.

Por si acaso se hace tarde

la despedida os daré.

Cada uno cantaba libremente lo que bien le parecía, muchas veces inventando las coplas sobre la marcha -pues la facilidad para la improvisación ha sido siempre característica del buen rondador-, otras cantando las coplas tradicionales (¡Viva la ronda que ronda / y vivan los rondadores! / ¡Vivan las niñas bonitas / que salen a los balcones! o La ronda zaragozana / sale por la Tripería / da la vuelta por el Coso / pa rondarte, prenda mía), y en algunas ocasiones sin preocuparse demasiado de cuidar la pureza de las tonadas (que tienen características muy similares a las que se utilizan para acompañar a las jotas de baile). Los niños y los mayores solían acompañar también a los jóvenes en su recorrido. Muchas veces las dueñas de las casas abrían las puertas y obsequiaban a los rondadores con porrones de vino, abundantes platos de embutido y queso, tortas y bizcochos caseros. Al parar la ronda en una casa y dedicar coplas alusivas a sus moradores, éstos, agradecidos, se sentían en la obligación de agasajar a los cantadores y tañedores. Esta costumbre era hasta hace no muchos años habitual en las rondas de Zaragoza durante las Fiestas. Todos hemos visto alguna vez rondar a algunas autoridades de la ciudad y cuando las rondas bajaban hacia el Pilar era frecuente una parada en “Casa Amadico”, un afamado bar próximo a la calle de San Gil, para reponer fuerzas. Allí los cantadores cantaban con gracejo:

A Casa del Amadico

hemos venido a rondar,

pa que saque unas copicas

y que sean de coñac.

 

 

RONDADORES

Los grandes joteros a lo largo de la historia han sido también grandes rondadores. Participar en una gran ronda, sentir a la gente próxima, verla emocionarse o reírse con las cantas, entonar en la calle y a pleno pulmón las tonadas vivaces, valientes y sugestivas de los estilos rondaderos, ha sido siempre un timbre de gloria para los más afamados cantadores, desde Pedro Nadal “El Royo del Rabal” y Mariano Malandía “El Tuerto de las Tenerías” hasta Juanito Pardo -ídolo del pueblo aragonés a finales del siglo XIX y principios del XX- y el gran Cecilio Navarro, que imprimía a sus rondaderas ese modo suyo de cantar tan diferente, con esos peculiares recortes especialidad de la casa y esa chispa especial que habría de acompañarle a lo largo de su larga vida artística. Fue también un gran rondador el coloso José Oto, a quien durante unos años acompañaría Jesús Gracia en la rondalla “Alma de Aragón” que dirigía Mariano Cebollero. Ambos joteros dejaron un gran legado para la posteridad al grabar un buen número de hermosas y valientes jotas rondaderas. En Zaragoza hubo otros excelentes rondadores como Joaquín Numancia, prodigio de gracia y rapidez mental,  Blas Larrayad Molinos “El Pitorro”, nacido en Fuentes de Ebro en 1899, Domingo Martínez “El tío Carrachín”, Francisco Caballero, Francisco Rodríguez “Redondo”, conocido también por “El Gavilán”, nacido en Épila como “El tío Carrachín”, José Sierra, de Sestrica, Gerardo Gracia, Dionisio Labasa, Juan Antonio Gracia y Manuel Gracia “El Chato”, de Nuez de Ebro, Matías Maluenda, de Sabiñán, Tomás Marco, de Cetina, Celestino Ballarín, nacido en Rueda de Jalón pero que trabajó como pastor en Torres de Berrellén, los Galé, padre e hijo, de Tauste, Emilio Arrieta, de Castejón de Valdejasa, Jesús Obón, de Azuara, Mariano Arregui, de Ricla, o Fernando Puyó. En Fuendejalón nacieron grandes rondadores como Ángel Aznar, padre de quien sería presidente del Real Zaragoza Ángel Aznar Paniagua, Ángel Tolosa “El Churro”, Joaquín Rodríguez, Genaro Domínguez y Lorenzo Navascués. Estos dos últimos protagonizaron la famosa “ronda de los melones” en las fiestas de Pradilla de Ebro. Después de recorrer cantando la mayoría de las calles y casas del pueblo, y cuando estaba ya a punto de terminarse la ronda, alguien les retó a seguir cantando hasta que se hiciera de día a cambio de regalarles un melón por cada nueva copla. Los de Fuendejalón aceptaron el envite y lograron una gran cosecha de melones y la admiración de todo el pueblo, al que dedicaron al final la rematadera:  “Adiós pueblo de Pradilla, / de melón salimos hartos, / pero no de vuestro afecto / ni de vuestro noble trato”. Y de Calatayud fueron otros dos extraordinarios rondadores: el popularísimo Dámaso Salcedo e Hilario Gallego “El Bolero”, probablemente el más grande cantador nacido en la capital del Jalón, que marcó toda una época con su dominio de los estilos y su portentosa voz, dando lugar a un dicho que todavía se escucha, sesenta y tantos años después de su muerte, entre los buenos aficionados: “pa jotero, el Bolero”.

Otro caso muy interesante es el de Franco Oliván,  popular personaje zaragozano de finales del siglo XIX y principios del XX, que se pasó la vida sin trabajar, cantando jotas y rondando por las calles y dando muestra de buen ingenio y gran inventiva. Acabó sus días ingresado en el Manicomio de Zaragoza, donde cantaba diferentes coplas utilizando siempre la misma tonada con añadidos que las hicieron muy célebres. Su copla más conocida y el estilo que lleva su nombre figuraban ya en el Cancionero de Alvira de 1895:

Si quieres que yo te cante cli cli

la jotica la trompeta ¡riau!

todo el mundo trabajando  ¡riau!

Franco Oliván a la fresca  cli cli

tipitipitin, tipitin, tipitipitin, tipitin

            Y también popularizó esta otra:

         Si quieres que yo te cante

la jotica del pan tierno

Franco Oliván no trabaja

aunque lo mande el Gobierno,

pues cuando cumplió quince años

echó la herramienta al Ebro.

 La provincia de Teruel ha dado siempre enormes rondadores. Ya en el siglo XIX destacaron Blas Mora, Hermenegildo Sos, “Meregildo”, y su hijo Manuel Sos, Serafín Clavería “El Venancio”, Manuel Marcuello “El Tacones” y sobre todo Manuel Gracia “El Capacero”, nacido en Albalate en 1866, con gran fama en el Bajo Aragón y cuya presencia fue imprescindible en las rondas de quintos de Albalate, Híjar, Alcañiz... Gran rondador ha sido siempre José Iranzo “El Pastor de Andorra”, que ha protagonizado cientos y cientos de noches de ronda, especialmente las rondas de quintos, que duraban hasta el amanecer. Fue siempre acompañado de otros grandes rondadores como Marcelino Plumed, de Monreal del Campo (donde nació también otro rondador excepcional, Joaquín Peribáñez), y los muy conocidos Jesús Benito y José María Julve, de Torrijo del Campo, cuyo concurso es todavía hoy muy solicitado en toda la provincia de Teruel. Y asimismo debemos recordar a Joaquín Pascual, “El Casero”, de Andorra, que fue gran rondador y panderetero, y a Jesús Burriel, de Muniesa.

            También Huesca ha sido tierra fértil en grandes rondadores. El primero conocido fue el popular “Tío Lereta”, de profesión fematero, que hacía sus rondas mientras recogía el estiércol y, montado en su burra, dedicaba cantas a los paseantes y a los vecinos que se asomaban a balcones y ventanas para regocijo de todos. Fue contemporáneo de “El Royo del Rabal”. Han rondado también espléndida y generosamente Valentín Cajal, de Larrés, Fidel Seral, Ramón Bareche, Teodoro Sanagustín “El Chino”, Víctor Lera, Vicente Cambra, Joaquín Campodarve, de Pozán de Vero, y Francisco Lasierra “El chato de Pallaruelo”, autores también estos últimos de cantas muy celebradas.

En la actualidad son grandes rondadores Vicente Olivares, Inocencio Lagranja, Fernando Checa, Javier Soriano, Nacho del Río, Antonio Julve, Roberto Ciria..., porque lo habitual fue siempre que salieran a rondar los hombres. Pero también han rondado y grabado rondaderas las mujeres y lo han hecho espléndidamente Pascuala Perié, Felisa Galé, Conchita Pueyo, Encarnita Rodríguez, Josefina Ibáñez, Mercedes Soro, María Pilar Lasheras, Begoña García Gracia, María Teresa Pardos o Beatriz Bernad.

RONDALLAS Y RONDAS

Las rondallas fueron desde siempre habituales en Aragón. Manuel Vázquez Taboada en su novela El sitio de Zaragoza, publicada en Madrid en 1864, describe una rondalla “provincial” de la época de los Sitios, en la que “formaron el centro los profesores, a su alrededor colocáronse las mujeres y un círculo de quince a dieciséis personas más constituyeron, digámoslo así, la vanguardia y la retaguardia de la alegre comitiva”. Esa rondalla acompañaba a la ronda por las calles de Zaragoza hasta llegar al Portillo y la plaza de la Misericordia, mientras se cantaban coplas como ésta: “Muera el francés orgulloso / y viva nuestra ciudad / Vivan Palafox y Melci / y la Virgen del Pilar”. También los labradores del Gancho organizaron en el primer tercio del siglo XIX rondallas con las que participar en los festejos populares de la ciudad, llegando a ser alguna de ellas -la rondalla de Zaragoza- conocida en todo Aragón. Con los años fueron apareciendo numerosas rondallas, destacando la de Mariano Naval “El tío Carrucha”, fundada en 1874 y de la que formó parte como bandurrista, antes de cumplir los diez años, quien sería más tarde eminente violinista Teodoro Ballo Tena.

En el primer tercio del siglo XIX las rondallas comprendían además de los tradicionales instrumentos de cuerda (guitarra, bandurria, requinto, viola y violín) diferentes instrumentos de viento, entre los que sobresalían el clarinete, la gaita, la dulzaina, la flauta e incluso el fagot. La música de viento fue desapareciendo paulatinamente de las rondallas, que desde hace ya muchos años están compuestas principalmente por guitarras, bandurrias, laúdes, guitarros y requintos, instrumentos a los que en ocasionen pueden sumarse el hierro o triángulo, la pandereta y las castañuelas. En algunas zonas del Maestrazgo turolense y en valles del Alto Aragón como el de Echo las rondallas suelen incluir el violín o el acordeón; y en algunos pueblos todavía se utilizan como acompañamiento el cántaro, las cucharas y las botellas con relieves en su exterior. 

El número de tañedores en las rondas es muy variable, dependiendo de la importancia de la rondalla. Más de cien miembros llegó a tener la del Maestro Orós, en la que Mariano Malandía “El Tuerto de las Tenerías” tocaba admirablemente el requinto. Otras rondallas muy populares a finales del siglo XIX fueron las de los maestros Adiego, Calvo, Moliner y la del pueblo de Aniñón que dirigió el maestro Espeita. A éstas les fueron sucediendo otras como la prestigiosa rondalla del maestro Tremps, la de José Calabia -en la que José Oto tocaba la bandurria-, la de Roque del Castillo, la de Villacampa, la conocida Rondalla Candela, la de Florencio Santamaría, la Rondalla Goya de Sánchez Candial o la de Juan José Trullén. Más recientemente tuvo gran importancia la del maestro Francisco Peirona, fundador de la Rondalla Bretón en 1950 y feliz compositor de hermosas variaciones para rondalla. Otros conocidos directores de rondalla han sido Pedro Santos Cardona,  Manuel Villanueva y Antonio Galindo. Por su peculiaridad deberíamos recordar también a la popular “Rondalla de los Viejos” de Tauste, la de los hermanos Romero, de la misma localidad, compuesta por cinco tañedores de guitarra (uno se encargaba de la melodía, otro le hacía el dúo, el tercero rasgueaba los acordes, el siguiente tocaba los bajos y el último los redoblaba, según nos cuentan Mario Bartolomé y Fernando Solsona en su Geografía de la jota cantada) y la Agrupación de cuerda “Los Chatos”, de Monreal del Campo, integrada por el padre, los hijos y los nietos, y en la que destacaba la utilización de una gran guitarra de siete cuerdas que tantas veces acompañó las actuaciones de Joaquín Peribáñez, el gran cantador de la ribera del Jiloca.

Antiguamente la mayoría de los pueblos aragoneses contaban con su propia rondalla. Nos hemos referido a las de Tauste y Monreal del Campo, pero las hubo también en Echo (“en la nuey de los tiempos se pierde / la memoria de chesas rondallas”, escribió Veremundo Méndez), en Ansó, en Borja, en Magallón, en Sástago, en Jaca, en Mas de las Matas, en Binéfar y en tantos y tantos pueblos. Hoy en día, aunque algunas pocas permanecen (la de Nuez de Ebro, por ejemplo, en donde tuvo lugar hace unos pocos años una gran ronda en homenaje a Pascuala Perié en el centenario de su nacimiento, en la que participaron, nada más y nada menos, que “El Pastor de Andorra”, Inocencio Lagranja, Vicente Olivares, Javier Soriano y Fernando Checa), muchas de esas rondallas, y con ellas buena parte de las rondas, han ido desapareciendo del ámbito rural. 

Los viejos aficionados todavía recuerdan rondas históricas: la de Echo de junio de 1934, la de Zaragoza de octubre de 1951, la gran ronda a Demetrio Galán en marzo de 1970, meses antes de su muerte... Hoy a pesar de todo todavía se pueden escuchar buenas rondas en numerosos pueblos aragoneses como San Martín del Río, Rubielos de Mora, La Muela, Aguarón, Labuerda, Calatayud, Fuendejalón, Graus, Echo, Sandiniés, Almudévar, Bielsa, Albarracín (con sus famosísimos Mayos), Alcañiz...