Presentación de José Luis Muñoz

 

Por José Luis Melero

 

 

José Luis Muñoz es un hombre muy conocido en el mundo de la jota. Tan conocido que hablar hoy de jota aragonesa y de José Luis Muñoz son casi la misma cosa.

Su tarea de dinamizador en el mundo de la jota es extraordinaria. Yo hasta hace un par de años lo conocía de vista, como casi todo aficionado a la jota. Lo había visto dirigiendo siempre las jotas de ronda por las calles zaragozanas, a las que yo llevo asistiendo desde hace treinta y cinco años (desde aquellos lejanos años en que en alguna ya fría noche de octubre se paraban en Casa Amadico y le cantaban al dueño: «A Casa del Amadico / hemos venido a rondar / pa que saque unas copicas / y que sean de coñac»), y lo había visto siempre en el Certamen dirigiendo a la rondalla. Todo lo hacía siempre con gran criterio y personalidad y se veía en él a un hombre de carácter. A la vez se le veía un hombre tierno y cariñoso y a todos trataba con gran educación y cortesía.

        Todo esto tuve ocasión de comprobarlo personalmente hace dos años cuando nos conocimos personalmente. Tuve entonces el honor -inmenso honor para un gran aficionado a la jota como yo- de ser nombrado miembro del Jurado de canto del Certamen Oficial de Jota. Ningún otro nombramiento en mi vida me ha hecho tanta ilusión. Ni ser Consejero del Real Zaragoza. Ni ser miembro del Jurado del Premio de las Letras Aragonesas. Allí trabajé codo con codo con José Luis y pude comprobar que sin él el Certamen no tendría el nivel y la importancia que hoy tiene. Contaré una anécdota muy reveladora de su personalidad. Yo era un recién llegado a ese Jurado y no sabía muy bien cómo funcionaban las cosas. En una de las pruebas preliminares, que se celebraban en la Escuela Municipal de Folclore, un cantador llegó tarde. Se le pasó el turno y a los pocos minutos se presentó. Venía de un pueblo próximo, había tenido problemas de tráfico y se había retrasado. José Luis consultó al Jurado. «¿Qué os parece que hagamos?». Yo, ingenua y cándidamente, opiné que podíamos dejarle participar. Algunos otros también eran de mi misma opinión. Pero José Luis, en su calidad de máximo representante de la organización, tomó una drástica decisión: «No lo debemos pasar. No debemos tolerar retrasos. Esto es el Certamen. Un certamen centenario y prestigiosísimo y no un concurso de pueblo. Debemos ser serios». Y fue descalificado. José Luis nos confesó luego: «Es un gran cantador y un chico extraordinario. Lo siento en el alma. Pero debo velar por el prestigio y la seriedad del Certamen. ¿Qué dirían los que han estado puntuales si transigimos con los retrasos?». Ahora comprendo, claro, que José Luis tenía razón y que si el Certamen ha llegado a sus ciento veinte ediciones y tiene el prestigio que tiene es por gente como él que se ha preocupado en todo momento de darle distinción y señorío. Y esta anécdota revelaba también lo que antes decía: que es un hombre de carácter, de personalidad arrolladora, que sabe tomar decisiones y tomarlas rápidamente, aunque esas decisiones puedan ser impopulares, afecten a amigos o conocidos, o le puedan doler personalmente, como ocurría en el caso narrado. Y revela que es un hombre con opinión y criterio, que sabe qué debe hacerse en situaciones complicadas y comprometidas.

        Todo esto de por sí ya sería suficiente para hacer el elogio, como antiguamente se decía en los actos académicos, de José Luis Muñoz. Pero faltaba quizá lo más importante para todo artista. Su faceta de creador e intérprete. Me faltaba conocerlo en esta faceta, pues nunca lo había visto tocar. La primera vez que Begoña García Gracia y él se presentaban en público interpretando los temas que han dado origen al disco que hoy presentamos fue en el Salón de Actos del Centro Cívico Universidad en junio de 2006. Yo no podía faltar. Allí estaba, discretamente, en una esquina de la cuarta o quinta fila. Begoña estuvo soberbia, claro. Pero eso no era ninguna novedad. Yo la había oído cantar muchas veces, le había visto en el Principal ganar sus cuatro extraordinarios (en el 84, 87, 88 y 90) y era sin ninguna duda, entre las joteras históricas, mi jotera favorita, la que cantaba la jota con más pureza, elegancia y delicadeza. Yo esperaba que estuviera de diez y así fue en efecto. La conmoción en cambio fue escuchar a José Luis Muñoz, de quien nada sabía. Qué guitarrista. Qué arreglos. Qué dominio de la técnica. Qué gran intérprete. Todos ustedes van a poder comprobar lo que digo en cuanto escuchen el disco. Evaristo Solsona, que estaba algunos asientos delante de mí, me dijo al saludarnos a la salida: “Inconmensurable, José Luis ha estado extraordinario”. Y es que era la gran sorpresa del día. Luego lo escuché también en la Sala de la CAI en el Paseo Independencia, y la sensación fue la misma. Estamos pues ante un gran creador (no olvidemos que hay en el disco temas suyos como el «adagio de sobremesa» y que es autor de variaciones y versiones a lo largo de todo el disco) y ante un gran intérprete que dota a todas las piezas de una singularidad extraordinaria (pensemos en su adaptación de la jota baja de Cinco Villas o en su interpretación de la loa a la Semana Santa, con recreación con su guitarra de cornetas y tambores). Un maestro, en definitiva, humilde y sencillo. Como son siempre los maestros de verdad. Una gran persona. Un lujo para la jota y para Aragón.