Presentación del libro

Treinta motivos para reencarnarse en mosquito

De José Luis Gracia Mosteo

Zaragoza, Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Mayo 2011

José Luis Melero

 

 “Echa vino, montañés, / que lo paga Luis de Vargas, / el que a los pobres socorre/ y a los ricos avasalla. / Echa vino, montañés, / que lo paga Luis de Vargas”. Estos versos de mi admirado Fernando Villalón, el poeta que quiso criar y encastar toros de lidia que tuvieran los ojos verdes, y que a mí me enseñó el poeta Claudio Rodríguez una noche de parranda, deberían haber sido, junto a los otros famosos de Borges que José Luis Gracia Mosteo eligió (“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído”), los que encabezaran este libro. Primero, por la presencia del vino en el mismo, que cuenta con un texto dedicado a él en exclusiva y que hace que hasta el título, “Treinta motivos para reencarnarse en mosquito”, haga referencia al vino, pues Gracia Mosteo cita en su libro al mosquito del vino (uno “si vuelve a reencarnarse desearía que fuera en mosquito del vino”, escribe) y reconoce que él mismo, “vasito a vasito, le ha pagado los estudios al hijo de algún bodeguero tras años de devota fidelidad”; y segundo, porque el capitán de bandoleros Luis de Vargas, aquel que mandó con bravura a “Los 7 niños de Écija”, ese que a los pobres socorría y a los ricos avallasaba, nos recuerda mucho al propio José Luis Gracia Mosteo. No quiero decir, desde luego, que mi admirado José Luis, sea todo un bandolero (que, tal vez, sí), pero sí que comparten quizá parecidas actitudes ante la vida: valentía, coraje, algo de quijotismo, no doblar la rodilla ante los poderosos y preocupación por los humildes y los desheredados de la literatura.

Esto en este libro es muy evidente. José Luis escribe mucho de escritores humildes, de escritores escondidos, olvidados (Quintanilla, Román Ledo, Vázquez Prada, Ruiz Barrachina, Baylín, Buscarini, Chusé Inazio Felices y muchos otros), y poco de escritores muy conocidos o importantes (apenas Kafka, Stefan Zweig, Luis Alberto de Cuenca, Soledad Puértolas…). De los primeros lo hace casi siempre con generosidad (huyendo de aquello de ser poderoso con los humildes y humilde con los poderosos) y las mayores críticas las reserva para los famosos. Así, a José Luis de Vilallonga lo llama “personaje estirado y fantasmón” y “redomado caradura”, aunque no por eso deja de reconocer que escribe con “nervio envidiable” y “prosa limpia”, sin asomo “de retórica ni acartonamiento”. De Jaime Siles dice que es “tan buen poeta como acartonado personaje” y a Guillermo Carnero lo vapulea de forma inmisericorde y lo califica de “ejemplo de pavo real, tan ansioso de honores que habría que llamarle avida glorias”. Es pues valiente como Luis de Vargas, algo quijote, y prefiere los perdedores a los ganadores, los débiles a los fuertes. Y es también, como imagino que lo sería el capitán Luis de Vargas, profundamente irreverente. Utiliza una frase para definir a Vázquez Prada que debería aplicársele a él: “Su prosa preñada de irreverencia le convierte en un escritor diferente”.

El libro, en el que se recogen treinta trabajos sobre libros y autores diversos, una veintena de ellos aragoneses, incluidos los que dedica al vino, a las iglesias mozárabes del Serrablo (con un título acertadísimo: “Mil años literales de soledad”) y a los novísimos (muchos de ellos -dice José Luis- ya “viejísimos” o “antiguallas” y en los que, con esa irreverencia de la que hablábamos, encuentra polillas), es inteligente e intelectualmente estimulante. Ninguna opinión le dejará al lector indiferente, muchas le provocarán ira o alegría, pero en cualquier caso siempre reflexión. Veamos algunas de esas opiniones:

A Fernández Mallo lo llama el Mallarmé del siglo XXI y dice que Vila Matas y él son los únicos autores absolutamente iconoclastas desde el 27, lo cual, desde mi punto de vista, es mucho decir. ¿Y Ory, y Cirlot, y Miguel Labordeta, y Arrabal, y Julián Ríos...?

De Kafka dice, por ejemplo, que es un contrasentido: quiso desaparecer y existe como adjetivo en todas las lenguas occidentales.

Cita a Keats y dice que “un poeta es la cosa menos poética del mundo”, lo que es cierto casi siempre.

Luis Alberto de Cuenca le parece el más aventajado con Gimferrer de su generación.

Emparenta a Nacho Escuín con Corso y Ferlinghetti, pero después lo conoce en persona y deriva en pelotera lo que era simpatía. Aunque no deja de reconocer que está ante un escritor con voz propia, pues en literatura “siempre he puesto la obra por delante del autor”. Y es verdad, Gracia Mosteo sabe diferenciar bien lo personal y lo literario. Como hemos visto con Vilallonga o Siles.

De Soledad Puértolas predijo que acabaría de académica. Y le recomienda que se lleve alcanfor, para que no se apolille.

Alfredo Saldaña le decepcionó humanamente “por su sensatez y sentido común”, pues su poesía, “honda y filosófica” le hacía esperar “un destello de esa rabia y enajenación que sólo produce la lucidez”. En cambio el bueno de Alfredo le parecía “contenido, inteligente y amigo de escuchar más que de hablar”.

Miguel Mena le parece uno de los personajes mejor dotados del panorama literario.

Félix Romeo le parece “nervioso”, “impertinente”, “mandón” y “cascarrabias”, alguien “para darse de hostias con mucho gusto”. Yo que tú, amigo José Luis, no lo haría, porque los que conocemos bien a Félix sabemos que es uno de los hombres de corazón más grande. Confiesa que le interesa mucho Discothèque y le pide que escriba más y que abandone el club de los Bartleby.

De Vázquez Prada dice que era el “tocapelotas de los poderosos, el Rabelais de las letras, una mosca cojonera”.

Víctor Juan, a quien declara no conocer, tiene la facultad de emocionar. Y lanza una reprimenda al Jurado que no le premia su novela Por escribir sus nombres, pues la compara con la novela ganadora y le parece que ésta no tiene ni la audacia ni la intensidad de la de Víctor.

De El vendedor a la intemperie, de Fernando Jiménez Ocaña, escribe: “Envuelto en ropajes goyescos…” pág. 59. No se puede decir mejor.

De Antón Castro dice que es un autor que “pertenece a la tradición…”, pág. 66

Uno de las virtudes del libro es la generosidad intelectual que se respira en todas sus páginas. Generosidad intelectual inusual para reconocer los méritos literarios de los demás (lo que es muy evidente en el texto dedicado a Fernández Mallo) y para dedicar afanes y atención a muchos jóvenes (Escuín, por ejemplo) o escritores poco conocidos o reconocidos. Generosidad para elogiar libros de autores que no conoce, como en el caso de Víctor Juan, y que demuestra bien a las claras su condición de buen lector.

Porque el libro es también el libro de un gran lector, de un escritor culto, de alguien que conoce bien la historia de la literatura y la última literatura, que nunca habla de oídas ni a humo de pajas y que fundamenta con criterio y rigor sus opiniones literarias, se esté de acuerdo o no con ellas.

Este es, en definitiva, uno de los grandes libros de crítica literaria de los últimos años: iconoclasta, provocador, tierno, sincero, enamorado de Aragón, de sus escritores y de sus gentes, intelectualmente fino, extraordinariamente bien escrito y abocado, como tantos grandes libros con problemas de distribución, al boca a boca y a que los buenos lectores lo vayan descubriendo como se descubren las delicatessen en los mercadillos. Una pequeña joya para leer y enmarcar.