GALLIZO

 

José Luis Melero

Heraldo de Aragón, martes, 29 de octubre

Después de haber leído montones de libros sobre la República y la guerra civil y después de haberle dedicado a ésta uno de mis libros más queridos, solo el otro día, en la presentación del libro de mi amiga Mercedes Gallizo sobre las prisiones españolas, pude entender de verdad y en carne propia cómo debió de vivirse en aquel tiempo, fundamentalmente en el ámbito de la izquierda, la crispación social en el día a día de la vida española y cuál pudo ser el grado de enconamiento en las relaciones entre partidos obreros y sindicatos revolucionarios.

Mercedes Gallizo fue Directora General y luego Secretaria General de Instituciones Penitenciarias durante los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, y ha escrito ahora un libro conmovedor, ‘Penas y personas. 2810 días en las prisiones españolas’, en el que, seleccionando y comentando algunas de las muchas cartas que le enviaron los internos durante los ocho años en los que estuvo al frente de las cárceles, viene a decirnos, poco más o menos, que en ellas están sobre todo los más pobres y desgraciados -los “que no tienen las mismas oportunidades que los ricos”, viene a decirnos, recordándonos de paso que la desigualdad es el origen de todos los males-, los enfermos, los toxicómanos, los que trafican para salir de la pobreza o para poder seguir drogándose, y los que no tienen el dinero suficiente para comprar el asesoramiento de los grandes despachos de abogados; que en buena medida han sido la miseria y las injusticias sociales las que les han conducido hasta allí; y que esos reclusos son seres humanos que necesitan -como cualquiera de nosotros, pero con mucha más urgencia- cariño, comprensión, protección y perdón. Y en este punto, Mercedes Gallizo, que en el libro se confiesa no creyente, reconoce haber caído rendida ante el amor a las personas que sufren en prisión y el altruismo de tantos voluntarios (muchos de ellos, nos dice, movidos por sentimientos religiosos) como ha conocido estos años trabajando desinteresadamente en las cárceles para hacer la vida de los presos un poco más humana.

Este libro es por tanto un libro honesto y decente de los pies a la cabeza, un libro valiente y comprometido con las causas de la izquierda, escrito por alguien que siempre militó en ella, desde el maoísmo de su juventud hasta la socialdemocracia de hoy. Pues bien, nada de esto debió de parecerle suficiente al grupo de anarquistas que el día de la presentación del libro en el Teatro Principal, desde luego en el ejercicio de su libertad (aunque no parece que el acto de presentación de un libro fuera el marco más apropiado para hacer públicas sus reivindicaciones) y sin un solo gesto de violencia, interrumpió el acto, increpó a la autora y afirmó a voz en grito que en las cárceles se tortura -recordando el caso de su compañera Noelia Cotelo, que así lo ha denunciado- y que España no es un Estado de derecho como allí se estaba afirmando reiteradamente.

Fue como ver de nuevo a Juan García Oliver o a Buenaventura Durruti frente a Indalecio Prieto o a Julián Besteiro, como escuchar a Federica Montseny o a Amparo Poch acusar de tibia a Victoria Kent. Fue comprobar, una vez más, que por mucho que algunos se crean que están a la izquierda siempre hay otros que están más a la izquierda que ellos. Fue, durante unos minutos, volver a ver esos enfrentamientos seculares entre la izquierda que tanto daño hicieron a la causa de la República, esos enfrentamientos entre los socialistas moderados de entonces (a los que hoy representarían Mercedes Gallizo y su equipo) y quienes querían a toda costa hacer la revolución (los anarquistas que el otro día recordaban a su compañera encarcelada), entre quienes aceptaban la democracia parlamentaria, con todos sus defectos y virtudes, y entre aquellos para quienes la República de ayer -o la Monarquía parlamentaria de hoy- era solo una pantomima de burgueses que había que llevar a la hoguera cuanto antes.

Uno, modestamente, piensa que la democracia que entre todos nos hemos dado -llena todavía de imperfecciones sin duda- es el menos perverso de los sistemas conocido, que dispone de medios para perseguir y sancionar a quienes presuntamente hubieran podido torturar a Noelia Cotelo, y que hace posible que quienes legítimamente defienden su ideología libertaria (históricamente muy arraigada en un país tan amante de la libertad como éste) puedan exponerla en público aun a costa de reventar el acto de presentación de un libro. Esto, no lo olvidemos para no perder la perspectiva, no hubiera sido posible durante las dictaduras de Franco o de Pinochet, ni durante las de Ceaucescu o Enver Hoxha. Soñar con la utopía es hermoso. Dejar trabajar a los reformistas, también.