IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN

FILEK (EL ESTAFADOR QUE ENGAÑÓ A FRANCO)

Seix Barral, Barcelona, 2018

(Turia, 128, noviembre de 2018)

 

 

 A los poetas, decía Juan Ramón, se les conoce en la prosa. Y a los novelistas con vocación intelectual -añado yo- en el ensayo. Martínez de Pisón ya deslumbró a la crítica y a sus muchos lectores con Enterrar a los muertos, una magnífica monografía sobre el asesinato de José Robles Pazos -el traductor de John Dos Passos en España- por los servicios secretos soviéticos durante la guerra civil. Demostró entonces que un narrador puro como él, un novelista que hasta ese momento apenas había hecho incursiones en el mundo de la investigación, podía llevar a cabo ésta con absoluta solvencia intelectual. Regresó después a la novela (Dientes de leche, El día de mañana, La buena reputación, Derecho natural), ganó el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, y decidió entonces que había llegado el momento de volver al ensayo. Se encontró con Filek leyendo la monumental biografía de Franco que escribió Paul Preston, y descubrió en ella a un estafador internacional que se ganó la confianza del dictador y trató de venderle su invento más revolucionario: un combustible que habría que sustituir a la gasolina y que podría fabricarse en España gracias a una fórmula mágica que sólo él conocía.

Filek era otro pícaro y estafador a añadir a la larga lista de personajes de estas características que Pisón ha ido repartiendo a lo largo de toda su obra literaria. Pero esta vez no estábamos ante un personaje de ficción, sino ante uno de carne y hueso que había logrado engañar al mismísimo Caudillo de España y Generalísimo de sus ejércitos. ¿Cómo soltar esa presa? Se puso pues Pisón a la tarea de tratar de conocer quién fue en realidad Albert von Filek, cómo llegó a España y cómo pudo engañar a personas muy influyentes del Régimen. El resultado de esa investigación es este libro apasionante, que se lee como una novela de aventuras y que cumple a la perfección el precepto clásico de “enseñar deleitando”.

Filek se pasó la vida mintiendo y fue un farsante y un impostor de manual. Mintió haciéndose pasar por capitán del ejército imperial, cuando no hay rastro de su hoja de servicios; mintió fingiendo que era químico o ingeniero, cuando en los archivos de los Universidad de Viena no se encuentra ninguna referencia a él; y mintió cuando puso nombre a su padre en el Registro Civil español, pues era hijo ilegítimo y en su partida de nacimiento el nombre de su progenitor está en blanco. Mintió cuando sedujo a una joven para robarle prometiéndole matrimonio; mintió cuando se escondió bajo el nombre de Alberto Samengo para participar en una estafa, a resultas de la cual fue detenido por la policía vienesa en 1919; y mintió a una de sus caseras, Herminia Rey, al asegurarle que le devolvería el dinero que ésta le iba prestando y desaparecer un día sin pagarle el hospedaje ni reintegrarle las sumas prestadas.

Se pasó la vida mintiendo... y estafando. Y entrando y saliendo de la cárcel. A esa primera detención de Viena le siguieron otras muchas: en Innsbruck en mayo de 1921, en Trieste en julio de ese mismo año … En España, apenas seis meses después de su llegada, en 1931, ya tenía una denuncia por estafa, a la que siguieron al menos cuatro más. Antes, en París, en 1928, ya había hecho quebrar un negocio que montó de compraventa y reparación de automóviles; y un informe de la policía austriaca advertía a la española de que en Viena Filek había cometido otro robo a finales de 1930 o comienzos de 1931.

Instalado en España, se especializó en llevar al Registro de la Propiedad Industrial distintas solicitudes de patentes. Se trataba casi siempre del mismo invento, con diferentes socios cada vez, a los que embaucaba. No pagaba las tasas ni los derechos de inscripción, con lo que los expedientes quedaban anulados y así podía presentar sus inventos una y otra vez. El 18 de agosto de 1934 presentó la solicitud de patente que le haría pasar a la historia de la picaresca española: el procedimiento para la obtención de gasolina sintética. Estafó con ella al menos a cinco socios, pues presentó el mismo invento hasta en cinco ocasiones, la última en octubre de 1935. La fórmula la iba cambiando ad hoc, en función de quiénes eran los engañados; y así unas veces añadía “jugo de naranja” (Pisón especula cómicamente con que en ese caso su socio bien podría ser un valenciano que hubiera ido a la capital a colocar un excedente de naranjas) y otras, como en el caso de la que presentó con la viuda de Mencía, precisaba que había que hacerla al baño maría. Todo era tan patético como cómico.

Resulta inexplicable que alguien con estos antecedentes pudiera tener acceso a Jesús García Valcárcel, el hombre de confianza de José María Gil Robles, y al Subsecretario de este último, el general Fanjul. Y, sobre todo, sólo el clima de chapuza e incompetencia permanentes puede hacer entender que Franco, según el testimonio de Juan Antonio Ansaldo, desdeñara la opinión de los técnicos y creyera en el proyecto de la gasolina de Filek, porque “yo me fío más de mi chófer y éste me ha asegurado que en el último viaje hemos logrado una media de 90 kilómetros por hora empleando únicamente <mi> gasolina”.

Tuvo que ser un turolense, Demetrio Carceller, el fundador de CAMPSA y de CEPSA, y futuro ministro, quien desenmascarara a Filek. Carceller habló con Franco y el proyecto de construcción de su fábrica fue abandonado. Su “gasolina” fue sometida a dos análisis científicos y, una vez demostrada la estafa, su inventor fue a parar de nuevo a prisión. Lo curioso del caso es que nunca se celebró juicio alguno, seguramente para que no saliera a la luz el enorme ridículo que habían hecho tantas gentes del Régimen. Filek, sin haber sido juzgado, fue encarcelado como “preso gubernativo”, es decir, por causa de una resolución del gobierno pero no de una orden judicial.

Martínez de Pisón no juzga a su personaje a lo largo del libro. Es más, sus estafas y fechorías -tan novelescas- le despiertan, como siempre ocurre con los pícaros, cierta corriente de simpatía. Pero al final hay algo que le hace cambiar de opinión. Un escrito de la Dirección General de Seguridad informa de que en la primera mitad de 1942 volvió a hacer una de las suyas, aunque esta vez el salto era cualitativo. Cobró de unos padres desesperados -cuyo hijo, probablemente judío, había sido detenido por los nazis en Francia- para que convenciera a sus “influyentes amigos” de que dejaran en libertad al muchacho, cuyo destino, en caso contrario, iba a ser con toda seguridad el campo de concentración y la muerte. El padre del chico entregó a Filek 2.300 pesetas por una gestión que éste sabía que no estaba en condiciones de realizar. Otra estafa, una más, pero esta vez estando en juego la vida de un hombre y aprovechándose del dolor de unos padres que no sabían a quién acudir para salvar a su hijo. Dice Pisón que este delito es el único que le parece intolerable y que le reveló “qué extremos de bajeza y depravación podía alcanzar”. Lo vio entonces, por primera vez, “convertido en un canalla”, y así quedará para la historia gracias a este magnífico libro que consolida -como si hiciera falta- a Ignacio Martínez de Pisón en lo más alto del escalafón literario español.

 

José Luis Melero