FELICITAS SAZ

(Heraldo de Aragón, 2 de julio de 2018)

Era una pareja de jóvenes aragoneses. Del sur de Aragón más duro y profundo. Pobres, trabajadores, buenísima gente. Se casaron en los años 50 y tuvieron tres hijos, a los que educaron en los mejores valores del amor a la familia y de que había que trabajar y luchar mucho para revertir la condena a la que parecían estar sometidos desde generaciones y generaciones: seguir siendo súbditos y pobres. Con enorme esfuerzo y sacrificio lo consiguieron y sacaron a sus hijos adelante. Lo poco que tenían fue siempre de todos, y los amigos de sus hijos los adorábamos, porque siempre supimos que eran gente de verdad, recia y noble, sin conservantes ni colorantes. Él, Alberto Alegre, nos dejó ya hace algunos años, pero vivirá en mí mientras yo viva, pues jamás podré olvidarlo. Por muchas razones, pero por una muy especial: fue la primera persona a la que abracé, los dos dando saltos y locos de alegría, después del gol de Nayim en el Parque de los Príncipes. Feli, Felicitas Saz, le sobrevivió hasta ayer y fue envejeciendo cuidada y mimada por sus hijos como sólo se cuida y se mima a un gran tesoro. Algunos de sus cumpleaños íbamos a verla y nos la comíamos a besos, porque era tierna y buena como el mejor de los dulces. Feli, que parecía salir de las fotografías de Carlos Saura de los años 50, nunca entendió cómo sus nietos le mandaban desde Nueva York fotos a través de un teléfono. No le hacía falta: ella fue la verdadera revolución.