ELOGIO DE VÍCTOR JUAN BORROY      

 

Heraldo de Aragón, el 4 de marzo de 2021

 

No recuerdo con precisión cuándo conocí a Víctor Juan Borroy. Pero sí conservo memoria de mi primera larga conversación con él, en el autobús que nos llevó a Fraga, a la discoteca Florida 135, donde se iba a presentar el libro que Mariano Gistaín había escrito sobre ella y acababa de publicar la Biblioteca Aragonesa de la Cultura que dirigía Eloy Fernández Clemente y en la que también, algún tiempo después, publicaríamos libros Víctor y yo.

Lo primero que me llamó la atención de Víctor fue la pasión que ponía en todo lo que decía y hacía. Esa pasión, muy especialmente por las cosas aragonesas, era admirable y vi en él mi imagen reflejada. Trabajaba mucho por entonces en historia de la educación en Aragón (se había doctorado con una tesis sobre ‘Mitos, creencias y mentalidades del magisterio aragonés’, que publicaría la IFC en 1998) y dedicó estudios y monografías a Guillermo Fatás Montes, Pedro Arnal Cavero, Santiago Hernández Ruiz, Tomás Alvira, Palmira Plá, Félix Carrasquer, Domingo Tirado Benedí, Gregorio Sierra Monge, Joaquín Costa o nuestro admirado Ramón Acín Aquilué, entre otros muchos. Ambos decidimos (sin confesárnoslo nunca, con ese amor a la aragonesa que no precisa palabras porque nos da pudor decírnoslas) que debíamos estar siempre juntos, y le pedí que aceptara coordinar nuestra revista ‘Rolde’ y que se sumara a los amigos que dirigíamos el patronato de la Fundación Gaspar Torrente para la investigación y desarrollo del aragonesismo, de la que hoy es su presidente. Lo hicieron, cómo no, director del  Museo Pedagógico de Aragón y nos embarcamos en muchos proyectos juntos: editar las memorias del maestro Valero Almudévar, recuperar la caja de música de Ramón Acín, poner en marcha las ediciones La Ventolera para imprimir facsímiles y ediciones limitadas…, cualquier cosa que nos divirtiera, con la que mejor pudiéramos honrar a Aragón y que nos sirviera de pretexto para seguir estando uno cerca del otro. Hasta elegimos la misma tribuna de La Romareda para poder vernos mientras sufríamos con nuestro equipo.

Un día de hace 15 años se me hizo novelista y me trajo a casa, encuadernada y dedicada para mí, su primera novela: ‘Las manos de Julia’, a la que seguirían otras: ‘Por escribir sus nombres’, ‘Marta’, ‘Aquellos días de luz y palabras’, ‘La caja de música’, ‘Memoria inesperada’... Nos regaló a todos, editado por Olifante, un inolvidable ‘Vademécum’, y comenzó a colaborar en el suplemento de educación de ‘Heraldo de Aragón’. De esas colaboraciones ha salido algún libro importante como ‘Crónicas de la vieja pizarra. Escuelas y maestros: semblanzas históricas de la educación en Aragón’.

Es leal, generoso y divertido (Antón Castro y él son con quienes tal vez más me he reído en la vida), cocina unos arroces homéricos y le he prometido escribirle una necrológica memorable dentro de unos cien años o así.

Ahora ha publicado un preciosísimo libro sobre Ramón Acín, indispensable para quienes quieran acercarse a su figura, y reedita ‘Marta’ en la editorial Pregunta. Leerlos será la mejor forma de homenajearlo.