DE ZARAGOZA AL CIELO

José Luis Melero, Qriterio Aragonés, 8, 16 de julio de 2004

 

 

Nuestra derecha fue siempre muy zaragozana. Se sentía a gusto en la ciudad porque, naturalmente, la sentía suya de verdad. Llevaba muchos años mandando sobre ella para que no fuera así. Sus escritores la glosaban abundantemente: así Cosme Blasco, su cronista más recordado del siglo XIX, que escribió unas Memorias de Zaragoza en 1890, y su hijo José Blasco Ijazo, que también fue cronista oficial de la ciudad desde 1954 y escribió una vasta obra sobre ella, entre la que destacan sus seis tomos de reportajes de ¡Aquí... Zaragoza!; el banquero y escritor Mariano Baselga, que le dedicó un buen número de cuentos, como aquellos que recogió bajo el título de Desde el Cabezo cortado en 1893, o Rafael Pamplona Escudero, que sería uno de sus alcaldes en 1897 y le dedicó buena parte de sus novelas. Hasta el libro póstumo de artículos periodísticos de Juan Moneva y Puyol lo titularon sus editores Zaragoza en 1953. Más recientemente Luis Horno Liria, que había sido por cierto quien mejor había estudiado el fin de siglo zaragozano en las novelas de Pamplona Escudero, y cuya familia también mandó lo suyo en la ciudad –recordemos que fueron alcaldes su padre y uno de sus hermanos- se convirtió en uno de sus propagandistas más encendidos con libros como De mi ciudad, Mis convecinos, Convecinos de ayer o Más convecinos y algún forastero.  Todos éstos y otros muchos –Alberto Casañal, Gregorio García-Arista, el Marqués de Lacadena, entre ellos- cortejaban habitualmente a Zaragoza y escribían sin parar sobre ella, aunque se les acababa viendo el plumero pues esa Zaragoza era siempre la misma, la que ellos mismos habían forjado y la que les gustaba:  obediente y sumisa, católica y muy, muy española.

Pero todo eso no impedía que, a la vez, esa misma derecha –al menos sus sectores más duros y reaccionarios- destruyera la ciudad sistemáticamente y lo mismo participaba sin rubor en la demolición de la Torre Nueva que permitía la desaparición –en aras de un desarrollo urbanístico disparatado- de casi todos los edificios modernistas del Paseo de Sagasta. Porque tenían claro que una cosa  es que dijeran amar a su ciudad y otra muy diferente que dejaran por eso de hacer negocios con ella.

A la izquierda, claro, le ocurría lo contrario. Le parecía cateto y provinciano eso de reconocer que le gustaba su ciudad. Era algo poco cosmopolita y moderno. La ciudad estaba en manos de una burguesía mayoritariamente reaccionaria y afirmar que amabas a esa ciudad era casi tanto como entregarte al enemigo y dar la razón a quienes habían hecho de ella un paraíso para la especulación, un páramo cultural, etc. Ya desde tiempos de Goya y su famoso “en acordarme de Zaragoza y pintura me quemo bibo”, hasta aquella desafortunada tesis de “Zaragoza contra Aragón” que defendieron Mario Gaviria y Enrique Grilló, siempre había triunfado en la izquierda las tesis de Zaragoza como madrastra y no como madre, esa famosa relación amor-odio que todos confesaban sentir por su ciudad. Y sólo Víctor Mira, en su colección de poemas Madre Zaragoza, de 1985, se había desmarcado de esa tesis.

Pero últimamente todo está cambiando. La derecha ha perdido su antiguo crédito zaragozano y sus dos últimos alcaldes son en buena medida responsables de ello. Luisa Fernanda Rudi vivió siempre pensando en Madrid más que en Zaragoza y se fue corriendo en cuanto le ofrecieron un buen puesto en la Corte. José Atarés, más dotado sin duda para haber sido un alcalde popular por su carácter campechano, se equivocó gravemente al doblegarse a las órdenes de Madrid de defender el trasvase  y se enfrentó de ese modo a la ciudadanía zaragozana, mayoritariamente contraria al mismo. Somos muchos los que pensamos que Atarés seguiría siendo hoy alcalde de Zaragoza si hubiera tenido el coraje de ponerse al lado de su pueblo en el tema del trasvase y hubiera desoído las instrucciones de su partido. Y que éste habría acabado aceptando su pequeña rebelión con tal de no perder la quinta ciudad del Estado.  Hoy, además, esa derecha, si exceptuamos a una conocida escritora de novelas históricas, apenas cuenta con escritores que le hagan de voceros.

En cambio crece en los ámbitos progresistas la pasión por Zaragoza. Se han perdido antiguos complejos y son muchos los escritores, pintores, músicos, que hacen a Zaragoza protagonista de sus trabajos. La ciudad está imparable –lo decía recientemente el escritor Ismael Grasa- y son muchos los artistas y creadores que se sienten ya por fin felices viviendo en su ciudad sin traumas. De Zaragoza al cielo. Ya desde la izquierda.