ARAGÓN Y CATALUÑA
José Luis Melero
(Heraldo de Aragón, 20 de septiembre de 2015)
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Hace años escribí un artículo encomiástico, elogiosísimo, sobre un gran escritor español. Habíamos tenido una cierta relación, yo le había presentado y entrevistado en público en un par de ocasiones y, aunque no pueda decirse que fuéramos exactamente amigos, sí manteníamos un trato muy cercano y cordial. Me gustaban mucho sus libros y quise con aquel artículo rendirle un homenaje sincero, desprovisto de cualquier intención espuria. Uno, en la literatura, como en la vida, nunca ha tenido segundas intenciones. Nada buscaba pues y nada esperaba, aunque desde luego siempre se agradezcan los gestos de cariño. No lo recuerdo bien, pero tal vez me puso unas líneas de agradecimiento. Eso fue todo. Yo publiqué después unos cuantos libros que le envié puntualmente. Esos libros han versado siempre sobre temas que a él le son muy próximos y por tanto sé que los recibía -y me consta que los leía- con interés, pero jamás me dijo nada de ellos, nunca me acusó recibo y nunca tuvo el gesto generoso de citarlos en algún artículo, de recomendarlos de pasada en unas breves declaraciones, aunque fuera en la radio local de un pequeño pueblo olvidado. Eso nada le hubiera costado y uno, claro, lo habría agradecido. No por vanidad, no por vender a lo mejor unos pocos libros más (los libros que a él y a mí nos gustan se venden poco), sino solo por darme cuenta de que él, cuando tenía ocasión, también se acordaba un poco de mí. ¿Qué ocurrió? Pues que me cansé de bailarle el agua, dejé de mandarle mis libros y esa relación se fue enfriando poco a poco. Lo mismo ocurre con las relaciones entre Aragón y Cataluña. Aquí ha habido desde siempre grandes admiradores de Cataluña y defensores de su lengua, de su cultura y de sus tradiciones. No solo en el ámbito de la izquierda aragonesista, desde luego. No solo Gaspar Torrente, Julio Calvo Alfaro, Matías Pallarés y demás gentes de El Ebro. Sería bueno recordar que Juan Moneva y Puyol, nada sospechoso de veleidades izquierdistas y católico a machamartillo, se escribía en catalán con Cambó (yo guardo alguna carta), y enseñó a leer a sus hijos con el viejo libro de Francisco Manuel de Melo sobre la historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña, antes que con cualquier otro; y que cuando nuestro ilustre catedrático de Derecho Canónico publicó su libro sobre ‘Gramática Castellana’, en la editorial Labor del aragonés Manuel Sánchez Sarto, ilustró los ejemplos con más textos de Melo que del propio Cervantes. Es decir, que históricamente somos muchos los que en Aragón hemos estado dando cariño a Cataluña y defendiéndola -en público y en privado- a todas horas, como yo hacía con ese famoso escritor español. ¿Qué hemos recibido a cambio? Lo mismo que recibí yo de aquél: ni un gesto de afecto, nada que hiciera pensar que también ellos nos querían un poco, pese a que han tenido multitud de ocasiones para demostrárnoslo en estos últimos años. Por eso, ¿por qué ser ya más papistas que el papa? ¿por qué dar la cara por ellos? ¿por qué, amigos míos, salir a defender sus derechos a unas cosas o a otras? ¿Nos lo van a agradecer alguna vez? ¿Se darán cuenta de cuánto los hemos querido? Mucho me temo que van a hacer lo mismo que mi admirado escritor hizo conmigo: silencio, olvido y ni atisbo de tendernos una mano. Por eso, creo que ha llegado el momento de enfriar esa relación, como se enfrió la mía con nuestro afamado escritor. Cataluña es un gran país, sin duda. Aquel otro también era un enorme escritor, pero eso no basta. Hay que dedicar tiempo a los demás para que te quieran, y digo yo que a lo mejor nos lo podrían haber demostrado hablando de los bienes del Aragón Oriental, del Archivo de la Corona de Aragón, de los papeles de Salamanca, o desautorizando enérgicamente al bocazas que quiere convertir a ese Aragón Oriental en una colonia; hay que hacer gestos en definitiva que demuestren que, de verdad, ellos también nos quieren un poco. Mientras tanto, que defiendan ellos solos sus cosas. Nosotros a lo nuestro, que bastante tenemos. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
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