María Moliner:

 El Estudio de Filología de Aragón

Heraldo de Aragón, 30 de marzo de 2025

 

 

Cuando en la zaragozana imprenta del Hospicio vio la luz en 1917 la ‘Memoria que el Estudio de Filología de Aragón' presenta a la Excelentísima Diputación de Zaragoza de la labor realizada por el mismo desde el día 5 de octubre de 1915 hasta el día 22 de octubre de 1916’, firmada por su director Juan Moneva y Puyol y su secretario Luis Jordana de Pozas, junto con los consejeros Enrique Barrigón, Salvador Minguijón, José María Ramos Loscertales y Miguel Sancho Izquierdo, no pudiendo rubricarla Domingo Miral por enfermedad, María Moliner ya estaba allí. Esa Memoria daba a conocer los nombres de todos los colaboradores del Estudio de Filología de Aragón (EFA) en su empeño de redactar un gran Diccionario Aragonés, junto con el número de palabras aragonesas que cada uno había aportado. Destacaban sus redactores el trabajo de Joaquín Gil Berges, quien, cumplidos ya los ochenta años, envió 305 voces de su Jasa natal, encontrándose entre los más trabajadores Generoso Forniés y Calvo, de Blesa, con 2.500 palabras, Fernando de Juan y del Omo, que mandó 1.353, y Mariano Baselga y Ramírez, que aportó 1.087. La colección de voces aragonesas que también presentó al EFA Jorge Jordana y Mompeón la publicó el Boletín Oficial de Zaragoza en 1916. Asimismo, la Memoria señalaba que el EFA había iniciado una línea de publicaciones, cuya primera entrega, aparecida en 1915, era una colección de documentos medievales preparada por Ramos Loscertales y titulada ‘El cautiverio en la Corona de Aragón durante los siglos XIII, XIV y XV’, del que poseo ejemplar con dedicatoria autógrafa del autor al escritor Cristóbal Pellegero Soteras, que le compré a Inocencio Ruiz en noviembre de 1988 (no hace falta recordar a mis lectores que este José María Ramos Loscertales fue quien precedió a Unamuno en el uso de la palabra en el famoso acto de Salamanca junto a Millán Astray del 12 de octubre de 1936).

Decíamos que cuando en 1917 se publica la Memoria María Moliner ya formaba parte del EFA porque comenzó a colaborar con él el 2 de diciembre de 1916. María Moliner llegó al EFA gracias a Moneva, que era amigo de su madre y de su tío Máximo Ruiz. Lo ha contado magníficamente, como en ella es habitual, María Pilar Benítez Marco, que en 2010 dedicó a la de Paniza un libro fundamental: ‘María Moliner y las primeras estudiosas del aragonés y del catalán de Aragón’. Cursaba María brillantemente su Bachillerato cuando inició su colaboración con el EFA. Moneva sabía que la familia nunca andaba sobrada de dinero y que, por tanto, lo que María ganara con su trabajo en el Estudio de Filología iba a venirle muy bien, así que la llamó a su lado y muy pronto la hizo secretaria redactora. Fue a finales de 1917, cuando Áurea Javierre dejó libre el puesto por haber terminado su licenciatura en Filosofía y Letras y cambiar de residencia.

A partir de entonces (el 1 de noviembre de 1917 firmó su primera acta como secretaria), María Moliner compaginaría sus estudios de Bachillerato, que concluiría en 1918, y posteriormente los de Filosofía y Letras (especialidad de Historia, la única que podía cursarse en la Universidad de Zaragoza, pues unos años antes se había suprimido la de Lengua y Literatura) con su trabajo en el EFA, por el que, como informó Benítez, cobraba cincuenta duros al semestre, lo mismo que compañeros varones como Luis Sancho Seral o Luis Boya Saura, pues Moneva, como ha recordado muy bien Andrés Neuman en ‘Hasta que empieza a brillar’, su biografía novelada de nuestra lexicógrafa, "resplandecía en sus contradicciones", y a la vez que era "devoto de la Iglesia» creía en la «igualdad entre hombres y mujeres". Cuando Moneva quiso defender a María Moliner en su expediente de depuración al final de la Guerra, hizo constar que la había hallado siempre "inteligente, laboriosa, de limpias costumbres, de abnegada conducta,pues desde muy joven hubo de cooperar a mantener la casa de su madre". Evitaba decir don Juan que en esto último él había tenido mucho que ver.

Su trabajo en el EFA sería pues decisivo en su formación como filóloga y clave para la redacción de su obra cumbre, el ‘Diccionario de uso del español’.