CONFESIONES Y RECUERDOS DE ROSENDO TELLO
Naturaleza y poesía. Memorias (1931-1950). Rosendo Tello. Prames. Zaragoza, 2008. 340 páginas. José Luis Melero (Heraldo de Aragón, 12 de junio de 2008) El poeta Rosendo Tello acaba de publicar sus memorias y esta es sin duda una gran noticia para las letras aragonesas. No hace muchos días que el poeta Octavio Gómez Milián se declaraba discípulo y admirador de Manuel Vilas en la presentación del último libro de éste. Y hace veinte o veinticinco años era Manuel Vilas quien reconocía el magisterio indiscutible de Rosendo Tello entre los aragoneses que por entonces comenzaban a escribir sus primeros versos. Tello, a su vez, siempre ha mantenido viva la llama de quien fue uno de sus maestros, Miguel Labordeta, sobre quien ha escrito además algunos textos esclarecedores. Nada nace pues por generación espontánea. Todos somos los eslabones de una larga cadena literaria forjados en las lecturas de unos y otros. Lo que ocurre es que unos aprovechan esas lecturas mejor que otros. Tello las ha aprovechado siempre muy bien, y a pesar de que ha sido siempre poeta más próximo a las soledades y los silencios que a las tribunas, las tertulias y los púlpitos, ocupa desde hace ya muchos años un lugar de privilegio en el corazón de los poetas aragoneses, que siempre vieron en él un ejemplo de vocación absoluta, de dedicación casi monacal a la poesía y, desde luego, al poeta con mayor sentido rítmico que dio la poesía por estos lugares. El paso del tiempo, implacable e inexorable, lo ha convertido además en un histórico (“lo malo de hacerse viejos es que nos coge ya muy mayores” le dijo Tono a Miguel Mihura cuando hicieron a éste académico), y tras la desaparición de M. Labordeta, R. Salas, J. A. Gómez, Pinillos, Gracia, Gúdel, Rey del Corral, I. M. Gil y otros, Rosendo Tello es hoy, con F. Ferreró, M. Luesma, E. Gastón, J. I. Ciordia, M. Esquillor, J. A. Labordeta y Ana Mª Navales, la historia viva de la poesía aragonesa, el eslabón de la cadena que nos lleva al gran Miguel Labordeta y a través de éste a las vanguardias, a los postistas y a “Espadaña”, al Celaya que le publicó “Transeúnte central”, y al Seral y Casas que le editó “Violento idílico”, y a “Noreste” y las revistas de la República, por tanto. Podríamos decir pues que Tello representa, por edad, dignidad y gobierno, la esencia misma de la poesía en Aragón en los últimos cincuenta años. De ahí la importancia extraordinaria de la publicación de este libro. Las memorias de R. Tello se estructuran en cuatro grandes apartados: su infancia y la guerra civil, su estancia en el seminario de Alcorisa, su traslado al seminario de Zaragoza y finalmente su llegada a nuestra ciudad, al colegio de Santo Tomás y al Café Niké. Comienza Tello el libro dedicando a su familia unos textos inolvidables que nos traen el eco de esos avatares familiares fantásticos de los que están llenas algunas novelas del llamado “realismo mágico” (el caso de su tíos es un claro ejemplo de ello: uno murió abrasado por la llama de un candil, otro era un cura rijoso, beneficiado de La Seo, que intentó abusar sexualmente incluso de una sobrina que se hospedó en su casa un par de días, otro se suicidó por amor en medio de la plaza del pueblo disparándose un tiro de escopeta, y su tío Macario fue fusilado en la guerra cuando se empeñó en volver al pueblo cuando se encontraba a salvo en Zaragoza); y al recordar la guerra civil nos relata algunas escenas dramáticas y sobrecogedoras, como cuando se llevan a su padre de casa mientras su madre se desgarra de dolor pensando que ya no lo verá más, o cuando el propio autor está a punto de morir ametrallado por unos cazas. Es conmovedor su empeño por estudiar (“me pasé más de un año llorando casi a diario -escribe- porque quería estudiar”), que hace que acaben llevándole al seminario de Alcorisa. Esta época es sin duda la más sórdida (había noches –nos dice- en que la cena se reducía a un boniato, y para escribir tenían que utilizar rollos de papel higiénico pues carecían de otro tipo de papel) pero está contada con cariño y afecto hacia sus profesores y compañeros, con una gran ternura, delicadeza y consideración hacia todos. Creo que para Tello fue tan importante abandonar el mundo rural y huir del futuro que le esperaba (pensemos que a los ocho o nueve años ya estaba trabajando de boyero) que cualquier cosa que le hubiera ocurrido en Alcorisa le hubiera parecido bien con tal de dejar atrás aquella vida. En la narración de su estancia en el seminario de Zaragoza la crítica hacia la terrible censura eclesiástica allí imperante se halla ya presente en muchas páginas. Tello se da ya cuenta de que “vivíamos al margen del mundo y carecíamos de toda experiencia en el conocimiento y trato con el mundo”. No conocían la radio ni los periódicos, el cine ni el teatro. De esta época data su primer premio literario. Con el dinero de ese premio compró Tello libros de Machado, Juan Ramón, García Lorca, Unamuno, Valera, Rubén Darío..., que serán a la postre los causantes de su salida del seminario cuando en una inspección rutinaria le descubran su pequeña biblioteca literaria, prohibidísima en aquel recinto. En la última parte del libro se nos cuenta su incorporación al mundo civil y su llegada como profesor al colegio Santo Tomás de Aquino de la familia Labordeta. Nos habla Tello del espíritu del Niké y nos recuerda uno por uno a todos sus amigos escritores: desde Labordeta y Pinillos (a quien llama “poeta de intimitad resonante, hidalgo desheredado y sin oficio”) hasta Gil Comín, García Abrines, E. Gastón o F. Ferreró. Estas páginas finales serán a partir de ahora de consulta imprescindible para todos cuantos quieran acercarse al estudio de una de las épocas más atractivas de la literatura aragonesa de todos los tiempos. Las memorias de R. Tello tienen muchísimo más: agudísimas reflexiones, delicadas observaciones, compromiso total y absoluto con la poesía... Pero eso se lo dejo para que lo descubran ustedes, que nunca me agradecerán bastante que les recomiende, como lo hago ahora, encarecidamente su lectura.
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