Lecturas y pasiones
Presentación de Pepe Cerdá
Paraninfo Universidad de Zaragoza, 23 de noviembre de 2021
Pepe Melero es mi amigo. A los amigos no se les juzga, no se les analiza, con los amigos simplemente se está. ( Se “está” en el sentido que lo dice mi vecino Layús cuando se sienta en el banco de al lado de mi puerta: “he venido a estarme”, todo un compendio de actitud filosófica). Un afrancesamiento del idioma español. Los franceses no diferencian entre “ser” y “estar”. Por esto confunden la sustancia y la estancia, pero este es otro asunto. En este sentido yo “me he estado” con Melero mucho tiempo desde hace unos cuantos lustros. Pero, por pudor, o mejor: por desinterés, no solemos hablar de nosotros. Entre amigos de verdad no es necesario explicar lo obvio, lo que sabemos el uno del otro desde siempre. Deambulamos por temas generales, hablamos de otros, de situaciones, pero nunca del otro. Sabemos que analizar al otro es de mala educación.” A la parálisis por el análisis” dicen los analistas sabios. Para analizar, diseccionar, hay que matar primero, parar el tiempo, detener la película, y en una verdadera relación de amistad no se desea detener nada. Otra particularidad de la amistad es la aceptación del otro y la pérdida de la capacidad de asombro. Desde que supe que tenía que hablar de él y de su libro en una presentación comencé a fijarme en él, a escrutarle. Los que pintamos sabemos que hay que asombrarse como un niño para poder ver lo que se quiere pintar. Mirar la realidad cambia sustancialmente con un pincel en la mano. Comencé a mirar a Melero como si lo tuviese que retratar´, preguntándome cuáles son sus particularidades y dejándome ir, dejando que la mano vaya por delante de la cabeza, a un tiempo. Uno de los rasgos externos que le adornan es lo “a gusto” que se ríe y el placer por saludar a todo el mundo. Xiao Fan mi amigo Chino y hoy famoso pintor, me reprochaba en París el ser demasiado amable. “Tu es trop gentil”. No entendía por qué perdía tanto tiempo y esfuerzo charlando con gentes que no me iban a comprar cuadros ni ayudar en mi carrera. El solo era amable (gentil) con los que podían ayudarle. Hoy Xiao Fan tiene Dos casas en París y otra en Nanquing. Xiao fan le diría algo parecido a Pepe Melero. El modo de reírse de Melero no es el de un intelectual. Melero se desternilla, se deshueva, se descojona. Los intelectuales sonríen con sorna y no mucho pero nunca se ríen a mandíbula batiente. Esto lo dejan para gente menos formada. En general se muestran graves y circunspectos. Se puede comprobar viendo las estupendas entrevistas que Joaquin Soler Serrano hizo a los más grandes escritores de su tiempo en el programa “A Fondo”. Exceptuando a Borges y a Pla, los demás se muestran graves y circunspectos. En mi oficio es parecido. Jean Marie del Moral, el fotógrafo francés especialista en retratos a artistas, me contó que cuando retrató a Pierre Soulages, a Tapies o a Saura, ponían cara avinagrada, de indio tomando bicarbonato, y cuando estimaban que la expresión era lo suficientemente grave le decían sin mover apenas los labios: “Ahora”. Y se comprende, no pueden salir partiéndose de risa los que han entregado su vida, los que se han mortificado, por la creación artística. Imaginen que se han gastado centenares de miles de euros en un Tapies y aparece una foto suya en la portada del Pais semanal deshuevandose. José Luis Cano me contó que cada vez que en su infancia vivían en familia un momento feliz con algarabía una celebración, su abuela decía: “Esto lo pagaremos”. Otro aspecto es lo que él considera una mañana plena de felicidad. El otro día mientras esperábamos para entrar al cine le confesó a un coleccionista de libros sobre los sitios de Zaragoza dónde encontró un raro ejemplar sobre esta materia. Dijo que una librería de viejo, no recuerdo de dónde, le dejó entrar en su piso almacén, en el que en cada habitación se almacenaba un tema concreto. Le encerró con llave en el piso a primera hora y pasó a liberarle al medio día. No aclaró si le cacheo a la salida. Lo asombroso fue que reconoció esa mañana como una de las más felices de su vida. En el libro que presentamos habla de una librería Burdel en Bogotá. Creo que Freud tendría algo que decir al respecto. Para Melero su biblioteca es una parte de sí mismo. Cuando Levi Straus nos explica en lo “Crudo y lo Cocido” que cocinar nos hizo humanos, que cocinar consiste en sacar el estomago fuera, podemos afirmar, en un sentido parecido, que una biblioteca es sacar el cerebro fuera. Leer es una saludable forma de pensar acompañado. Melero se ríe, se sorprende y saluda calurosamente porque no es ni un intelectual, ni un experto; ni lo pretende, ¡ni lo quiera Dios! Un Experto aspira a saber todo de una determinada disciplina. Unamuno decía: “Era un hombre que lo sabía todo. ¡qué imbécil!”. Lo último que quiere es saberlo todo de algo porque lo que le divierte es descubrir, sorprenderse, buscar. Del mismo modo que un cazador no quiere acabar con todas las perdices de su coto. Hay que buscar palabras extranjeras para referirse a Melero: creo que es sobre todo un diletante, un amateur. Diletante es una palabra italiana que define al que hace lo que “le deleita”; amateur es una palabra francesa que define al que hace lo “que ama”. La traducción española de ambas: aficionado a mí me parece torticera, malintencionada. Pero qué esperar de un país que a la palabra vividor, el que vive, le da una connotación negativa… Una noche al final de los 80, en el Avión Club, un Bar maravilloso de la calle Hermosilla de Madrid, un francés recién llegado y muy interesado en la tauromaquia se dirigió al crítico taurino de Diario 16, Emilio Parejo, y le dijo: -Me han dicho que es usted un gran entendido en toros. –No que va. Yo soy aficionado porque de toros solo entienden las vacas y no se crea usted que todas. Melero no es un experto, ni lo quiere. Melero como Borges o Pla es un sabio en eterna formación. Melero, contradiciendo al refrán, abarca mucho y acaricia, no aprieta que es de mala educación. Melero escritor. Melero escribe porque ha leído. “Leer para contarlo” se titula un libro anterior y define exactamente su motivación para escribir. Este libro, y los cuatro anteriores, se trata del libro que le gustaría encontrar en el rastro escrito por otro, por Constantino Román Salamero o por José García Mercadal, por citar a dos de su exclusiva especie. Es como el naufrago que lanza al mar mensajes en una botella. Sabe que lo que no se cuenta se olvida y rescatar del olvido es su máximo afán. Prefiere la anécdota, sabedor de que la anécdota explica más al personaje que la hagiografía. ¡Cuántas vidas están enterradas debajo de centenares de hagiografías! Saber algo cierto sobre cómo era realmente Picasso es hoy una misión casi imposible. Siente pasión por los raros, los aragoneses y los olvidados. Sobre todo por estos últimos. Sabe del poder de los libros, aquí comparte con Irene Vallejo y su estupendo libro, este asunto. Desde este punto un hombre construye lo que otro ha soñado y ha escrito. Es Julio Verne el que mete en subconsciente colectivo la necesidad de ir a la luna. De alguna manera el escribir “Viaje a la Luna” fundó la N.A.S.A. Irene Vallejo en su libro cuando habla de Alejandro Magno y dice: “El impulso que movía a Alejandro, la razón de su energía desbordante, capaz de lanzarlo a una expedición de conquista de 25.000 kilómetros, era la sed de fama y admiración. Creía profundamente en las leyendas de los héroes; es más, vivía y competía con ellos. Tenía un vinculo obsesivo con el personaje de Aquiles” y más adelante dice: “Era el sueño de Alejandro: tener una leyenda propia, entrar en los libros para permanecer en el recuerdo”. Por esto Luis Miguel Dominguín fue al Chicote inmediatamente después a contar los suyo con Ava Gadner. Y es que lo que no se cuenta se olvida.
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